Categorías: Opinión

Deslealtad de Marruecos hacia España

En este 7 de enero que escribo, que hasta Ceuta llega desde el sur el bochorno de 24 grados, bien se podría decir que “de Marruecos no viene más que aire caliente y mucho desaire a la gente”. Y es que nos refiere Ricardo Lacasa Martos, en su libro “El Faro de Ceuta, 1934-2010”, con el que generosamente se nos obsequió a todos los que asistimos al cierre de los actos conmemorativos del 75 Aniversario de la creación del periódico Decano, que en una audiencia que concedió el Rey D. Juan Carlos I al Consejo de Administración del diario en su 50 Aniversario, nuestro rey les comentó que había invitado a Hassan II de Marruecos a visitar España, pero que éste le puso como reparo que “la prensa española no le trataba bien”. Y D. Juan Carlos les comentó dentro de un ambiente distendido: “Ya se sabe, quién en Marruecos no habla bien del rey”. Y como ocurre que en la monarquía teocrática vecina la “sumisión” de sus súbditos al rey y el anexionismo son también hereditarios, pues será por eso que al actual monarca alauita y a su gobierno tanto les siguen desagradando las críticas de la prensa española y el acuerdo del Senado español sobre los sucesos del poblado Gdaim Izik en el Aaiún, pese a que los senadores españoles hayan sido tan prudentes y mesurados que en la condena para nada se cita a Marruecos.
Y resulta que ahora el vecino país y su domesticada  prensa, una vez más, despotrican contra España y los españoles, a los que el ministro Jalid Naciri llama “rencorosos” y “racistas”, además de estar un día sí y el otro también provocándonos con actitudes hostiles buscadas de propósito. Está visto que cada vez que a Marruecos le surge algún problema interior (ahora será el de las filtraciones de Wikileaks), pues recurre a la misma comedia y a idéntica cantinela contra España. Llaman despectivamente a Ceuta y Melilla “presidios”, “ciudades ocupadas”, etc; pese a que, como estoy ya cansado de decir, Marruecos no posee sobre ambas ciudades ni un solo título ni histórico ni jurídico, mientras que España  cuenta con todos los títulos, más con la voluntad de los ceutíes de ser españoles desde 1640. Pero los dirigentes marroquíes siguen erre que erre crispando y tensando cada vez más la cuerda, promoviendo a su conveniencia algaradas y haciendo teatro con mítines, manifestaciones y soflamas desde arriba orquestados y con una absoluta falta de educación y del respeto mutuo que debe tenerse entre países civilizados, aunque sobre esto quizá sea pedirle a Marruecos demasiado. Ahí están sus ridículas y torpes vejaciones machistas contra las mujeres policías de Melilla; si la saharaui Aminatou Haidar regresa al Aaiún y se niega a firmar que es marroquí, los vecinos vetan su entrada y la devuelve por la fuerza a España, endosándonos el problema; si los marroquíes levantan también por la fuerza el campamento saharaui y hay periódicos españoles que protestan porque se expresan con la libertad que los de Marruecos ni siquiera podían soñar, pues la culpa de todo la vuelven a tener España y los españoles a los que sus dirigentes nos tienen por sus enemigos, aun sin serlo; y, en fin, así tenemos que aguantar todas cuantas provocaciones cómicas y pueriles una y otra vez se les ocurran.
Y España, con más santa paciencia que el pobre Job, con actitudes conciliadoras para no incomodar a la incomodísima clase dirigente vecina. Y si bien es cierto ese viejo refrán que dice que “dos no riñen si uno no quiere”, es más cierto todavía que nuestro país lo tiene cada día más crudo con los actuales dirigentes de Marruecos, por mucho que tanto se esfuerce en lo que también para quien escribe y para el sentido común sería lógico, razonable e ideal entre personas civilizadas, o sea, mantener relaciones amistosas, de paz, buena vecindad y mutua colaboración entre ambos países y pueblos que tanto tienen en común. Pero eso es demasiado pedir a dichos dirigentes, con su irresponsable actitud hostil. Y cuanta más complacencia se tenga con ellos es mucho peor, porque en los Estados y en las personas debe haber siempre un mínimo de dignidad por debajo del cual nunca se debe descender. Y lo que da hasta risa y todavía resulta más paradójico es que Marruecos y su monarquía alauita, en lugar de tanta lealtad como deben a España por el Rif, nos salgan ahora, precisamente, con sus inventados “crímenes españoles contra el Rif”, que bien que se los podían anotar en su haber; porque las autoridades marroquíes, en lugar de reproches a España por su pasado con los rifeños, no deberían tener más que  motivos de reconocimiento y gratitud. En un artículo es imposible citarlos todos, pero algunos se los voy a decir.
La misma monarquía alauita es muy posible que hoy exista gracias a la actitud siempre favorable y de apoyo decidido de España a Marruecos y su corona, en perjuicio del Rif. Ya antes del Protectorado español, en la zona norte de Marruecos (territorio que engloba mayormente el Rif) se daba la belicosidad de los rifeños contra Rabat, pueblo étnicamente bereber y no árabe, que  lingüística y culturalmente no hablan árabe sino el amazig o chelja; son originarios del antiguo pueblo autóctono al que los árabes despojaron de sus territorios masacrándolos y produciéndoles  cientos de miles de muertos, porque nunca los sultanes los lograban dominar de forma efectiva y permanente. El afán de los rifeños siempre fue independizarse de Marruecos. Abd El-Krim representó la combatividad  y el espíritu de independencia del Rif frente a Marruecos; y trató a toda costa de formar un Estado separado (la Dawla Jumhuriya Rifiya, nación republicana del Rif o Estado Independiente). Abd El-Krim no luchó nunca por la independencia de Marruecos, que nada le importaba, sino por el propio Estado del Rif independiente. Lo proclamó tras su victoria en Annual, dándole propia Constitución y Gobierno. Primo de Rivera entró en conversaciones secretas con él en las que éste le pidió la independencia del Rif, ofreciendo a cambio a España el apoyo rifeño contra Rabat y la ampliación de los territorios españoles de soberanía de Ceuta y Melilla. Pero tal propuesta fue siempre rechazada por España. El mismo Primo de Rivera afirmó que hasta él era partidario de abandonar el Rif, pero que Gran Bretaña presionó a Alfonso XIII para que no se abandonara, temerosa de que el vacío dejado por España fuese llenado por Francia. O sea, ya en esa ocasión los españoles se negaron a fomentar la secesión del Rif de Marruecos, en beneficio de la unión de todo el pueblo marroquí con su monarca alauita.
En cambio, en la zona del Protectorado francés, bajo la dirección del mariscal Lyautey que pretendía sembrar la división entre los marroquíes para así conseguir la evolución de los bereberes fuera del Islam, el 16-05-1930 Francia promovió el famoso dahir bereber, cooficializando en su zona el idioma rifeño en detrimento del monopolio del árabe. Pero en el lado español los rifeños incluso rechazaron dicho dahir  aconsejados por España, que siempre fomentó y apoyó el uso exclusivo del idioma árabe en lugar de fomentar la división. En 1956 los estudiantes rifeños se declararon en huelga porque se les impuso el bachiller en francés y no en español. En agosto de 1936, nada más surgir la Guerra Civil española, una delegación rifeña visitó Madrid y Barcelona para proponer a las autoridades de la  República española llevar a cabo un levantamiento en el Rif en contra de los alzados de Franco el 18 de julio, a cambio de la independencia del Rif como Estado. La República, se negó a apoyar tal secesión incluso en su propio perjuicio, porque, de haberla alentado, pudo haber cambiado el curso de aquella guerra española. La misma propuesta rifeña se volvió a renovar después a España en París, pero también fracasó porque los españoles se negaron a apoyar nada que fuera contra la unión total de Marruecos con su rey.
Cuando en 1942 los nacionalistas marroquíes crearon el partido independentista Istiqlal, sus líderes Balafreg y Al-Tazidi, consiguieron que el Sultán Mohamed V se uniera a ellos en petición de la independencia de Marruecos y la terminación del Protectorado franco-español. La reacción francesa fue inmediata y contundente, expulsando del Consejo de Gobierno a los dirigentes del Istiqlal, y a Mohamed V los franceses lo detuvieron en 1952 y el 20-08-1953 lo expulsaron junto con su familia a Córcega y después en 1954 a Madagascar. A la vez, Francia alentó al pachá Al-Gláui a derrocar a Mohamed V. El resultado fue que el 20-08-1953 fue consagrado  nuevo Sultán en Fez, Mulay Muhammad Ben Arafa, que así destronaba a su primo Mohamed V. España, en cambio, se negó rotundamente a que el abuelo del actual monarca fuera depuesto como Sultán, no reconoció en su zona al impuesto por los franceses y prestó todo su apoyo a Mohamed V para que fuera repuesto como el legítimo representante real de Marruecos, tal como al final tuvieron que hacer los franceses vista la falta de apoyo español; con lo que, una vez más, fue España la que más contribuyó para que la monarquía alauita se salvara.
En 1954 Abd El-Krim, exiliado en El Cairo, hizo una nueva propuesta a Franco a través del embajador español en Egipto, pidiéndole la independencia del Rif como Estado distinto de Marruecos, a cambio de ampliar los territorios de soberanía española en torno a Ceuta y Melilla. La propuesta fue discutida en el Consejo de Ministros, pero Franco la rechazó porque, según dijo, “no había nada que negociar con un traidor de Marruecos”. Y en 1958, surgido ya el conflicto de Ifni y el Sahara, España volvió a tener en sus manos una nueva arma poderosa  contra Marruecos que siempre se negó a utilizar: la nueva rebelión erguibat rifeña que estalló al ser asesinado el dirigente rifeño Abbés Messadi y prohibir en principio el traslado del cadáver a su tierra. Los rifeños, se levantaron en armas contra Rabat en agosto de 1958, y el ejército marroquí los arrasó en 1959, bombardeando desde helicópteros sus kábilas con bombas de fragmentación, nápalm y fósforo blanco; y hubo, sí, no los “crímenes españoles” que ahora nos reprochan, sino nada más que 8000 muertos por el propio ejército marroquí, miles de torturados, mujeres violadas y una durísima represión. Y también fueron rifeños los que pidieron, una vez más, dejar de pertenecer a Marruecos, reclamando o bien un Estado rifeño propio, o su unión con España, a cuyo efecto pidieron ayuda al Ejército español que todavía mantenía guarniciones en Marruecos; pero España les volvió a negar su ayuda, con gran indignación de los insurgentes rifeños y la más absoluta ingratitud de las autoridades alauitas que ha llegado hasta ahora. En fin, con la irresponsable y permanente deslealtad e ingratitud marroquí a España hay materiales de sobras para edificar todo un gran monumento a la incomprensión humana.

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