El día 8 de marzo se celebrará el Día Internacional de la Mujer en casi todo el mundo. Hay miles de mujeres que no podrán hacerlo, pero millones de ciudadanos alzarán su voz para reivindicar para ellas la eliminación de la violencia de género, justicia salarial o tener los mismos derechos que los hombres. Visibilizar y denunciar las carencias de derechos de las mujeres es una obligación moral de hombres y mujeres para acabar con las desigualdades y la violencia de género en el “mundo civilizado” y en aquellos países donde las mujeres están sometidas a la tiranía de las sociedades machistas.
Aquí, en un mundo casi por civilizar, todavía quedan neandertales que son incapaces de aceptar que las mujeres no han alcanzado la plenitud de derechos laborales y sociales, pero desgraciadamente queda mucho espacio que conquistar, entre otros, la paridad de género que no es otra cosa que un indicador de la calidad democrática de los países. Salir a la calle para reivindicar y visibilizar los derecho de los colectivos que no han conseguido la plenitud de derechos sociales o que son marginados o perseguidos por su raza o condición sexual es una obligación moral de los que entendemos que no hay una democracia plena mientras exista la mínima discriminación.
Habrá muchos 8 de marzo para salir a la calle a reivindicar, visualizar y educar a los neandertales que se atrincheran en ideas caducas y egoístas. Habrá muchos 8 de marzo y este 8 de marzo también, pero desgraciadamente este año no es un año más, porque hombres y mujeres tenemos un enemigo en común que derrotar: el COVID-19 y, por tanto, debemos celebrar la fiesta en redes sociales, balcones o cualquier otra iniciativa que impida dar alas a este enemigo común.
El pasado 8 de marzo la reivindicación de estos derechos pasó a un segundo plano por los reproches sobre la posible propagación del virus debido a las manifestaciones multitudinarias. Hasta ese día solo 8 personas habían muerto por Covid-19, pero el debate sobre partidarios y detractores de la celebración provocó que lo principal -luchar contra la violencia de género, justicia salarial, visibilizar y reivindicar los derechos de las mujeres- pasara a un segundo plano, porque el debate difuminó el principal objetivo de una celebración tan necesaria.
Eso fue lo que ocurrió y, este año, el debate comienza a discurrir por el mismo camino, un camino que flaco favor hace a la celebración de un día que debe brillar sobre otros muchos, porque el debate vuelve a girar sobre la conveniencia o no de permitir esta celebración. La ministra de Sanidad, Carolina Darias, ha manifestado que “no ha lugar, lo digo sin ningún tapujo” y ahora el debate gira entre partidarios de prohibir manifestaciones de más de 500 personas y los partidarios de no permitir estas manifestaciones y, por tanto, como decía, el fin principal, el verdaderamente importante, se diluye en pro de otros intereses que nada tienen que ver con la celebración.
Hemos aprendido a defendernos de un enemigo que se ha llevado a millones de personas en el mundo. Un enemigo invisible que nos ataca con crueldad, que aparece sin enterarnos. Nuestra defensa se basa en el distanciamiento social, en llevar mascarilla para protegernos, evitar espacios cerrados, extremar la higiene personal y esperar pacientemente la vacuna. Esa es la única defensa y, por tanto, difícilmente mantendremos algunas de estas premisas si asistimos a manifestaciones donde pueden acudir 500 personas, sobre todo porque difícilmente podremos evitar que en estas aparezca un numero mayor a los autorizados y, mucho más, que seamos capaces de mantener el distanciamiento social recomendado.
La necesidad de celebrar el Día Internacional de la Mujer es una obligación de todos y todas, pero este año la mejor forma de hacerlo es en redes sociales, en tu estado de whatsapp, en los balcones de las plazas y pueblos para evitar contagios indeseados y, sobre todo, para centrar el debate en la necesidad de educar para erradicar la violencia y cualquier discriminación por razón de género.
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