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Detrás del burkini

La decisión de la ciudad francesa de Cannes de prohibir el uso del burkini en las playas de esta ciudad mediterránea es una prueba más de la histeria política que sacude a los países europeos. En una mezcla de irresponsabilidad y arribismo político, el alcalde conservador de esta localidad, David Lisnard, sorprendía en Francia con la adopción de esta medida.

Uno de sus allegados la justificaba porque el uso del burkini “puede alterar el orden público”, e iba aún más lejos cuando afirmaba también que estas “vestimentas aluden en forma ostentosa a una lealtad hacia movimientos terroristas que nos han declarado la guerra”. Unas declaraciones con una carga profunda de odio y ávidas de cosechar el voto de extrema derecha (no olvidemos que se está en vísperas de campaña electoral).
No obstante, no debemos reducir estas declaraciones a un exabrupto electoral única y exclusivamente, nada más lejos de la realidad. Sintetizan y condensan muchos de los argumentos islamófobos que circulan por ahí impunemente. Dicha idea común, es que existe un vínculo directo entre islam y terrorismo. Así, el terrorismo de DAESH se legitima porque los terroristas lo hacen en nombre del islam, y aunque el 90% de las víctimas de esta organización terrorista son musulmanes, y que los musulmanes en su inmensa mayoría les rechaza y condena, ello es irrelevante para este argumento del miedo, pues las tesis se reducen a algo tan sencillo como que “si no hubiera islam, no habría terrorismo islamista”.
Según este planteamiento toda barba que porte un musulmán (no se incluyen la de los hippster que por definición son occidentales) implica un alarde público de apología del terrorismo, las mezquitas que se erigen en Francia son un monumento al terror y a la barbarie, los velos (hiyab) son una exaltación del califato de DAESH, y la práctica del ramadán es puro proselitismo yihadista. Y es así como surgen las sentencias de los expertos e intelectuales que pululan en la esfera pública apostillando con “claro que sí” cuando aseveran que el islam, y por ende todos y todas que lo practican, es incompatible con la democracia. En este sentido, resulta cuanto menos curioso el empeño de “occidente” de exportar esa democracia (a base de bombas e invasiones) a los países islámicos cuando su propia naturaleza, según afirma esta ideología, sabemos que es contradictoria con dicho tipo de régimen.
Este planteamiento diabólico que acaba por deshumanizar a los conciudadanos musulmanes europeos puede traer consecuencias funestas, como sucedió en el pasado. Tras los atentados de París, la pensadora y escritora feminista Brigitte Vasallo escribía un artículo bajo el título “Nunca más en nuestro nombre” en el que alertaba de los males de este creciente odio: La islamofobia es el antisemitismo del siglo XXI. Se está construyendo de la misma espantosa manera, en un calco histórico alarmante. Testimonio de una época que aún es la nuestra, Hannah Arendt nos advierte de la banalidad de un mal camuflado en pequeños gestos cotidianos, en las oportunidades perdidas de oponernos a los mandatos, en las veces que seguimos la corriente, que simplemente nos dejamos llevar. Arrastrar. El abismo que se abre ante nosotras se constituye de esa mezcla fatal de ira e indiferencia por el destino de nuestra conciudadanía musulmana, abocada al fanatismo de los que se apropian de su identidad y de su creencia, y abocada al desprecio de las que nos proponemos laicas y civilizadas mientras alimentamos el odio hacia “los otros”. Hacia nosotros y nosotras.
Defender la libertad es frenar el odio, acaba su artículo Vasallo. Esta cita es de una vital importancia. La pérdida de derechos y libertades no pueden ser el camino para luchar contra el terror, ni la propia lucha contra él puede justificar la estigmatización de todo un colectivo. No es necesario dejar de ser musulmán para estar en contra del terrorismo, ni es preceptivo quitarse el velo para defender una sociedad laica, ni es imperativo que las mezquitas desaparezcan para que dejemos de tener miedo. Es el momento para que todos alcemos nuevamente ese grito de “no pasarán”, y toda la sociedad civil, musulmanes y no musulmanes rechacemos el terror, el odio y el racismo.

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