Mi hermana me contaba el origen de muchas preocupaciones y ansiedades, los miedos, el no sentirse bien. Ha necesitado 62 años para descubrir a esa niña interior que observa su infancia, sus juegos, sus hermanos y sus padres.
Somos cuatro hermanos y, entre cada uno de nosotros, hay una diferencia de 18 meses. En casa hemos vivido y compartido la educación, las mismas normas, los mismos valores y los mismos espacios. Los tres chicos íbamos herendando la ropa del mayor y teníamos una habitación común, mi hermana, al ser niña, tenía su cuarto propio decorado al gusto de mi madre: fotos del cole, algún cuadro de ángeles, libros.
Siempre se sentía discriminada por ser mujer en la época de la adolescencia: salir y entrar a la misma hora que sus hermanos, no recoger la mesa si no lo hacían sus hermanos, no colaborar si no había colaboración de sus hermanos y todo así. Era una libertaria de los 75. El colegio de monjas la hizo pasar de esa extraña obsesión de ser monja a un cariño en la distancia de las carmelitas descalzas.
Recuerdo, no sé por qué, que cada vez me preguntaban por su colegio decía que "iba a las carmelitas desnudas”. Cosas de niños.
La responsabilidad a ultranza de mi madre, el sentido del deber, el volcarse a los hijos hasta la extenuación, el “ desrizado de pelo de las mañanas a que era sometida con sus lagrimones correspondientes”, la limpieza y la puntualidad al milímetro, fueron devoradas y desgastadas por los años. Adela, mi hermana, vivió como quiso e hizo lo que le vino en gana tal vez buscando vengarse del pasado.
Todo parecía tranquilo hasta que Adela tuvo dos hijas y, en ellas, abrió la llaga cerrada de lo que siempre había criticado: responsabilidad, ansiedad, inseguridad, hiperprotección, control de sus hijas, no separarse ni un momento y siempre darle vueltas y vueltas sobre los peligros a los que se enfrentaban.
Mis sobrinas, una ya independiente y otra mayor de edad, le recriminan a su madre lo que la suya le recriminaba a ellas: pesada, agobiante, histérica, exagerada..
Hoy ató cabos, se deslizó por los túneles guardados en el inconsciente, buscó raíces y se visualizó como una niña que discutía con dos niñas, que eran sus hijas.
Ya faltaba que uno fuera condicionado radicalmente por lo que hicieron de nosotros en cualquier ámbito. Ahí está el individuo moviendo sus piezas, desarrastrando el peso, eliminando el impedimento. También guardar, crear, mejorar lo que nos dieron, traducirlo a los tiempos, evolucionar. Será siempre complicado saber mirar con nuestros ojos, otros ojos, con nuestros principios, otros principios.
Reunirnos en la mesa y abrirnos en canal, enseñar nuestras entrañas a los que queremos y a los que nos quieren y trabajar en curarnos los unos a los otros.
Encontrar la paz interior y reforzarse para no ser absorbidos por unas arenas movedizas que las podemos encontrar en todas partes.
Sartre dice: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”. Esta frase no solo refleja la naturaleza intrínseca de nuestra existencia, sino que también resalta la interacción entre nuestra historia personal y las decisiones que tomamos.
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