Deshumanización y crisis nuclear

La crisis nuclear en Japón está desvelando el grado de deshumanización al que hemos llegado. Como consecuencia de las radiaciones que se están emitiendo a la atmósfera procedentes de la planta nuclear de Fukushima, miles de personas han tenido que abandonar sus hogares, el aire está contaminado, así como el agua para el consumo humano. Los ecosistemas marinos cercanos a la costa, los suelos y con él los alimentos que se cosechan, los animales, todo el medioambiente ha quedado contaminado a perpetuidad. Y sin embargo, poco parece importar la contaminación sine die de Japón y las miles de muertes que van a provocar las enfermedades relacionadas con la exposición a altos niveles de radiación nuclear.

Parte de la comunidad científica ha intentado minimizar los efectos dañinos sobre la salud de este tipo de contaminación. Quieren dar la impresión de que quedándote encerrado en tu casa y tomando unas pastillitas de yodo, el problema está resuelto. Tan sólo aquellas muertes que puedan ser directamente atribuibles a la radiación, es decir, sólo aquellas personas que mueren in situ, se reconocen como fallecimiento debido a altas dosis de radiación. Todas las demás, las miles de muertes que a  medio o largo plazo producirá la radiación son rechazadas por los pronucleares alegando que no se puede establecer “científicamente” una relación entre la radiación nuclear y estas muertes. Esto ha llevado a una representante del lobby pronuclear en España a declarar que realmente en Chernobil sólo murieron 150 personas por el accidente, ocultando las más de 50.000 personas que han muerto a causa de enfermedades relacionadas con la contaminación nuclear en Ucrania.

En Japón morirán miles de personas por motivo de la radiación. ¿Y a quién le importa?. Se asume como un tributo que tenemos que pagar para mantener “nuestro nivel de vida”. ¿…El nuestro? ¿Cuántos son los que disfrutan de los conspicuos bienes materiales en el mundo?. Nos equivocamos al pensar que nuestro mundo y nuestras comodidades son universales. Si Vd. está leyendo este artículo es muy probable que forme parte de ese restringido grupo de personas que consume el 80 % de los recursos planetarios. Somos la excepción y no la regla. No todo el mundo tiene un coche en la puerta, una casa más o menos confortable, unos ingresos para mantener llena la nevera ni posee una serie de comodidades accesorias como un teléfono móvil, un ordenador con conexión a internet o un buen televisor de plasma en el salón.  Para que “nosotros” podamos disfrutar de este “nivel de vida”, la mayoría de los habitantes de planeta tienen que vivir en una situación de penuria, cuando no en la más absoluta miseria. Y además de no tener acceso a los dones de la economía capitalista, van a sufrir de igual forma o seguramente no con mayor intensidad,  los efectos de fenómenos ambientales de escala mundial (cambio climático, agotamiento recursos naturales, pérdida biodiversidad o la propia contaminación radiactiva que no se detiene en las limitadas fronteras de los países en los que sucede un accidente nuclear).

Los sacrificios que requiere el mantenimiento del vigente sistema económico son elevados, tanto que manejamos una energía, la nuclear, claramente ingobernable, que no sólo limita la vida la vida de los humanos en la actualidad, sino que también condena el futuro de las próximas generaciones. La tendencia es minimizar los riesgos ambientales de la energía nuclear. De este modo, se pasa por alto que aunque la probabilidad de que ocurra un evento pueda ser baja, los efectos de su ocurrencia pueden ser devastadores. Y ésto es lo que está sucediendo en Japón.

En cualquier evaluación de riesgos se debe tener en cuenta varios factores: no es lo mismo el que arriesga su dinero en una ruleta rusa o en la bolsa que jugarse la vida en el planeta por el uso de la energía nuclear. El otro elemento a tener en cuenta son los beneficios que pretendemos obtener con la asunción de un determinado riesgo. ¿Cuál es el beneficio de la energía nuclear?. Mantener el desorbitado incremento de consumo energético en el mundo por parte de una pequeña parte de la población mundial.

Cuando el balance entre riesgos y beneficios se descompensa se echa mano a los sobornos o las coacciones. Como bien explicó Lewis Mumford,  todo vale con tal de mantener la megamáquina sustentada por el pentágono del poder (poder, beneficio, productividad, propiedad y propaganda) (Editorial Pepitas de Calabaza, 2011). La forma más sibilina de soborno consiste en la amenaza de perder la cantidad de comodidades que nos aporta el complejo tecnocientífico. Nadie duda de la utilidad de ciertos adelantos técnicos. ¿Quién puede poner en cuestión las ventajas que supone el frigorífico para la conservación de los alimentos; del teléfono para la comunicación interpersonal; de la máquina excavadora para la instalación de infraestructuras?. Sí, casi todos los medios que nos aporta la técnica son útiles si los analizamos de manera independiente. El tema clave es llevar a cabo un análisis cualitativo sosegado y crítico sobre sus ventajas e inconvenientes y, sobre todo, la puesta en cuestión del sistema que lo sustenta. Un sistema que en muchas ocasiones provoca impactos ambientales y sociales graves y perdurables en el tiempo.

Lo conveniente es hacer un uso selectivo de la pléyade de instrumentos que la técnica y la ciencia pone a nuestro alcance. Debemos aprender a ser selectivos en el uso, por ejemplo, del vehículo privado. No tiene sentido que en una ciudad del tamaño de Ceuta haya tantos vehículos circulando día y noche. Tampoco parece razonable estar todo el día enganchado al teléfono móvil para establecer conversaciones triviales o conectados a internet para participar en redes sociales de contenido vacuo. En definitiva, nuestro principal reto estriba en superar la actual supremacía de los medios sobre los fines. A nuestra sociedad le pasa lo mismo que expresó el Capitan Ahab en su descabellada captura de Moby Dick: “mis medios son sensatos; mis motivos y mi objetivo, insensatos…”.