Domingo de Ramos. Y otro año en blanco. Quién podría presagiar tan dolorosa doble ausencia. Huérfanos de esa manifestación plural y abierta como son nuestras procesiones de Semana Santa en la que converge la fe, el arte, la estética, las emociones más fuertes y en la que creyentes, agnósticos, curiosos, indiferentes y dudosos coinciden. Una fiesta, sí, por qué no. Una celebración inveterada, colectiva, profundamente ecuménica y abierta a todos cuantos quieren sumergirse en ese ejercicio de penitencia colectiva firmemente cimentado por la tradición y la historia.
Para quienes sentimos profundamente el gozo de ver nuestras hermandades en la calle haciendo sus estaciones de penitencia, el vacío se hace muy duro. Ni siquiera el tradicional Pregón o el ya habitual concierto penitencial. Ni siquiera la posibilidad de la contemplación de algún paso montado en su templo como parece se hará en algún que otro lugar de Andalucía. Eso sí, pudimos disfrutar de la interesante exposición ‘Crux Lucis’ que, en el Museo del Rebellín, nos hizo ‘oler a cera’, con la genial muestra del patrimonio y enseres procesionales de nuestras hermandades. Y el cartel de Andrés Peña, claro. Que ese, afortunadamente, no nos faltó.
Ni que decir tiene que la normativa por la pandemia es algo indiscutible pero, en tiempos del recurso a lo virtual para tantas cosas, a uno se le ocurre la posibilidad de que hubiésemos podido también disfrutar del pregón o algo similar bien a través de la televisión pública, por nuestra plataforma de El Faro TV o por cualquier otra de las locales. Una vía televisiva que también podría haber acogido al tradicional concierto, aunque fuera más modesto y sencillo con respecto al gran nivel al que nos tienen acostumbrados.
Es una opinión muy personal. Doctores tiene la Iglesia, nunca mejor dicho. Y volviendo al Pregón, me hubiera agradado ver sobre el atril a una mujer. No sucede esto desde hace una década, exactamente desde que en 2011 nos deleitara con el suyo Encarnación Mercado, como un año anterior lo había hecho Julia Regén y ya, más lejos en el tiempo, la poetisa jerezana Pilar Paz.
Dos años sin procesiones es un periodo en el que las reflexiones se imponen más que nunca. ¿Afectará de alguna manera esta inactividad al futuro de nuestra Semana Mayor?
De primeras me vienen a la mente los costaleros. Cada vez son menos. Vista la realidad poblacional de la ciudad, su futuro no invita precisamente al optimismo, como, por la misma regla de tres, al propio crecimiento de las cofradías.
Lamentable, muy lamentable, recordemos, la salida de la hermandad de los Remedios (2019), aguardando inútilmente hasta última hora la llegada de costaleros para intentar sacar la imagen del Cristo de la Buena Muerte. No pudo ser y al final, ante la imposibilidad de salir en su paso, terminó procesionando a hombros por primera vez en su historia.
Peor situación se vivió con el de la Virgen del Mayor Dolor. Extenuados por completo y sin fuerza quienes pudieron integrar de alguna forma la cuadrilla, de regreso al templo, fue preciso recurrir a acoplar al paso unas ruedas a la altura de ‘Zara’, hasta que una de ellas se partió al llegar a la plaza de los Reyes. Y a partir de ahí, toda una odisea con la ayuda de personas que, aún no siendo de la hermandad, no dudaron en meter el hombro para ayudar a resolver tan difícil trance. Y es que como bien dijo la entonces presidenta del Consejo, Encarnación Mercado, “no se puede poner en la calle a una hermandad a cualquier precio”.
Tampoco entonces el Santo Entierro pudo cubrir su cuadrilla de costalería, lo que obligó a sacar a sus imágenes del Cristo Yaciente y la de la Virgen de la Soledad en un mismo paso. Se dijo que de “forma excepcional”. Ojalá. Pero el problema en cuestión para esta hermandad venía de lejos. Dos años antes sólo pudo salir el Cristo, quedándose la Virgen en su templo.
Costaleros, sí. Sin duda uno de los quebraderos de cabeza más grandes de nuestras cofradías. Salvo raras excepciones, el asunto es grave pues no debe de olvidarse que algunos han de doblar con otras hermandades a costa de un durísimo esfuerzo. Problema que se agudiza a partir del Jueves Santo por el éxodo de algunos de ellos a la Península.
¿Habrá que hacer cantera de una vez por todas? ¿Repercutirán aún más estos dos años sin salidas procesionales en el futuro de la costalería? ¿Precisaremos volver a las ruedas como antaño sucedía con algunos pasos? Sería un retroceso tan lamentable como peligroso.
Cuaresma y Semana Santa abren también las puertas a la gastronomía propia de la celebración. En determinados lugares se dice aún que si el Viernes Santo se creó para comer potaje, el Jueves Santo se fundó para las torrijas.
Torrijas, delicia tentadora para nuestros paladares. De origen árabe, de leche o de vino, presentes puntualmente en nuestras pastelerías por estas solemnes fechas, tal y como aparecen los propios huesitos de santo a final de octubre.
Me dice un buen amigo cofrade ceutí que la torrija es una manera de entender la religión, que quizá sea esta una religión en sí misma porque devotos tiene a legiones.
Para Antonio Díaz-Cañabate en su ‘Historia de una taberna’, “una torrija no se describe, se come, que es lo difícil, y se paladea… las torrijas son el oro que se come, oro esponjoso y suave”.
Y Antonio Civantos en su ‘Cocina sentimental’, apunta que los Jueves Santo se inventaron para comer las torrijas, “pues la torrija es la que fija la fecha, la celebración... el olor a torrija es la señal del Prendimiento, lo mismo que el potaje lo es del luto, y el frite de la alegría de la resurrección".
Potajes de Cuaresma, el guiso del Viernes Santo, potaje de vigilia. Como el gaditano revuelto silvestre con pencas de acelga, tagarninas y espárragos trigueros.
Y el bacalao, por supuesto, con sus más diversas recetas. Otro símbolo histórico de este periodo penitencial desde tiempo inveterado.
O aquellos ‘burgaillos’, ¿se acuerdan?, que aparecían siempre en nuestras calles en las procesiones, hoy ya desaparecidos.
Fe, gastronomía y tradición. Al menos eso no nos lo arrebató la pandemia.
Las claves | Con los números en la mano
José Montes Ramos, un entusiasta cofrade, expresidente del Consejo de Hermandades, no podía ser más claro en marzo de 2018, por entonces hermano mayor de la cofradía de Los Remedios, sobre la realidad de nuestra Semana Mayor. “En una ciudad de 85.000 habitantes, de los cuales 40.000 no profesan la religión católica y del resto que si lo hace, la mitad aprovechan los días de vacaciones para marcharse de la ciudad. De los que se quedan, supongamos que el 50 por ciento son practicantes y de ese porcentaje, cuántos son hombres, mujeres, niños y ancianos. Realmente te encuentras con que hay poco pueblo cristiano que pueda participar”.
Apoyándose en tan claro razonamiento, Montes iba aún más lejos al señalar que ese poco pueblo cristiano resultante tiene que distribuirse entre 14 hermandades, y, para las que tienen dos pasos, que son la mayoría, cada una necesita 80 costaleros, y como mínimo a otras 80 personas para ir en el cortejo “justitos”. Por ello Montes estimaba en unas 3.000 personas las llamadas a participar, pero “no las hay”.
Más claro, agua.
En Detalle | Presente y futuro
Si alguna hermandad está sufriendo muy especialmente la nueva suspensión de las salidas penitenciales, creo que bien podría ser la de la Amargura. La lluvia, recordemos, impidió a los titulares de Villa Jovita poner sus pasos en la calle en 2018 y 2019. Son ya cuatro años. Muchos. Verdaderamente desolador para sus entusiastas cofrades.
Como doloroso, imagino, será también para Las Penas no poder sacar a sus titulares desde su propia sede de San Francisco, pese a la nueva puerta que se abrió en su día a la plaza de los Reyes, que se pensaba podría posibilitarlo. ¿Surgirá el ‘milagro’ algún día cuando hayamos vuelto a la normalidad? Bien merecería la pena y de nuevo abogo desde aquí por la causa, una vez puedan ser superados los problemas del proyecto de viabilidad del que se habló y con el escudo heráldico de esa puerta igualmente de por medio.
Me pregunto también si ese grupo de mujeres de la dinámica hermandad del Valle seguirá en su idea de recuperar la tradición de salir el Jueves Santo, ataviadas con su traje de mantilla recorriendo las iglesias.
Todo lo que se haga por nuestra Semana Mayor será siempre bienvenido para reforzar su celebración.
Tenemos buenos mimbres con el valioso patrimonio artístico que atesoran las distintas hermandades, visible en tantos palios, bordados, enseres, imágenes y demás, que en muchos casos superan el siglo de antigüedad. No son pues de extrañar las muestras de sorpresa, recordemos, que se produjeron tanto en Fitur como en Munarco con los presentes que ambas muestras llevaron y lucieron nuestras hermandades.
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