Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, no puede destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse.
José Ortega y Gasset: El hombre y la gente
Definir algo es complicado. La definición supone una generalización que, irremediablemente, deja fuera objetos supuestamente agrupados dentro de la propia definición, quedando como excepciones. Si lo intentáramos con cualquier cosa, por ejemplo una silla, o unos pantalones, encontraríamos dificultades para alojar dentro del concepto todos los objetos a los que llamamos sillas, o pantalones. Por eso se dice que el lenguaje simplifica la realidad, y es esta una simplificación necesaria para el entendimiento e, incluso, la supervivencia. Si es difícil definir una silla, imaginémonos conceptos abstractos como el de verdad, belleza, justicia o humanidad: la dificultad se amplifica enormemente.
La expresión latina exceptio probat regulam suele traducirse como “la excepción prueba la regla”. Personalmente, esta extraña sentencia siempre me pareció absurda y contradictoria; hace años, una rápida búsqueda me confirmó que, efectivamente, la mejor manera de traducirla es “la excepción pone a prueba la regla”, lo cual supone un reconocimiento de que la realidad no se deja atrapar fácilmente por conceptos o por términos. Más aún cuando se trata de definir algo que tenemos tan presente que aún no hemos tomado la distancia suficiente como para verlo desde distintas perspectivas, más neutro, menos vivido, más pensado. Este podría ser el caso de este sistema económico, social y político que llamamos capitalismo.
Sin embargo, estoy convencido de que la mejor definición de filosofía es aquella que afirma que es el mejor modo de pensar las cosas. Siguiendo esto, si queremos responder a la pregunta inicial debemos recurrir al modo filosófico de plantear preguntas. ¿Nos deshumaniza el capitalismo?
¿Qué nos hace humanos? Si la respuesta es biológica, aun siendo de enorme dificultad, podríamos llegar a un acuerdo recurriendo a la biología y a la genética, y trataríamos de describir lo propiamente humano; si la respuesta es cultural, implicaría que cualquier cosa que digamos sobre “lo humano” pasa a ser de una definición a una caracterización valorativa, y pasaríamos a prescribir lo que es verdaderamente humano. Si el capitalismo nos deshumaniza, entonces presuponemos la existencia de unos valores humanos universales presentes en toda cultura, en todo periodo, en toda circunstancia de la historia de la humanidad: es la perspectiva que llamaremos esencialista o universalista. Pero considerar esto nos llevaría a pensar en que podríamos estar cayendo en un etnocentrismo, más concretamente, en un eurocentrismo: considerar unos valores culturales, una forma particular de entender el ser humano como un universal absoluto. Cualquier lectura de un libro de antropología nos despertaría de tal sueño esencialista. Si hay sillas que no corresponden a la definición estándar de “silla”, ¿cuántos ejemplos de sociedades humanas no corresponden a estos valores?
Tomemos como ejemplo algunos de los conceptos sobre la humanidad que manejaba la Ilustración europea del siglo XVIII. Racionalidad, progreso, ciencia, igualdad, libertad, derechos y deberes…Echemos un vistazo a algunas de las distintas culturas que son, y han sido en nuestra historia: las excepciones no es que pongan a prueba la regla, es que la anulan. Tales conceptos sirvieron, de hecho, como acicate para destruir culturas que no cumplían con la definición, a saber, la mayor parte de la humanidad, y justificó su colonización definitiva: tenían que pasar de salvajes, primitivos, a civilizados, en un proceso violento de aculturación. Se entendió, en definitiva, que el fin justificaba los medios.
Por otro lado está la perspectiva relativista, que afirmaría que no existe un concepto de humanidad, ni una forma única de humanizarse, y que cada cultura dispone acertadamente de su propia concepción de lo que es ser humano. Aquí queda excluida la imposición de unos valores determinados, incluídos los Derechos Humanos. Recuerdo una vez que un amigo trajo a un conocido suyo procedente de un país árabe, donde no existe la igualdad de género. En un momento de la noche, fuimos a una discoteca donde había algunas mujeres haciendo de “gogós”, bailando con poca ropa encima de una tarima. A nosotros nos parecía normal, tanto que ni nos preguntábamos sobre ello (¡era tan cercano a nuestra costumbre y estábamos tan habituados!), pero a nuestro visitante le horrorizó, y cuando no pudo aguantar más, nos dijo: ¡qué manera de deshumanizar a esas mujeres! Desde esa perspectiva, desde luego, esas bailarinas no estaban ejerciendo la libertad de ganar algún dinero haciendo algo que les gustaba, más bien habían sido degradadas a una condición de objeto sexual deshumanizante.
Así pues, ¿el capitalismo nos deshumaniza? Tomando de ejemplo el esencialismo de los valores ilustrados, sí, pero ya hemos visto los problemas que esto conlleva. Se podría argumentar, además, que lo propiamente humano es comerciar, medrar socialmente, hacer méritos y recibir recompensas por ello, cooperar para obtener beneficio mutuo, y que justamente es el capitalismo el sistema que mejor ha sabido traer esto a la humanidad, aportando la no coacción entre individuos libres. Bastaría un vistazo al pasado para darse cuenta de que la del ser humano es una historia de opresión y sometimiento continuo hasta la implantación del sistema capitalista. Teniendo esto en cuenta, el capitalismo entonces nos humanizaría. Pero esto trae numerosas dificultades.
Baste citar un ejemplo que recuerda Rafael Sánchez Ferlosio en su libro Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado. Merece la pena traer la cita aquí: “Humboldt describe bien la persistencia de esta falta de proyección todavía en los mejicanos de 1804, al echar de menos, no sin un cierto deje de desdén, que no salgan siquiera doscientos hombres capaces de `dedicarse a un oficio tan duro, a una vida tan miserable como es la del pescador de cachalotes (…) en un país donde, según la opinión común del pueblo, el hombre es feliz solo con tener plátanos, carne salada, una hamaca y una guitarra´, para apartarse de él e ir `a luchar con los monstruos del Océano´”. Se refiere a Alexander von Humboldt, naturalista, geógrafo, explorador, humanista, ecologista y astrónomo alemán. La idea es que ni siquiera alguien tan reconocido como Humboldt es capaz de darse cuenta de la relatividad de los valores capitalistas, con lo cual proyecta sobre, en este caso, los caribeños mejicanos, un concepto de humanidad y de humanización que es, en definitiva, marcadamente ideológico, en el sentido marxista del término.
Pero, ¿cómo escapar de la ideología? Aceptando que la mejor definición de filosofía es pensar las cosas del mejor modo posible, filosofemos, pues podría ser nuestro mejor intento. Si consideramos el capitalismo como un sistema que reduce las relaciones humanas a una transacción económica en búsqueda de la mayor utilidad (homo economicus), entonces desde ciertos valores el capitalismo nos deshumaniza. Si lo vemos como un sistema que, comparado con otros sistemas históricamente existentes, trae beneficio material a una mayor parte de la humanidad, y que eso presupone una libertad anterior para realizarlo, entonces nos parece lo contrario. Ahora bien, ¿podría el capitalismo humanizarnos más, o mejor? Creo que eso tiene un nombre: Estado del Bienestar.
Teniendo en cuenta los problemas que acarrean tanto las posturas esencialistas como las relativistas, se abre una nueva posibilidad. Como sociedad, y como sociedad global interconectada, ¿qué preferimos? ¿Cuál sería nuestra elección?
¿Qué queremos para un futuro? ¿Qué nos parece mejor?
Filosofemos. Y ¿qué mejor forma de pensar si no junto con los demás?
Dialoguemos.
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