Desencuentros

Adelanto que de esto ya escribí; pero no es banal volver, pues aproximándose los fastos patronales, los trasterrados de la ciudad vienen por unos días, como caravaneros en un final de Ramadán. Son esas asociaciones caballas repartidas por el país que, cuando aprieta el calor, no está de más, cogen el hatillo y el estandarte sentimental y patriotero, previa ayuda de la Asamblea de esa “limosna de amores” a costa del erario público. Es decir, mesa, mantel y cama, a cambio de entonar el “Patrona y Madre” o el “Ceuta, mi ciudad querida”, cuantas veces sean necesarias.

También caen en lo pedigüeño, pero durante todo el año, otros colectivos, argumentando razones promocionales ( aspiran a rememorar el 35 o 40 aniversario de estancia en tal o cual colegio), cuando en realidad, lo que pretenden no es sino, valíéndose de la moviola, regresar a aquella infancia, de los que están no en la prórroga de la vida, sino en la mismísima tanda de penaltis. Lo de reunirse y hablar de ese pasado, más inventado que real, (otra vez la magdalena de Proust), suele empezar cuando recibes una inesperada llamada telefónica, y una voz femenina que se presenta como Fulana de Tal, la que compartía pupitre. La dama, de inmediato, pasa al tema. Lo que pretende es concentrarnos en este pueblo, antes de que partamos hacia otras esferas cósmicas. La que se erige en pastora del hipotético rebaño, por lo general suele ser viuda, soltera en desuso o madura en trances de divorcio. Pueden que vivan en Olot, Vigo o Huerta lobera y fue un día, estando abatida por el aburrimiento y la monotonía, cuando se decidió a abrir el baúl y sacar de él las fotografías, amarillentas y a punto de diluirse (tal vez procedieran de aquella cámara que manipulaba “El Chuco”, el que se ponía entre “La Glacial” y “La Perla”; o del amigo Bernal). Pues bien, entre ellas puede que aparezcamos, más de uno, vestidos de comunión, todos con caritas de miedo, puesto que acabamos de tragarnos a Dios, nada menos que a Dios, en forma de galletita; o quizás, la de aquel viaje a Preu a tierras extremeñas, donde los que tonteaban a escondidas, ya lejos de la ciudad, en el transbordador, testimoniaban oficialmente esos amores que, desgraciadamente, volvían a ser clandestinos al regresar. La viuda aburrida del teléfono insiste, llamada tras llamada, en lo feliz que estaremos otra vez juntos (raro concepto de la felicidad), obligándote sin más a sellar el compromiso de asistir, pues como organizadora del evento, ya hizo el programa: visita a la Asamblea en agradecimiento por el donativo, aún pendiente de recibir; fotografía en la escalera regia con el que pagará el periplo; el mismo que también corre con los gastos del almuerzo y el alquiler del microbús, al día siguiente, para acudir al Sábado legionario, ese espectáculo que nadie debería dejar de ver, pues religión, militarismo y teatralidad a lo Verdi, adquiere tal grado de apoteosis que las fibras del espíritu se cimbrean y a los más sentimentales les hacen brotar el llanto. No es para menos. Más a la cita no acuden todos. A lo sumo veinte, incluidos consortes. El encuentro se inicia en el vestíbulo del hotel. La terrible prueba del reconocimiento, pues después de treinta años, la cita no puede ser más a ciegas. Histeria con algo de estupidez infantil, cuando aparece alguien que nada tiene que ver con aquel griterío de ocas, que diría Bocaccio. Nadie es capaz de identificar al otro: -¿Tú eres…? - Yo soy… - Perdona, pero no me acuerdo de ti… - Es lógico; vengo de acompañante… Y en un rincón, uno, que se ha separado del bullicio, se pregunta: -¿A qué coño he venido aquí, si todos están tan irreconocibles como yo? ¿A quién se le habrá ocurrido esta putada? . Lo que sigue en el organigrama es patear el pueblo. Todos ya provistos de bolsas de plástico, deferencia de la Oficina de Turismo Municipal, de donde asoman docenas de folletillos con el Hércules Castrado que Ginés vació en Vietnam. Subida al Rebellín. Encontronazo con el mausoleo de Siza. Parada en el arco de Trajano, desde donde el cicerone señala a los dragones y como regresaron para formar nido. La gaviota de Pedrajas sigue sin levantar el vuelo. Y, desde aquí, Real arriba, hasta los Remedios. El grupo se alegra que “La Africana” continúe mostrando las excelentes bizcotelas y las exquisitas milhojas. El papel de envolver es el mismo de antaño con el anagrama de la odalisca. En Azcárate se pisa la línea roja que da acceso al Príncipe-2 (de hecho, el Príncipe-1 se rodó por estos andurriales), donde están surgiendo mezquitas, cafetines y bacalitos, sin horas de cierre. Algunos echan de menos la soldadesca de los años setenta y otros creen estar en el Tetuán del Protectorado. La novela de María Dueñas los ha hecho imaginativos. La bajada a la Marina la hacen por un Alfau irreconocible; y frente al viaducto que Fomento ha construido para los que suelen ir al Casino a jugar al baccará, el cicerone que apenas habló en este senderismo urbano, a modo de chiste explica: -Esta autovía, antes paseo, en un futuro quizás podrá conectar con la de Castillejos-Rabat. El diseño es idéntico. Y una lánguida neorromántica, sentada en uno de esos puf de piedra, que Carmen Echarri ha definido como ‘mojones’ exclama, mirando al mar: -Aqui , la gente respira. Y aquel aguafiestas que se arrepintió de venir responde: -Que respiren no significa que vivan.