Despedidas

Hace ahora un año que comenzó la guerra de Ucrania. Entonces nos sorprendió a todos la inicial reacción del ejercito ucraniano ante los bombardeos del ejército ruso, que parecía que no hacía nada por defenderse. Putin justificó la agresión en la defensa de los rusos que vivían en el Donetsk, que estaban siendo acosados y, casi, exterminados por un supuesto ejército privado de ideología nazi. Por tanto, sus intenciones no eran más que la noble defensa de sus paisanos y, de paso, la “desnazificación” del pueblo ucraniano. Un año después podemos comprobar que el pueblo ucraniano resiste valientemente y que la “invencible” Rusia, tiene serias dificultades para conseguir la victoria final.

Con motivo de este aniversario, los medios de comunicación se han volcado en entrevistas y reportajes para ilustrar el conflicto. Me ha impactado especialmente un reportaje retransmitido en la televisión española titulado “despedidas en los andenes”. Allí se ven las caras de esos padres y esos niños, obligados a despedirse a través de los cristales de los vagones de tren, que se encaminaban a un futuro incierto. Muchos de los que en su día fueron grabados despidiéndose, un año después han muerto en combate, o están en un paradero desconocido. Los horrores por los que ha tenido que pasar el pueblo ucraniano son indescriptibles. Y en una situación normal, deberían de ser suficientes argumentos como para que esta guerra injusta e ilegal se parara de una vez. De momento, ni siquiera la abstención de China en la condena casi unánime de la ONU a Rusia, ni el plan de paz de este gigante y aliado asiático de Rusia, parece que son suficientes para hacerlo.

He leído con interés el artículo de opinión publicado en El País de la investigadora del CIDOB, Carmen Claudín, titulado “Ucrania, la derrota de Putin”. Lo que más me ha llamado la atención es su afirmación de que lo que teme Moscú no es que Kiev se integre en la OTAN, sino que sea democrática y realmente soberana. También, su observación de que, pase lo que pase, Rusia ha perdido a los ucranios para siempre. Como esta investigadora recoge, y los testimonios de los ucranios entrevistados con motivo del aniversario de la guerra, corroboran, la forma natural y sencilla que han encontrado para resistir la agresión es llevar una vida lo más normal posible. Y esto debe de poner muy nerviosos a los estrategas rusos y al propio dictador Putin, que no se explican cómo no hace mella en ellos su campaña de terror.

Pero, lo realmente terrible es lo que nos relata sobre el concepto de “desnazificación” de Moscú, a través de uno de sus ideólogos, Timoféi Serguéitsev, que lo explicaba en un artículo titulado “Lo que deber hacer Rusia con Ucrania”, publicado en abril de 2022 por la agencia oficialista de prensa, Ria Novosti. Dice textualmente: “Hay que proceder a una limpieza total. […] La desnazificación posterior de la masa de población consiste en la reeducación, que se consigue mediante la represión ideológica (supresión) de las actitudes nazis y una severa censura: no sólo en la esfera política, sino necesariamente también en la esfera de la cultura y la educación”. “El nombre de Ucrania no puede ser mantenido” porque “el Occidente colectivo es el que ha diseñado, dado a luz y patrocinado el nazismo ucranio”. Por tanto, “la expiación por haber tratado a Rusia como a un enemigo sólo puede producirse contando con Rusia en los procesos de reconstrucción, regeneración y desarrollo. No debe permitirse ningún Plan Marshall para estos territorios”. Así que “la desnazificación será inevitablemente una desucranización” pero como “el ucranianismo es una construcción artificial antirrusa sin contenido civilizatorio propio, un elemento subordinado de una civilización extranjera, […] la desnazificación de Ucrania es también su inevitable deseuropeización”.

Evidentemente, ante el contenido de textos como estos, no creo que quepa ninguna duda respecto a la necesidad de seguir apoyando al pueblo ucraniano. Ya no solo se trata de afirmar que no hay justificación alguna que valga para invadir un país independiente. Ni hacer uso de lo que se dice en el párrafo 4 del artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas: “Los miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los propósitos de las Naciones Unidas”.

Y tampoco vale recurrir a las teorías sobre la Guerra Justa, a las que he hecho mención en estas páginas en otros artículos (“Putin y su Guerra”). Ya se sabe que, conforme al Derecho Internacional, esta guerra de Putin es totalmente ilegal, los acuerdos de 2014 a los que alude como justificación para la misma, podrían ser nulos, si entendemos que se hicieron bajo la amenaza del recurso a la fuerza; y que el pueblo ucraniano tiene derecho a su independencia y a la legítima defensa. También se trata de dar un paso más e intentar llevar a Putin ante la Corte Penal Internacional, por crímenes contra la humanidad.

Ojalá la diplomacia triunfe. Pero, mientras tanto, hay que seguir apoyando al pueblo ucraniano con todos los recursos a nuestro alcance. Económicos, humanos y militares. Porque si ellos pierden la guerra, la perderemos todos.