Sin necesidad de poner el despertador, hoy me he levantado a la hora adecuada para preparar mis cosas y salir a disfrutar de la naturaleza. Cuando me asomé por la ventana el día me pareció despejado, pero al salir una espesa niebla cubría la calle. No por eso desistí de mi propósito y me dirigí con paso firme hacia la Rocha. Tengo la suerte de tener estos bellos acantilados a apenas cien metros de mi casa. La humedad se me pegaba a la ropa según andaba. Al llegar a mi cercano destino puede contemplar un paisaje fantasmagórico. Apenas se distinguía el perfil del Monte Hacho ni el propio mar. Lo único que percibía con nitidez eran los graznidos de las gaviotas.
La niebla crea paisajes irreales. Se forman sutiles colinas y acantilados informes, superficies algodonosas y olas de nubes.
Como si fuera un tsunami, la niebla ha impactado contra la bahía sur de Ceuta. El sol no sé muy bien si ha emergido del mar o de la niebla.
Según iba tomando altura la niebla se replegaba dejando ver el azulado mar.
Como es habitual, las gaviotas celebran la llegada del sol hablando entre ellas. Si tuviera la sabiduría del rey Salomón entendería su lenguaje.
Siguiendo a la niebla me he dirigido al Recinto Sur. La bahía mediterránea de Ceuta hoy ha amanecido cubierta por un manto nuboso.
Cientos de gaviotas se arremolinaban entre las rocas de los acantilados. Parecía que habían establecido un sistema de vigilancia por la niebla. De manera disciplinada ocupaban los antiguos garitones del siglo XVIII con la mirada fija en el difuminado horizonte.
"La niebla crea paisajes irreales. Se forman sutiles colinas y acantilados informes, superficies algodonosas y olas de nubes. Como si fuera un tsunami, la niebla ha impactado contra la bahía sur de Ceuta"
Me gusta ver y captar los colores de la naturaleza que vuelven a la vida cuando los primeros rayos del sol impactan sobre ellos. En esta atípica primavera los mirabeles se han extendido por todos los paisajes aportándoles sus atractivas tonalidades amarillas en sus flores y verdes en sus tallos y ramas.
Como puede apreciar, no tengo que irme muy lejos para disfrutar de los espectáculos que nos ofrece la naturaleza y por este motivo, entre otros, me siento muy afortunado. No hay dos días iguales, así que la fuente de la inspiración para un escritor en Ceuta es inagotable. Tampoco nosotros somos los mismos al despertarnos. Las vivencias del día anterior, el contenido de los libros que leemos antes de acostarnos o nuestro viaje al mundo de los sueños son determinantes para la configuración de nuestro estado de ánimo. La recuperación de mis salidas a la naturaleza está contribuyendo a elevar mi ánimo y afrontar con esperanza el futuro. Observo en los rostros de las personas con las que me cruzo en estas dos mañanas de desconfinamiento una renovada vitalidad y un deseo de reconectar con la vida y la naturaleza. Es inevitable que sintamos miedo al contagio del COVID-19 y es necesario que no bajemos la guardia. No obstante, la vida sigue su curso en el interminable ciclo de nacimiento, muerte y renovación. Puede que ahora, bajo una amenaza constante a enfermar, apreciemos más el milagro de la vida y aprovechemos la oportunidad que la naturaleza nos brinda a diario para emocionarnos, cultivar nuestro pensamiento y desarrollar nuestra creatividad. El amor, la sabiduría y el arte tienen que ser los cimientos de un mundo nuevo modelado por todos y cada uno de nosotros con los materiales que generosamente nos aporta la naturaleza. Se habla mucho en estos días de reconversión de la economía o de reconstrucción de nuestro país. Yo prefiero utilizar el término restauración para la tarea que debemos emprender a partir de este momento.
Los criterios de restauración de la naturaleza y de nuestras ciudades tienen que estar claramente establecidos y basados en el respeto a la vida y a la dignidad de todas las formas de vida, empezando por el propio ser humano. El amor a la tierra debe animar todos y cada uno de nuestros proyectos y acciones individuales y colectivas. Es hora de establecer una estricta ética de respeto a la vida y, como hemos indicado, a la dignidad de todos los seres vivos. Para ello tendremos que disminuir el porcentaje de tiempo de desperdiciamos en cosas banales y la cantidad de bienes que consumimos y acumulamos. La calidad y no la cantidad debe primar en todo lo que pensamos y hacemos. El flujo de información y de mensajes que recibimos inunda nuestra mente y es hora de ser selectivos y promover la síntesis del conocimiento científico. No se trata de saber más, sino de aprender a pensar mejor y por nuestra cuenta. La sabiduría, y no la acumulación de conocimiento, tiene que ser nuestra meta. Si hay un conocimiento perdido que debemos recuperar es el de la imaginación, tal y como ha expuesto Gary Lachman, de manera magnífica, en su última obra editada por Atalanta (Gary Lachman, el conocimiento perdido de la imaginación, Atalanta, 2020). El mundo de la imaginación, o mundo imaginal, según lo definió Henry Corbin, es tan real como la tierra que pisamos, aunque de una “materialidad” distinta. Los seres que la habitan hablan un lenguaje que fue el corriente en el pasado y que ahora hemos olvidado: la lengua de los símbolos. Seguimos conservando algunos de los dialectos, como el del lenguaje hablado y escrito, y las ideaciones gráficas de las matemáticas, pero son formas de expresión que se han ido empobreciendo al faltarles los ingredientes básicos de la imaginación y los sueños. No concibo el diseño de un mundo nuevo sin la imaginación poética y artística. Antes de reconstruir nuestra realidad tenemos que ser capaces de recrearla en nuestra imaginación.
Carecemos de líderes proféticos y visionarios. El ciclo de los profetas se acabó hace tiempo, aunque ello no implica la inexistencia de guías y maestros. Muchos de ellos ya no están entre nosotros, pero nos han dejado sus obras y su ejemplo. Acude a mi mente el recuerdo de algunos autores que me han ayudado a conformar mi pensamiento, como Lewis Mumford, Patrick Geddes, Goethe, Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, Walt Whitman, C.G. Jung, Joseph Campbell o Henry Corbin. Estos autores me han abierto el camino hacia la senda de mi propio autodescubrimiento y me han conducido hasta el mundo del pensamiento y la imaginación. Ahora sé que mi mirada tiene que ser con los ojos de “fuego”, los únicos capaces de ver desde el corazón y apreciar lo que, para muchos, pasa desapercibido. Esta mirada sería imposible si mi corazón no fuera en este momento un templo que acoge agradecido a Sophia Aeterna. Ella es la que me hace percibir, sentir, pensar y actuar con ahora lo hago.
Es inevitable hablar de uno mismo para tratar sobre la restauración de la tierra. El único camino posible es el de la individuación y para cada uno de nosotros esta vía es distinta. Como los caballeros de Grial, tenemos que tomar nuestra propia senda en la búsqueda del Grial. Si no queremos fracasar -como le ocurrió a Parzival en su primer encuentro con el castillo del Grial- tenemos que plantearnos la pregunta correcta: ¿qué nos aflige a nosotros y a la tierra en estos momentos? ¿Por qué la tierra está baldía? La respuesta es que la fuente del agua de la vida se ha secado y no volverá a rebrotar hasta reaparezca el Grial en la “confluencia de los dos mares”. Entonces el templo interior y el exterior serán uno.
Este escrito se pubicó en el blog http://josemanuelperezrivera.com el 3 de mayo de 2020
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