Cada semana entre cinco y diez inmigrantes subsaharianos intentan alcanzar la península escondiéndose debajo de los camiones. Las fuerzas de seguridad reconocen una presión incontrolable.
Pongamos que se llama Brahim. Y pongamos que procede del Congo. Añadamos además que vive, desde hace meses, en el CETI esperando que llegue el momento de cruzar al otro lado del Estrecho tras un periplo por el África negra que no ha tenido el final esperado. Estas variables conforman la ecuación matemática con la que a diario se topan los guardias civiles y policías portuarios que trabajan en el embarque. Ya se ha convertido en actuación común la detección de subsaharianos, con tarjeta amarilla que les identifica como solicitantes de asilo, escondidos en los bajos de los camiones o merodeando por la zona de embarque intentando captar algún camionero despistado.
Tan común es que, como media, las fuerzas de seguridad interceptan semanalmente entre cinco y diez inmigrantes de esta guisa. “Hay semanas en las que el pico se supera y otras en las que no se alcanza”, apunta una fuente del Instituto Armado. Los intentos de pase se hacen más o menos organizados. Hay subsaharianos que buscan la escapada de manera individual (el pasado domingo lo intentaron dos y el miércoles sólo uno) pero los hay también que se organizan en grupos de hasta seis, eligiendo un camión para buscar en sus bajos la tarjeta de salida.
A todos ellos les acompaña el sentimiento de buscar que la ley se aplique como ellos demandan. Al ser solicitantes de asilo cuya petición se ha admitido a trámite y está a la espera de una resolución, entienden, al igual que las oenegés que los defienden, que pueden transitar por todo el país de manera libre. Y esa concepción de ‘todo el país’ aplicada a Ceuta o Melilla significa que podrían embarcar en el ferry de manera libre y permanecer en cualquier punto de España a la espera de que su caso se resuelva. El temor de las fuerzas de seguridad a que esta permisividad, que es mera aplicación de ley, provoque un efecto llamada les mantiene retenidos en Ceuta. El efecto colateral inmediato que esta retención provoca es el intento de escapada al más puro estilo de la mítica operación feriante. “La presión es incontrolable. Los detectamos aquí y otras veces en el segundo filtro, en Algeciras”, apunta la misma fuente. Quienes más sufren esta presión no son sólo los agentes, también los camioneros. Y es que han expresado su temor a que se les relacione con un delito contra los derechos de los extranjeros ya que cuando el subsahariano es detenido la Benemérita le pregunta si ha pagado dinero al transportista para pasarle ilegalmente. “¿Qué pasará si algún día uno dice que sí?, me buscan la ruina”, dice Manuel G., camionero en la zona de embarque, quien, de forma voluntaria expresó este malestar a ‘El Faro’. La situación ha llegado a tal punto que algunos agentes del Cuerpo reclaman el uso, constante y permanente, del escáner que se utiliza para detectar inmigrantes al término de las fiestas patronales. De esta forma se evitaría que alguno de estos subsaharianos lograra su objetivo, como así ha sucedido. Esta medida no se ha aplicado, bien por falta de personal bien porque la cúpula de mandos no la considera necesaria ante un fenómeno que se ha convertido en la novedad clandestina.