Después del desastre de Annual de julio de 1921, la llamada campaña de pacificación o desquite comenzó en cuanto el alto comisario Berenguer consideró que tenía suficientes fuerzas para iniciar la conquista del territorio perdido. El 10 de octubre de ese año se ocupó en monte Gurugú, cerca de Melilla y desde donde se bombardeaba la plaza, el 14 de ese mes le tocó a Zeluán, el 5 de diciembre las tropas alcanzaron el río Kert y el avance continuó.
Fue una lenta y difícil progresión, llena de altibajos, que se convirtió en un vía crucis al ir descubriendo los miles de muertos que produjo la desbandada de Annual. Los cadáveres estaban insepultos y la mayoría con muestras de torturas y amputaciones, por lo que la labor de dar sepultura a aquellos desgraciados era cada vez más dolorosa. En Monte Arruit, muchas compañías estaban en el suelo casi en formación, tal y como fueron sorprendidos. Los escuadrones de Alcántara en línea secándose al sol, como cayeron. Y siempre los cadáveres desnudos, robados, con falta de miembros y muchos con marcas de haber sido torturados hasta morir.
Por eso la llamaron campaña de desquite, porque los soldados ahora avanzaban sin piedad, actuando con decisión en una guerra sin cuartel. De todas formas, desde el verano de 1920, la política en España seguía insegura y ello repercutía en las acciones bélicas. Los gobiernos seguían cambiando y el cargo de alto comisario fue ocupado por civiles y militares hasta que, en septiembre de 1923, Primo de Rivera proclamó la Dictadura y fue tomando decisiones para resolver lo que se dio en llamar “problema de Marruecos”.
Después de nombrar el general Aizpuru alto comisario, de visitar personalmente el Protectorado y de ordenar el repliegue de las fuerzas a líneas más seguras, el Dictador se nombró a sí mismo alto comisario en octubre de 1924 y tomó personalmente el mando de las operaciones, asumiendo las pérdidas de la retirada de Xauen y otros reveses similares.
Cuando el Residente General francés Mariscal Lyautey conoció la noticia del repliegue español hacia la costa, se sintió profundamente indignado. La retirada española, que se llevó a cabo con grandes sacrificios de hombres y material, dejó en manos de los rifeños una extensa porción de territorio que amenazaba al hasta hace poco tranquilo Protectorado francés. El popular mariscal de Francia no había ahorrado sus críticas al Ejército español por la desbandada de Annual, derrota que él consideraba inexplicable para un Ejército moderno. Sin embargo, ahora intuía el peligro, porque las Fuerzas armadas de España que ejercían de tapón al norte de Fez, se habían replegado sobre Melilla.
Las protestas francesas no sirvieron de nada. El dictador Primo de Rivera había tomado una dolorosa pero firme decisión. Y el Mariscal Lyautey se vio obligado a reforzar los fuertes al norte del río Uarga, como vimos, para proteger la rica zona de los Beni Zerual y el camino de Fez. Como habían previsto los franceses, Abd el Krim atacó esa nueva línea de defensa y desbordó todas las fortificaciones que se habían previsto.
De pronto, Francia descubrió que necesitaba negociar con España porque, de otra forma, tendría que afrontar ella sola una guerra de desgaste, política y militarmente insoportable. En cambio, si España mantenía su presión en el norte, los rifeños deberían luchar en dos frentes y ello traería su derrota. El enfrentamiento franco-español había sido tan profundo durante años, que Abd el Krim no había considerado probable un entendimiento de las dos potencias europeas. Él sabía que Francia estuvo permitiendo la venta de armas a los rifeños a través de la frontera argelina y los españoles estaban al tanto. Los fusiles Lebel y las municiones que mataban a tantos soldados españoles eran en parte franceses y, frecuentemente, el protectorado francés había servido de santuario a los hombres del caudillo rifeño. Los oficiales de ambos países no colaboraban, los contactos fronterizos leales eran inexistentes y España también acogía bereberes disidentes de la zona francesa. Lyautey, siempre altivo, no era la persona adecuada para capitanear una política de colaboración con España.
El Gobierno francés envió a Marruecos al Mariscal Philipe Petain, el héroe de Verdum en la guerra mundial, que tenía relaciones aceptables con los militares españoles y se le asignaron importantes refuerzos. Inmediatamente comenzaron los contactos hispano-franceses, uno de ellos con el propio Petain en Ceuta y Tetuan el 28 de Julio de 1.925, para lograr esa colaboración militar y política tan necesaria para los galos. Estos imprimieron a las conversaciones una gran velocidad. El ataque rifeño a los fuertes del Uarga tuvo lugar en el mencionado mes de Abril de 1.925 y el 17 de Junio de ese mismo año, comenzaron en Madrid las referidas conversaciones mixtas y el 25 de Julio ya existía una coordinación militar efectiva. Pero a pesar de todo, Abd el Krim seguía infringiendo derrotas a ambos Ejércitos occidentales. Solo un ataque frontal al corazón del Rif podría aliviar la presión sobre Fez.
Axdir, el pequeño poblado rifeño en el centro de la cábila de Beni Urriaguel, la más belicosa del protectorado español, era el corazón de la rebelión que se había extendido desde Tetuán hasta Melillla, corriéndose por la Yebala, hasta las mismas puertas de Larache. Por eso, una solución rápida del problema implicaba un ataque a Axdir, para humillar a la cábila de Abd el Krim y quebrantar el prestigio de éste. Y el ataque solo podía hacerse por mar, ya que la progresión por tierra había fracasado reiteradamente.
La verdad es que España también valoró positivamente la posibilidad de acabar con la rebelión rifeña, merced a la providencial decisión de colaborar por parte francesa. Por eso se continuó con la firma de acuerdos para sellar una alianza que prometía ser sincera, al menos por esta vez.
Para doblegar a las tribus rifeñas sublevadas, aquellas que habían vencido sucesivamente a los ejércitos español y francés, se montó una operación digna de la terminada Guerra mundial. En efecto, quedó establecida una fuerza en la que participarían la Marina, la Aviación y el Ejército de los dos países. Una escuadra de medio centenar de barcos de guerra y una treintena de transporte, aviones, hidro-aviones, globos aerostáticos, buques hospitales, barcazas de desembarco y miles de soldados españoles en la costa y franceses por el sur, afrontarían la difícil misión de lanzarse sobre las playas del Rif unos, trepando hasta las montañas que nunca habían sido holladas por soldados occidentales, mientras otros buscaban el enlace desde el Protectorado francés.
Acabar con la rebelión
La verdad es que España también valoró positivamente la posibilidad de acabar con la rebelión rifeña, merced a la providencial decisión de colaborar por parte francesa
El General Primo de Rivera, auto-nombrado Alto Comisario, concibió dos columnas distintas, una que debía partir de Ceuta, al mando del General Saro y otra formada en Melilla que operaría bajo el mando del General Fernández Pérez. La flota española quedó a cargo del Almirante Yolif y la francesa para el también Almirante Hallier. Todo el dispositivo fue confiado al Comandante en Jefe de las operaciones, el también General José Sanjurjo y Escanell. La mencionada columna de Ceuta y la de Melilla encuadraron a unos diecisiete mil hombres escogidos. Todas las unidades famosas, los oficiales prestigiosos, los líderes adictos más conocidos, los barcos más eficaces y los aviones más modernos, iban a intervenir en la peligrosa acción.
La primera batalla había que ganarla en el terreno de la información. Las flotas estaban concentradas en Ceuta y Melilla, los muelles de ambas ciudades se hallaban repletos de material, municiones, vehículos y soldados y, sin embargo, a pesar de que resultaba evidente que algo importante iba a ocurrir, era imprescindible despistar a los espías rifeños que llenaban las calles de ambas plazas. Por eso, se hablaba constantemente de maniobras e incluso de ataques a lugares muy distantes del centro del Rif, como Xauen. El Peñón español de Alhucemas, situado casi enfrente de Axdir, informaba constantemente de los movimientos de tropas rifeñas y de emplazamientos de artillería en la costa.
El escenario estaba previsto y los personajes, designados. La mayor máquina de guerra jamás formada en Marruecos, se preparaba para asaltar aquellas playas. Además, los franceses habían concentrado en su zona 160.000 hombres y España 200.000, con lo que la presión sobre el Rif iba a resultar desmesurada. Enfrente, unos miles de rifeños armados con un variopinto pero importante surtido de armas, apoyados por desertores y extranjeros, pero decididos a defender su tierra, esperaban con tranquilidad a la impresionante flota combinada.
Los puertos de Ceuta y Melilla empezaron a quedarse vacíos. Los barcos tomaron el rumbo de la costa del Rif y Abd-el-Krim recibió puntuales noticias a través de sus servicios de espionaje en Tánger. La flota española, formada por las unidades navales de Instrucción y del Norte de Africa, estaba integrada por los acorazados Alfonso XIII y Jaime I, cruceros Méndez Nuñez, Blas de Lezo, Victoria-Eugenia y Extremadura, dos caza-torpederos, seis cañoneros, once guarda-costas, seis torpederos, siete guardapescas y el porta-hidros Dédalo. Como elementos de desembarco formaban 26 barcazas tipo “K” usadas por los ingleses en el desastre de los Dardanelos y cuatro remolcadores. Las tropas y los pertrechos iban repartidos en seis flotillas con 27 barcos mercantes, casi todos requisados a Transmediterranea, dos buques aljibes y sendos barcos hospitales. Dos empresas, la “Compañía de Carbones” (después Ducar) y “La Almadraba” (ya desaparecida) cedieron lanchones para el traslado de heridos.
Por su parte los franceses aportaron el acorazado Paris, los cruceros Strasburgo y Metz acompañados por dos torpederos, dos monitores y un remolcador con globo cautivo.
Las fuerzas aéreas españolas, bajo el mando del general Soriano, Director de Aeronaútica, estaban formadas por tres escuadrillas de Breguet, Rolls, Napier, Bristol, Fokker, sextiplanos, un grupo de hidros, sección de caza y Compañía de Aerostación. El porta-hidros Dédalo aportó un dirigible de 1.500 metros cúbicos, un globo cautivo, seis hidro-aviones “Supermarine” y seis de reconocimiento.
En los barcos mercantes se hacinaban fuerzas de Infantería de marina, del Tercio, Regulares, Mehal-la, Harkas irregulares, Compañía de mar, infantería peninsular, carros de asalto, Artillería, Ingenieros, Intendencia, Sanidad…..Un abigarrado surtido de uniformes, razas y religiones. En total, 17.000 hombres, de ellos 6.200 indígenas y 2.082 del Tercio. En reserva quedaron en la Península 10 Batallones.
El buque “Escolano” transportaba a los corresponsales de guerra españoles Emilio Herrero de United Press; Sanchez del Arco, del Noticiero Sevillano; Fernández de El Mediterraneo; Corrochano, de ABC; Artigas Arpón, de La Voz. Y los extranjeros Hans Theodor Ibel, de Prensa Alemana; Clarke Ashworth, de Daily Express (Londres); Rosary Drackman de la Revista Americana (Estados Unidos) y Hans Félix Wolf, de La Ilustración (Leipzig).
Igualmente eran importantes las armas , municiones y otros elementos, por lo que se embarcaron igualmente cuatro baterías de 7 cm. y 10,5, veintiuna estaciones ópticas, una unidad de pontoneros, cuatro estaciones de radio, intendencia de montaña, una sección para depósitos y panadería, dos ambulancias de montaña y dos hospitales de campaña de 100 camas cada uno. Respecto a municiones se cargaron casi 7 millones de cartuchos de fusil y 3 millones para ametralladoras. Por si había mal tiempo y surgían problemas de aprovisionamiento, se dejaron previstas en el peñón de Alhucemas 10.000 granadas de mano, unos 15.000 proyectiles de artillería y, curiosamente, 478 de gases, cuyo posible empleo posterior siempre ha producido controversias.
Respecto a la intendencia, cada individuo llevaba encima dos días de raciones en frío y en un escalón posterior, cuatro días de ranchos calientes y tres en frío, lo que supuso casi 500.000 comidas para los primeros diez días. Después, los barcos, el peñón de Alhucemas y cuatro dobles hornos de campaña, forzarían la producción de pan, mientras la Escuadra seguiría desembarcando raciones frías y calientes, distintas para cristianos y musulmanes. El agua, otro elemento indispensable, quedaba asegurada mediante los dos buques aljibe que atendían a unas 10.000 cubas. La sanidad estaba prevista por los quirófanos de los dos buques hospital con 324 literas y en tierra los de campaña y 142 artolas capaces de transportar en cada viaje 284 heridos o enfermos, junto a trenes-hospital dispuestos en el sur de la Península
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