Opinión

Determinación y libertad

Skinner negaba al hombre toda autonomía. Partía de la idea de que es el medio ambiente el que forma y controla al hombre y no al revés, aunque naturalmente, como parte integrante de ese medio ambiente, lo configura también y se configura a sí mismo. Sin embargo la etología y el estudio comparativo nos hacen pensar que hay una preprogramación en el ser humano en determinadas esferas, mediante adaptaciones filogenéticas, que codeterminan su comportamiento. El hombre, pese a todas las experiencias de la historia, da muestras en su conducta social de una incapacidad asombrosa de aprendizaje. Existe una clara desproporción entre los extraordinarios éxitos alcanzados por el hombre en el dominio del medio ambiente y su desesperante incapacidad para resolver los problemas intraespecíficos. En lugar de acabar con las guerras nos esforzamos en crear armamento cada vez más poderoso. La tecnología está al servicio del egoísmo y de la violencia en un claro servicio a una íntima pulsión de dominio y poder de unos sobre otros. Esto no hace más que indicar que nuestro comportamiento para con los semejantes se encuentra determinado en mayor medida por componentes innatos y no tanto por esfuerzos de aprendizaje de lo que es el caso en su comportamiento hacia el medio ambiente exterior a la especie.
El hombre, en lo que respecta a su comportamiento social, viene al mundo realmente dotado de preprogramaciones. Todos los seres humanos compartimos ciertos modos de comportamiento universales que se manifiestan sobre todo al actuar en grupo. Por encima de lo cultural nos asemejamos unos a otros en puntos esenciales de nuestra estructura de motivaciones y actuamos según prejuicios parecidos. Solamente por esto nos podemos entender y sentir una homogeneidad universal por encima de la pseudoespecificación cultural que nos divide. Sacamos además seguridad de esa base de lo innato que ofrece a nuestro comportamiento ciertas directrices obligatorias.
Sin embargo, en las sociedades, como en las culturas, por muy coherentes que puedan presentarse, siempre hay espacio para el desarrollo de las biografías personales como historias de vida irrepetibles e irrepresentables que buscan su realización. El mundo está participado de múltiples y complejos mundos reales encarnados en los universos culturales que definen la humanidad. El intento globalizador neoliberal implica el reduccionismo de todos ellos a un único modelo cultural guiado por intereses bastardos cuyo único fin es el económico y que elimina la dignidad del ser humano, en sentido Kantiano, puesto que el hombre deja de ser considerado como un fin en sí mismo para convertirse en cliente, es
decir, en medio para los fines materiales de una minoría que ostenta el poder económico.
Reducir al ser humano a simple paciente cultural, olvidando su dimensión como agente se nos antoja simplista en exceso puesto que la cultura y la sociedad son las condiciones de la condición humana, pero no la condición humana misma. Para el ser humano no hay uso de la libertad, ni de la razón, sin condicionamiento social y cultural, pero tampoco hay cultura humana sin la praxis de la libertad ni el ejercicio reflexivo de la razón. La cultura y la sociedad conllevan para la persona una tensión dialéctica ya que es en ellas donde debe decidir entre determinación y libertad.
Creemos, con Raul Fornet-Betancourt (“Meditación sobre nuestro tiempo. O de la filosofía y la situación espiritual de nuestra época” - Agenda Latinoamericana, 2007), que el “espíritu de nuestra época”, en el sentido Hegeliano, está marcado por la ideología liberal de las fuerzas económicas que usan el poder material que detentan para reducir el planeta a un mercado y a los seres humanos a meros consumidores que han de ser materialistas e individualistas a ultranza. Por otro lado coincidimos con Vattimo (“El fin de la modernidad” Planeta 1994) en que se trata también de una sociedad de la comunicación generalizada en que los medios de comunicación han sido determinantes en la disolución de los puntos de vista centrales. La sociedad resultante es mucho más caótica.
Para Nietzsche la imagen de una realidad ordenada racionalmente sobre la base de un principio era solo un mito asegurador. Siguiéndole Heidegger demostró que concebir al ser como principio fundamental y la realidad como un sistema racional de causas y efectos no era sino un modo de hacer extensivo a todo el ser el modelo de objetividad científica, reduciendo finalmente a ese nivel de puras apariencias mensurables, manipulables y sustituibles al hombre mismo.
Rota esta visión en la sociedad postmoderna, caracterizada por el abandono de la concepción unitaria de la historia y de la idea de progreso, observamos como el ser humano, perdidas lo que Fornet-Betancourt llama tradiciones, cae en las redes de esta ideología dominante que lo presiona, somete y reduce. El ser humano vive en un tiempo que es el suyo, pero que no le pertenece porque no es el actor y gestor de su curso. Vivimos en un mundo desgarrado por la barbarie generada por su alta civilización y el ser humano ha interiorizado esta contradicción, pero no para tomar conciencia de sí mismo y de su época como una encrucijada histórica en la que puede y debe tomar decisiones, sino para disolverla en un mundo de imágenes que le aprisionan cada vez más en su engranaje.
Así, en nuestras sociedades, caracterizadas por la enorme importancia de los mass-media que imponen sus clasificaciones del mundo, aparece una nueva cultura, llamada pseudocultura por los teóricos de la escuela de Frankfurt, caracterizada por su no asunción del significado ilustrado de ampliación y perfeccionamiento de las facultades humanas. Éste es el sentido de la postmodernidad para Vattimo como superación de la modernidad y de su idea de progreso.
La publicidad y la propaganda tienen la función específica de elaborar una nueva cosmovisión resultado de la mercantilización global de todos los procesos sociales a partir de la lógica del beneficio. El tiempo del ocio y el consumo se convierten en el tiempo del beneficio en el neocapitalismo tecnológico y el mercado de producciones ideológicas (cine, radio, televisión, redes sociales, plataformas digitales) no deja de incrementarse, anulando así la capacidad de análisis crítico y convirtiendo al hombre en un individuo pasivo y desindividualizado. Las producciones de esta nueva cultura no requieren ya de esfuerzo intelectual y sensorial, todos sus procesos están adaptados al consumo masivo con fines de rentabilidad económica, integración y adaptación ideológica.
El esquema marxista deja de valer puesto que la superestructura se convierte en infraestructura económica y la infraestructura en superestructura ideológica como resultado de esta mercantilización de la consciencia. A partir del cálculo de rentabilidad y empleando técnicas de motivación social se amolda a consumidores y receptores a los gustos de la oferta y la demanda incentivando la moral del éxito y el individualismo posesivo que comportan fuertes componentes de exacerbación de la competitividad y la obsesión por destacar sobre la masa. Lo simbólico resulta ser, paradójicamente, lo más “material” de las sociedades actuales.
Así llegamos a una sociedad administrada, en el capitalismo avanzado, en la que el tiempo existencial se encauza hacia el tiempo productivo y esta cultura de dominación se hace presente en la cotidianeidad. Dejamos de ser humanos para convertirnos en seres económicos de producción y consumo y se pierde la bidimensionalidad de la vida para ser sustituida por lo que Marcuse llama la unidimensionalidad. Para ello se reclama el fin de las ideologías y de la historia, pero esto no deja de ser una ideología. Se trata de una ideologización antiideológica cuyo fin es planificar las facultades humanas en formas asumibles por el sistema mediante la pérdida progresiva de la racionalidad y de la libre creatividad.
Sin embargo, y pese a que hay una cierta omerta en los llamados mass media que nos suministran una información tipo fast-food, rápida y sin contenido, la omnipresencia de internet ha venido a producir una explosión y multiplicación general de concepciones del mundo (weltanschauungen). Y la liberación de todas esas múltiples culturas y subculturas ha olvidado el ideal de una sociedad transparente, objetivo de la tan traída globalización, buscada por los centros de poder económico. La realidad es el resultado de cruzarse las múltiples imágenes, interpretaciones y reconstrucciones que distribuyen los medios de comunicación en competencia mutua y sin coordinación central alguna. El arte y la ética siempre han sido saberes normativos ya que confrontan el “es” y el “debe ser” en una dialéctica entre la dominación y la liberación. Perdida esta perspectiva bidimensional de la realidad a favor de un modelo cultural que mediante técnicas persuasivas redefine y legitima las necesidades humanas con motivaciones inhumanas y tendencias antisociales se pierde el tradicional antagonismo entre la cultura y la realidad social mediante la extinción de los elementos de oposición, ajenos y transcendentes, por medio de los cuales se constituía otra dimensión de la realidad. Sin embargo, no creemos que, como dice Habermas, el mundo-de-lavida desaparezca ante este avance de la racionalización instrumental, sino más bien que se desplaza; que una vez perdida esa dimensión liberalizadora de la cultura, el ser humano se ve empujado a buscarla en otras manifestaciones como la fiesta, el juego y las aficiones.

Paco Bonilla

Licenciado en filosofía por la Universitat de Valencia (1994) lleva dedicado a la docencia hace más de treinta años. Colaborador habitual en medios de prensa escrita es autor de varios libros, como La desacralización del cosmos. Posibilidad y función de las teorías cosmológicas, publicado por Esferas del Saber. Como novelista ha publicado recientemente El silencio de los pájaros y un libro de relatos: Durante la pandemia. Los escritos de Canfali.

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