Opinión

Devolver el alma a la naturaleza, por Septem Nostra

A veces me pregunto si los ceutíes saben de la magia y el carácter sagrado de la ciudad en la que viven. Creo que lo desconocen y esto explica el maltrato que le dispensan. La culpa no es achacable a la ciudadanía. Las autoridades educativas no han hecho por dar a conocer los secretos de este lugar. Puede que ni siquiera las instituciones relacionadas con la educación operen con mala fe. La ignorancia, en este caso, es un eximente que debemos aceptar. Tampoco los historiadores estamos exentos de responsabilidad en este generalizado desconocimiento del genius loci de Ceuta. La Universidad, en términos generales, ofrece una visión de la condición humana acorde con nuestra sociedad insensible, incrédula, racionalista, materialista y carente de imaginación. Todo aquello relacionado con la esfera espiritual, emotiva y simbólica ha sido despreciado y abandonado como trastos viejos en una escondida buhardilla. Lo que ha quedado del ser humano es un armazón vaciado de contenido y rellenado por ideas simplistas, disgregadas y carentes de sentido. Este vacío que ha quedado tras la extirpación del alma corre el peligro de ser ocupado por ideales fanatizados de tipo económico, político y religioso.

La vida que vivimos gira en torno a la economía a la que se sacrifica todo, incluso el propio ser humano. Lugares como Ceuta han sido transformados en apenas doscientos años hasta hacerla irreconocible. Sobre un centro histórico que nunca llegó a conformarse de una manera ordenada y coherente empezó a construirse, a principios del pasado siglo XX, una nueva ciudad fruto de una mezcolanza de estilos arquitectónicos importados del resto de España y Europa. El caserío de pequeñas casas blancas con sus huertos desapareció en un abrir y cerrar de ojos. La llegada masiva de inmigrantes interiores procedentes de cercanas localidades andaluzas generó un serio problema de chabolismo que tardó muchas décadas en poder solucionarse. Las prisas por encontrar acomodo a un importante sector de la población ceutí y la falta de presupuesto explican la baja calidad arquitectónica y los graves déficits urbanísticos de las barriadas que empezaron a crearse en el Campo Exterior de Ceuta.

Muchas de las personas que vivieron en condiciones infrahumanas en los barrios de chabolas de Ceuta vivían de la riqueza de los mares que rodean a nuestra ciudad. Esta riqueza piscícola estuvo detrás del origen urbano de Ceuta en época romana y ha sido un factor crucial en la economía local desde los inicios de la ocupación humana de este territorio hasta hace pocas décadas. La pesca ha sido clave en nuestro devenir histórico y la principal fuente de subsistencia de los sectores más desfavorecidos de la sociedad ceutí. Pero, como dice el dicho popular, el hombre no vive sólo del pan. Necesita otros “alimentos” que nutran sus sentidos, su alma y su pensamiento. El mar ha sido fuente de inspiración religiosa, cultural y artística para los habitantes de Ceuta desde tiempo inmemorial. La arqueología nos ha permitido conocer que en la Ceuta romana existió un aula de culto dedicada a la diosa Isis, a la que unos navegantes dedicaron un voto para que les protegiera de la fuerza del mar. Esta misma tradición permanece bajo la advocación de la Virgen del Carmen. También sabemos que el Estrecho de Gibraltar y Ceuta eran consideradas aguas sagradas durante los siete siglos de presencia musulmana en nuestra ciudad. Aquí se daba “la confluencia de dos mares” citada en el Corán y aquí también se ubica la fuente de la eterna juventud custodiada por el célebre Al Khadir. Esta ciudad, si por algo se caracteriza, además de por su importancia estratégica, comercial y cultural, era por el elevado número de santuarios existentes. Cuando Al Ansari llora la pérdida de Ceuta ante las tropas lusitanas de lo primero que habla es de los lugares sagrados que poblaban la geografía ceutí.

“Sin embargo, resulta ingenuo y poco inteligente no tomar conciencia de todo lo que hemos perdido por el camino”

El tiempo pasa y el progreso, como dicen, es inevitable. Sin embargo, resulta ingenuo y poco inteligente no tomar conciencia de todo lo que hemos perdido por el camino. Sin duda hemos ganado en confortabilidad, en derechos sociales y laborales, en acceso a la educación y a la cultura, en bienestar personal y salud, en conocimiento científico y en avances tecnológicos que han reducido las distancias físicas y mentales entre los seres humanos. Pero, ¿Qué se ha quedado en el camino? ¿Qué huella estamos dejando en el planeta las generaciones actuales? Empezando por esta última cuestión a la vista de todos está la devastación ambiental de la tierra. No nos hemos conformado por contaminar los mares, arrasar bosques, colmatar ríos, desmontar montañas y rellenar valles. Por si esto fuera poco hemos alterado el frágil equilibrio climático y provocado un cambio global en la biosfera que está causando la denominada sexta extinción planetaria. Todo, incluidos los propios seres humanos, son sacrificados en el altar de la economía. La precariedad económica y la desigualdad social lejos de reducirse con el paso del tiempo no han hecho más que agudizar según se suceden, una tras otras, las recurrentes crisis económicas.

¿Y los seres humanos? ¿Qué ha sido de nosotros? Hasta nuestras propias capacidades sensitivas han sido anuladas o permanecen anestesiadas. La mayoría de la población vive hacinada en desorbitadas metrópolis en las que la naturaleza está ausente o es un simple motivo decorativo en jardines estereotipados o rotondas selladas con césped artificial. Las experiencias gratificantes o significativas que aporta el contacto directo con la naturaleza es algo que nuestros escolares, encerrados entre cuatro paredes, desconocen o se les administra con cuentagotas. Crecemos, así, en un entorno que consideramos carente de significado y de valor. ¿A alguien puede extrañarle, teniendo en cuenta esta premisa, que nuestros campos se hayan convertido en estercoleros? Sin la experiencia de aprecio y amor por la naturaleza, nuestros hijos crecen si los mínimos valores morales y éticos que requiere el equilibrio ambiental y el mutuo respeto entre los ciudadanos.

Como decíamos antes, una de las causas principales de la degradación de la condición humana estriba en lo que el historiador Arnold Toynbee llamó “el cisma del alma interior” con el consiguiente desmoronamiento de la clave de toda significación. En la misma línea, el conocido psicólogo Carl Gustav Jung, afirmó que “una concepción del mundo o un orden social que separen al hombre de las imágenes primordiales de la vida no sólo no son cultura sino que son en medida creciente una cárcel o un establo”. Quien por ignorancia, por insensibilidad o por falta de dominio del lenguaje resulta excluido de los símbolos significativos de la propia cultura es condenado a una muerte de la personalidad y a la imposibilidad de alcanzar una vida plena y elevada.

La religión, la mitología, el arte y la cultura son los medios que sirven al ser humano para transformar la experiencia en símbolos y los símbolos en experiencias vitales. Estos símbolos son muy fuertes y valiosos en el caso de Ceuta. En nuestra geografía es posible reconocer algunos arquetipos básicos de la psique humana, como el del sí-mismo, el del anima, el del axis mundi, el del Viejo Sabio, el de la fuente de la eterna juventud, etc…Esto explica la multitud de mitos y leyendas que tienen como escenario Ceuta y el Estrecho de Gibraltar. Conocer y valorar estos mitos es importante para nuestros niños y para los propios adultos ya que por medio de ellos se transmiten contenidos inconscientes a la conciencia donde pueden ser interpretados e integrados. Nuestra vida, gracias a esta reconciliación del mundo de adentro y el mundo de afuera, consigue elevarse y trascender, logrando lo que todos aspiramos: que nuestra vida tenga un sentido y que disfrutemos de salud psíquica.

Otra consecuencia positiva de esta conjunción de opuestos sería la devolución a la naturaleza del alma arrancada de cuajo por el materialismo y mecanicismo. Devuelta a la naturaleza su alma ésta volverá a ser sagrada y venerada por el ser humano y, así la tierra y la humanidad, tendrán una oportunidad de sobrevivir.

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