Hace pocos años, consumir productos ecológicos era cosa de cuatro “iluminados”, según les calificaban algunos. Hoy día asistimos a una verdadera eclosión de consumo ecológico, de producción sostenible y de conciencia medioambiental. Se nota en las tiendas, en los proyectos de investigación, en los fondos que se dedican a promover la investigación científica.
Y es que la realidad es tozuda. Ya no se trata de que la mayor red de científicos del mundo nos haya avisado de que estamos llegando, peligrosamente, a un punto de no retorno. Es que se ve a diario. Los inviernos ya no son inviernos. Los veranos tampoco. O el frío se hace irresistible, o el calor es insoportable. Y cuando llueve, no lo hace a gusto de casi nadie. Son verdaderos torrentes que arrasan todo lo que encuentran a su paso. De los incendios mejor no hablamos, pues aquí la mano criminal de bastardos intereses está clara.
Nuestro país es uno de los espacios geográficos europeos más sensibles a los riesgos naturales, dada su posición geográfica. Así, el aumento de los episodios de calor extremo y de olas de calor, son frecuentes, dada nuestra cercanía al Sahara. También las lluvias torrenciales, a consecuencia del calentamiento de las aguas de nuestros mares. Parece que se está perfilando la evolución de nuestro clima hacia un tipo subtropical, con una marcada estación seca y otra de precipitaciones mucho más concentradas en el tiempo, lo que está suponiendo un cambio climático muy drástico.
Y respecto a los grupos de personas especialmente sensibles, destacan las personas con peor salud (con enfermedades cardiovasculares o respiratorias, de aparato digestivo, neoplasias o enfermedades endocrinas, enfermos tratados con vasoconstrictores, antihipertensivos, diuréticos, tranquilizantes…), las personas mayores, las personas alérgicas, niños y adolescentes, grupos con menores recursos económicos (con accesos inadecuados a acondicionamiento de aire, viviendo en zonas urbanas más contaminadas…), trabajadores manuales expuestos a condiciones ambientales extremas, inmigrantes y turistas.
Días atrás se celebraba en la localidad granadina de Armilla la feria de productos naturales y ecológicos Bionatura. La panadería ecológica de mi familia estuvo presente. También había vinos, quesos, cosmética, colchones, coches eléctricos, masajes naturales….Todo un placer para los sentidos y la vida sana. Aunque, según los más veteranos, no acudió tanta gente como otros años, algunos que venían de otra feria similar en Córdoba comentaron que en aquella ciudad se desbordaron todas las previsiones. En algunos casos ocurrió algo similar aquí.
A nuestra panadería ecológica, además de exponer los productos artesanos elaborados con harinas ecológicas y masa madre, se le requirió para desarrollar varios talleres para niños y otro más para mayores. Se trataba simplemente de mostrar cómo se hacía un buen pan ecológico, o una base de pizza también ecológica, en el caso de los niños; además de explicar las bondades de la sostenibilidad, el respeto al medio ambiente y los aspectos nutritivos saludables de una materia elaborada con productos sin aditivos añadidos. Pero aquí fallaron los cálculos de los organizadores. Donde iban a desarrollarse dos talleres de una hora, para 20 niños cada uno, se tuvieron que organizar cuatro de media hora para un total de 120 críos de no más de 9 años. Y donde iba a llevarse a cabo un taller para 10 personas mayores de 1 hora, se tuvo que reconvertir en una conferencia magistral para más de 60 personas, todas interesadas en el sistema de elaboración artesana de este producto.
Pero siempre tiene que haber algún osado que mete la pata. Más por no saber callar, que por falta de conocimiento. Ocurrió con varias personas. Una de ellas, cuando acabó uno de los talleres de pan, se acercó y le preguntó al ponente: Oiga, ¿este sistema de hacer el pan es como el que utiliza mi mujer con el robot de elaboración de pan?. Entonces, el ponente le contestó: ¿usted ha escuchado la presentación bien?. La otra persona le preguntó si las manos eran una herramienta o un ingrediente más del pan. Se le mostró un trozo de masa y se le dijo: Ve, no lleva trozos de mano. Por tanto, es una herramienta.
No recuerdo si ese mismo día, o al siguiente, me acerqué a un puesto que vendía vinos ecológicos de una región española. El vendedor, casualmente, era el mismo de una de las preguntas del pan. Probé varios de los vinos y le compré una caja del que más me gustó, hecho de uva Syrah. Me fijé en el certificado de producción ecológica que tenían y le comenté algo al respecto. Su conversación me dejó más perplejo aún que con lo del pan. Mire, me dijo, para nosotros, que somos una bodega centenaria, este certificado no es más que un certificado más, pues no hemos variado en nada nuestra forma de producir el vino. Yo le dije que creía que se equivocaba, pues estos certificados de producción ecológica significan, no solo que se respeta la tradición, sino que las tierras se han sometido a un proceso de purificación, para desprenderse de determinados productos químicos y pesticidas no permitidos en este tipo de elaboración. Pero el buen señor me siguió insistiendo que no, que ellos lo hacían todo igual. Cogí mi vino y me fui, pues no tenía más ganas de polemizar con alguien que se empeñaba en decir que lo del certificado ecológico no era nada más que un papel.
Lo que sí es cierto, y lo vemos a diario, es que el interés por la alimentación sana, junto a una vida saludable, la producción responsable y sostenible, y el respeto al medio ambiente, sigue en aumento, pese a los intentos de Trump por llevar la contraria al mundo entero.
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