Opinión

Día de reflexión

Es curioso este día: una jornada para reflexionar. Lo que debía ser un ejercicio cotidiano, la democracia española lo ha elevado a rango institucional en el día previo a emitir el voto. Hoy está permitido pensar, pero hay que ser comedido a la hora de opinar. No está permitido pedir el voto para alguna formación política. Desde luego, no es nuestra intención hacerlo. Nunca lo hemos hecho ni entra en nuestros planes influir en esta decisión. Cada uno debe ser libre para pensar y actuar en consecuencia en el momento de la votación. Lo único que nos atrevemos a decir respecto a esta cuestión es repetir las palabras de Walt Whitman: “informaos siempre. Haced siempre lo mejor que podáis. Votad siempre. Separaos de los partidos”. No tenía Whitman buena opinión sobre los partidos políticos a los que acusaba de no tener “otra ley que su propia voluntad, cada vez más combativos, cada vez menos tolerantes a la idea de conjunto y a la igualdad fraterna”. Este pensamiento le llevó a aconsejar que los demócratas no deberíamos entregarnos implícitamente a ningún partido, ni someternos ciegamente a sus dirigentes, sino erigirnos en amos y señores de todos ellos.

Cada día siento más aversión por frases hechas como “todos los políticos son iguales”. Decía Ralph Waldo Emerson que “el sabio muestra su sabiduría en la separación, en la gradación, y su escala de criaturas y méritos es tan amplia como la naturaleza. El necio no tiene ningún rango en su escala y se traduce en que cualquier persona es como cualquier otra. A lo que no es bueno le llama lo peor, y a lo que es odioso, lo mejor”. Esta semana hemos sido testigos, a través de la televisión, de los diferentes estilos de exponer los planteamientos políticos y discutir con el resto de candidatos a ocupar la presidencia del Gobierno de España. Y no, no todos los candidatos se comportaron de la misma manera. En las formas hubo un claro vencedor, y así lo han reconocido, por unanimidad, los analistas políticos. Ojalá el resto de candidatos hubiera adoptado la misma actitud. Ya estamos cansados del tú más.

Las formas no sólo son importantes en el discurso de los líderes políticos, sino también, y sobre todo, en la organización interna y los procesos de discusión y toma de decisiones de los partidos que representan. No es lo mismo nombrar a dedo a tu sucesor, que convocar unas primarias o someter a votación todos los asuntos importantes del partido. Tampoco es igual que sean los propios afiliados quienes sostengan la financiación del partido, a que lo hagan los bancos o que te financies mediante una trama corrupta basada en comisiones ilegales y sobornos.

El espíritu y la forma son una sola cosa. Un partido honesto, transparente y limpio es más acorde con la democracia que una formación opaca, corrupta y que hace trampas con la financiación ilegal de sus campañas electorales. El afán de poder y de dinero es más palpable en un extremo y otro del arco ideológico en nuestro país y en cualquier otro de nuestro entorno. Hay quienes viven obsesionados con el dinero y la economía, olvidando aquel sabio pensamiento de John Ruskin que nos recuerda que “no hay riqueza, sino vida”. Tan centrados están en el dinero que no miran a ambos lados para ver y reconocer al sustento de la vida, que es la naturaleza; y a los que debe servir la economía, que es la gente.

Permítanme traer de nuevo a este artículo las palabras que Walt Whitman. Quiso despedirse de nosotros escribiendo en las últimas líneas de su diario la siguiente reflexión: “He intentado, antes de partir, dejar especial testimonio particular de una muy vieja lección y requisito. La democracia, en sus múltiples personalidades, en sus fábricas, talleres, tiendas, oficinas, a través de las densas calles y casas de las ciudades, y en todas las manifestaciones de su vida artificiosa, debe ser revitalizada por medio de un contacto regular con la luz exterior, el aire, el crecimiento, las escenas de granja, los animales, los árboles, los pájaros, la calidez del sol y la libertad de los cielos; de la contrario indudablemente decaerá y palidecerá”. Me llegan hasta muy hondo de mi alma estas palabras que quiso legarnos el sabio Walt, del que dentro apenas un mes recordaremos el bicentenario de su nacimiento.

La estrecha relación entre democracia y naturaleza parece que la ignoran aquellos que aspiran a gobernar nuestro país. Hablaron de impuestos, de pensiones, de la cuestión catalana, de la inmigración y de largo etcétera, pero ninguno dijo ni media palabra del medio ambiente. Trataron también el tema de la vivienda, pero se olvidaron de plantearse la pregunta que hace más de cincuenta años nos hacía Henry David Thoreau: “¿De qué sirve una casa si no dispones de un planeta decente donde levantarla, si no soportas el planeta en el que está?”. Todo indica que la idea de la humanidad que subyace en el pensamiento político actual es la de un ser humano atomizado, desligado de la naturaleza y el cosmos, insensible ante la vida animal y vegetal, sin ambición espiritual, adoctrinado, tanto en lo religioso como en lo político, ignorante del significado de los símbolos y estéril en lo creativo. Es el prototipo de individuo que interesa a un sistema político en el que se explota de manera inmisericorde a la naturaleza y en la que se desprecia a la cultura y el arte.

El ser humano ha sido reemplazado del centro de la vida política y social para colocar sobre un pedestal a las máquinas, ya sean reales o tecno-burocráticas. Según han comentado algunos candidatos políticos en estos días de campaña, el objetivo de la educación tiene que ser adaptarnos a las nuevas tecnologías, al Big Data y a toda esta parafernalia. Lejos ha quedado aquel propósito de la educación de formar a ciudadanos virtuosos, de sólidos principios éticos, críticos con el poder establecido e insaciables buscadores de la verdad. Ya desde pequeño mantenemos a nuestros niños y niñas encerrados entre cuatro paredes, aislados de la naturaleza, y sin la posibilidad de vivir experiencias significativas que les hagan coparticipes del milagro de la vida. Así es difícil que nuestros jóvenes, futuros adultos con derecho a voto, establezcan una viva y entusiasta armonía con la naturaleza.

En vez de centrar a los ciudadanos en lo esencial, que es la vida y la posibilidad que nos brinda de llegar a ser lo que somos y a desempeñar nuestro pequeño papel en el curso de la humanidad, nos distraen con absurdos debates sobre quién miente más o cuál es más patriota. El miedo es la emoción que mejor sirve a los fines de las organizaciones cuya única aspiración es el poder. Del miedo se sirven los partidos políticos para alcanzar el poder y los terroristas para imponer sus planes dictatoriales. Vivimos con miedo, y este sentimiento nos hace distraernos de lo más importante, que es el hecho de vivir. Nuestro único miedo tendría que ser “el descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido” (Henry D.Thoreau, Walden).

El sentido de la vida no lo vamos a encontrar en el buscador de Google, ni en Twitter, Instagram o Facebook. Más que buscar el significado de la vida, lo que tendríamos que hacer no es otra cosa que experimentar el hecho de estar con vida y sacarle el mayor partido posible a nuestra efímera existencia. Y no conozco otra mejor manera de hacerlo que manteniendo un contacto permanente con la naturaleza y el cosmos, como nos recordaba Whitman.

Por desgracia no he encontrado un candidato político que se ajuste a mi pensamiento, pero haré caso a dos de mis maestros: votaré mañana, como aconsejaba Whitman; y elegiré, según el consejo de Emerson, entre las opciones disponibles, la menos mala. Lo haré, además, sin miedo a mis semejantes y, mucho menos, a mis vecinos, sean cuales sean sus creencias religiosas o políticas, su procedencia, color de piel u opción sexual.

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