Categorías: Carta al director

Día de la Mujer

Podría ser un buen principio que nos diéramos todos la enhorabuena y las felicitaciones mutuas ante la llegada del “gran acontecimiento” que celebramos el próximo martes, día 8 de marzo. Sería un buen comienzo aplaudir esta efeméride del 100º aniversario del Día internacional de la mujer, pero me consideraría un tanto hipócrita si realmente me sintiera orgullosa de poder festejar este día, un centenario que nos recuerda una vez más que las mujeres continúan, cien años después, en la lucha en pie de igualdad con el hombre.
No se han alcanzado las metas ni se han derribado los muros que nos separan, en una sociedad que aún vive la desigualdad entre hombres y mujeres. Realmente lo que deberíamos plantearnos no es la celebración de un día para nosotras; un día que nos recuerda año tras año que, seamos quienes seamos, blancas, negras, guapas, feas, cristianas, musulmanas, hebreas, gitanas, del norte o del sur, ricas o pobres, nos da igual, tenemos que seguir luchando día tras día para evitar la discriminación por razón de nuestro sexo. El mal llamado ¡sexo débil!
Las mujeres somos el alma y la fortaleza de cualquier sociedad, somos la semilla de la vida y el motor de arranque de la familia. Las mujeres representamos la lucha diaria y sin descanso, soportamos dolor psicológico y físico con tal de llevar a casa lo que hace falta para sacar adelante a nuestros hijos. ¡Si alguien lo duda que mire, al menos una vez, la de cientos de mujeres cargadas de fardos que cruzan la frontera a diario por un par de míseros euros! Mujeres que laceran sus cuerpos pero lo hacen con el sabor de boca del deber cumplido y en su papel de ser las mantenedoras de las familias. Y después de esto ¿alguien cree que tenemos algo que celebrar? ¿Es suficiente sacar nuestras mejores galas y ponernos las primeras en la foto?
No hay que irse muy lejos para darnos cuenta del papel que siempre hemos tenido en nuestra sociedad. El refranero español es sabio y fiel reflejo del pensamiento generalizado. “Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. Y yo me pregunto: ¿por qué detrás y siempre detrás? Han habido muchos casos a lo largo de la historia de la humanidad de mujeres sobresalientes que brillaron con luz propia sin ser secundarias de un varón. Hemos tenido científicas notables (Madame Curie, premio Nóbel), escritoras magistrales (Rosalía de Castro), soldados cuyo valor empujaba a las tropas sin descanso (Agustina de Aragón), incluso Gobernadoras (María de Eza). Pero a pesar de estos ejemplos, podemos ver que esa idea de “Siempre Detrás” se mantiene inalterable a lo largo de los siglos, la mujer a la zaga del hombre, ocupando siempre un puesto secundario en una sociedad que realmente ha sido y es discriminatoria con el sexo femenino. Una discriminación que es obvia en muchos aspectos, como el empleo, la educación, como en los salarios que percibe, en la escasa presencia en puestos directivos y políticos, y así podríamos enumerar hasta la saciedad y sólo llegaríamos a una conclusión alarmante y penosa, que la mujer sigue siendo considerada inferior.
Muy a pesar de todo esto y con una lucha que dura ya demasiado tiempo, la participación de la mujer en el mundo laboral y remunerado sigue en aumento. Hemos visto la importancia de alcanzar puestos tanto en el ámbito privado como el público, y hemos visto que estamos tan capacitadas como los hombres para la educación, la política, la literatura y el arte. El problema es hacer ver al varón que las mujeres somos tan buenas como ellos, ni mejores ni peores, simplemente iguales, por lo que exigimos ser consideradas en igualdad de condiciones.
No se trata, sólo de que las mujeres participen y entren en los ámbitos y roles de los que históricamente se han visto excluidas, sino de construir un nuevo modelo de relaciones sociales entre mujeres y hombres, que aporte mayor calidad de vida a través de la redistribución social equitativa, compartiendo los espacios públicos y privados, las decisiones, las responsabilidades familiares y profesionales, los recursos y el tiempo. Se trata en definitiva, de conseguir una sociedad más igualitaria, equilibrada y democrática.

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