Después de muchos días de levante el viento a rolado a poniente. Quiero aprovechar la partida de las nubes que ayer cubrieron Ceuta durante todo el día para contemplar el amanecer desde las cercanías del valle sagrado. Pensaba que con el aliento de céfiro habrían bajado las temperaturas, pero el aire es caliente en estas primeras horas de la mañana. Las chicharas andan como locas. No obstante, ahora, que estoy sentado escribiendo, me llega una ligera brisa que refresca algo el ambiente.
Las nubes siguen presentes, pero ya son de otro tipo. Se difuminan sobre el cielo azul y abren un pasillo para que el sol encuentre su camino. En su salida adopta la forma de una antorcha. Lo más cerca de Ceuta que el día del solsticio de verano. Puede que parea el equinoccio de otoño se eleve por encima del Monte Hacho.
El mar está en calma y su superficie está cubierta por un edredón blanco de nubes que mantiene destapada a Ceuta y a las aguas que la rodean, como si la Península de la Almina tuviera calor o hubiera madrugado más que la perezosa Península Ibérica.
Las sirenas de los barcos que cruzan el Estrecho de Gibraltar no dejan de sonar generando un efecto fantasmagórico. A este sonido se unen a las 8:00 h el graznido de las gaviotas y el himno de España procedente del cercano cuartel de ingenieros del Jaral. Por un momento coinciden en el tiempo distintos tipos de melodías que definen la banda sonora de Ceuta: las aves marinas, el aviso de las naves que surcan el mar y el toque de las trompetas militares. A pesar de esta música tengo la sensación de que Ceuta permanece dormida. Es temprano y sábado y además ha sido una noche calurosa. La gente aprovecha el frescor de estas horas para descansar. Yo prefiero estar aquí disfrutando del arte de la naturaleza.
Los dioses, en esta mañana que inaugura el mes de agosto, juegan a modelar las nubes creando falsas colinas, montañas y un blanco frente vertical que recuerda a un glaciar. Observo como la pared de nubes avanza lentamente hacia Ceuta adoptando la forma de una ola gigante que amenaza con engullir a un barco anclado en la bahía norte de Ceuta. La parte exterior de la ola de nubes adquiere un intenso color azul similar al del hielo glacial. Da la impresión de que una barrera invisible, trazada desde Punta Blanca, impidiera el avance del frente de nubes. Se crea así una bahía artificial que protege a los barcos y a Ceuta.
La niebla se va disipando en el Estrecho y ya asoman las montañas de Getares, empieza a dibujarse la bahía de Algeciras y a verse el Peñón de Gibraltar.
El calor del sol comienza a notarse en mi cuerpo y esto me anima a buscar refugio en el fresco y acogedor valle sagrado. A la entrada del santuario me encuentro con Adolfo y charlamos un rato. Él llegó aquí muy temprano y regresa al centro para desayunar con su mujer. Yo me adentro en el valle y lo primero que hago es acercarme a la hornacina de la Virgen del Rosario para mostrarle mis respetos. Luego me siento en el banco de madera a desayunar. Hoy he sido más precavido y antes de salir de casa me he preparado un bocadillo para tomarlo en el campo cuando el cuerpo me lo pidiera. Ahora estoy sentado bajo la cruz que preside el santuario del arroyo de San José. Estoy solo y me gusta que sea así. No me molesta la compañía, pero prefiero escribir acompañado de la soledad. Realmente lo que acabo de escribir es una verdad a media. Es cierto que ningún humano me acompaña, pero siento la compañía de la naturaleza. Para que perciba su presencia exhala un aroma indescriptible que interpreto como una señal de afecto. Yo no tengo con que corresponderle, excepto con mis palabras recogidas en esta libreta. Es un presente humilde, pero que el espíritu de este lugar agradece. Se sentía algo triste por el hecho de que su belleza pasará desapercibida para los poetas. A mí me ha atrapado y me tiene hechizado gracias a un conjuro cuyos principales ingredientes son la luz, el intenso verde, las aves y los árboles centenarios que delimitan este espacio sagrado y mágico. Los pájaros no abundan tanto como en la primavera. Su lugar lo han ocupado las mariposas y los abejorros que me susurran palabras ininteligibles al oído.
«Estoy convencido de que este valle es algo más que el portador del agua de la vida. Es un manantial inagotable del que brota la imaginación. Ella nos revitaliza. Al igual que el agua de la vida aporta la inmortalidad, el cultivo de la imaginación nos acerca al reino de lo eterno.»
El sol, en este instante, ha cogido suficiente altura para lograr que sus rayos penetren en el arroyo. Un haz de luz ilumina la hornacina de la Virgen. Entonces recuerdo que Adolfo me ha comentado hace un rato que Ceuta es uno de los faros de luz que ilumina el mundo. Sin duda, uno de los elementos distintivos de Ceuta es la luz, símbolo de la sabiduría eterna. Esta luz penetra no sólo en el arroyo, sino también en mi templo interior revitalizando y nutriendo mi alma. Tengo la sensación de ser uno con el espíritu de este lugar. Un espíritu que se materializa en multitud de formas distintas: desde la roca sobre la que me siento, al geranio que tengo delante, pasando por el aire que respiro o los árboles que miran con asombro. Dudo de ser yo el que escribe. Más bien parece que es mi alma unificada con la naturaleza la que expresa lo que siento y pienso. Sé que es ella. Cada vez que mi alma se hace presente experimento esa intensa emoción que consigue llenar mis ojos de lágrimas, que entrecorta mi respiración y me eleva hasta planos trascendentes.
Sabía que había estado antes en este lugar y hoy el recuerdo se me ha clarificado. Este es el sitio al que vine cuando era niño con mi hermano Diego y mi vecino Saúl Yubero. Este último nos condujo hasta aquí para ver los renacuajos y conocer la riqueza natural del arroyo. Esa experiencia quedó grabada en mi memoria y creo que fue fundamental para el desarrollo de mi interés y amor por la naturaleza actuando desde mi inconsciente personal. Ahora he regresado al arroyo después de muchos años y mi visión es muy distinta. Lo que en este momento contemplo es un valle sagrado por el que discurre el agua de la vida y por el que pasea al-Khidr. El arroyo está ahora completamente seco. Sueño con el día en el que el agua de la vida regrese al valle sagrado. Sé que depende de mí más de lo que soy consciente.
Decido cambiar de sitio para escribir. Me he sentado a la sombra de un hermoso alcornoque ubicado cerca de la capilla de los arcángeles. El suelo es acogedor y cómodo. Está constituido por la acumulación de hojas secas de varios otoños. Desde aquí tengo una vista de la pronunciada pendiente que describe el arroyo a partir de este punto. Ahora mismo el cauce es inaccesible por la frondosa cubierta de zarzales.
Junto a mí se encuentra un conjunto de parras cuyas ramas se han unido a las del alcornoque, así como observo varios membrillos que ya están dando sus frutos. Según me fijo cuento más frutos de membrillo con su piel verde y su cubierta aterciopelada. Es necesario sentarse un rato y dejar que la mirada se recree en los detalles, así descubro los retoños de alcornoques de están creciendo a la sombra de su madre y alimentándose de los nutrientes formados por la descomposición de las hojas de pasados otoños.
Son las 11:07 h y el calor aprieta con fuerza. La niebla finalmente ha superado la frontera invisible que impedía su avance y a esta hora cubre a Ceuta. Desde aquí no puedo verla, pero lo deduzco del continuo sonido de las sirenas de los barcos que entran y salen del puerto de Ceuta.
Ahora me encuentro a la sombra de un alcornoque impresionante. Sorprende el grosor de su tronco, su altura y la vitalidad de sus ramas y hojas. Es el rey del valle sagrado.
Su reina permanece erguida y elegantes unos metros más abajo. Ambos unen sus ramas como muestra del amor que se profesan.
El séquito de estilizados pinos baila alrededor de ellos formando igualmente parejas, pero mucho más pegados, en algunos casos. Sus brazos, en forma de ramas, abrazan por detrás a sus respectivas parejas y apuntan al arroyo.
Un grupo de pinos rodean a una vetusta higuera de tronco y ramas extrañísimas. Su tronco está casi tumbado, pero su extraordinaria fuerza le hizo dar un quiebro y volver a dirigirse hacia el cielo, aunque sus ramas parece que se calvan en el suelo para nutrirse. Sus hojas son grandes y hermosas, pero de sus ramas no cuelgan higos. Da la impresión de ser el mago de este valle sagrado que ha buscado la cercanía de la reina de este bosque. Entre la reina y los magos siempre ha habido mucha complicidad. El viejo mago y la dama del arroyo han unido sus poderes. La magia que ellos poseen es capaz de detener el tiempo. Fuera de este lugar el tiempo está acelerado y regulado por el reloj, pero aquí el tiempo discurre mucho más lento. El paso de las horas en la naturaleza lo establece el recorrido del sol por el cielo. Lo correcto sería decir que los días lo marcan la órbita de la tierra alrededor del sol. Ahora nos encontramos más cerca de él y esta es la razón del incremento de las temperaturas en nuestro hemisferio.
En la naturaleza nuestra boca enmudece y quien habla es el corazón. El espíritu del lugar nos escucha y conversa con nosotros. Nos cuenta historias, leyendas y mitos imperecederos que enriquecen nuestro mundo interior poblándolo de seres fantásticos y paisajes sagrados. La frontera entre lo tangible y lo intangible se difumina como la niebla de esta mañana. La vida resultaría una pesada carga si no pudiéramos acudir a la imaginación para recrear en nuestra mente una realidad que se nos escurre entre los dedos, como el agua del manantial, pero que sentimos tan real como la tierra que pisamos.
Estoy convencido de que este valle es algo más que el portador del agua de la vida. Es un manantial inagotable del que brota la imaginación. Ella nos revitaliza. Al igual que el agua de la vida aporta la inmortalidad, el cultivo de la imaginación nos acerca al reino de lo eterno. Al beber de esta fuente inagotable de inspiración que es el valle sagrado me acerco al secreto de la eterna juventud. Miro al reloj y regreso al tiempo. Son las 12:00 h en punto. Con el lejano sonido del cañonazo de las doce emprendo mi camino de regreso a casa.
Ceuta, 1 de agosto de 2020
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