El verano ha llegado sin pedir permiso a la primavera; así es, se ha colado en nuestras vidas y ya es uno de los nuestros: de nuestras charlas, de nuestros sudores.
Se convierte en un inseparable de lo cotidiano: los calores espantados con abanicos, ventiladores, aires acondicionados, fuentes, parques, helados, playas, piscinas, duchas. Y cada vez que entra, condiciona los estados de ánimo, las noches sin pegar un ojo, viendo que el reloj no corre y la madrugada parece que no llegará nunca.
Pero también en este tiempo sabemos que no existen los lunes, los martes, los miércoles..no hay hora para dormir o despertarse, comer con hambre, beber con sed, leer el libro que nos abre los brazos y que nos ha esperado durante meses, comprar el periódico y olvidarlo a los pies de la cama por una siesta eterna en la que te despiertas sin las dimensiones del espacio y tiempo.
Ahora, ya en mi pueblo, me apasiona conocer gente, vivir otras vidas, bucear en otras músicas, en otras dimensiones que nunca habitaré... son las generaciones que nos vamos y las que llegan. Así, sin más y por asuntos del destino conocí a Iván, un chaval con un entusiasmo vital sorprendente: sincero, sencillo, empático, tímido pero contundente.
Me invitó a viajar en la alfombra voladora para mostrarme su historia, para que viera a través de sus ojos, y de sus palabras el recorrido de una existencia de 22 años resumidas en una hora escasa. Mientras tomábamos un café, un estruendo provocó el silencio inquietante; había caído una palmera por lo que los técnicos diagnostican como un estrés hídrico. Se hizo una multitud expontanea: nervios, ataques de ansiedad, policía.. no pasó nada.
Le comenté a Iván qué hubiera pasado si fuéramos las víctimas Qué relación teníamos? ¿De qué nos conocíamos? Preguntarían y nadie sabría nada. Reanudamos la charla ya con el café frío e Iván trazó un pequeño mapa de ubicación: el bullying en el cole, una enfermedad, repetir curso, sus primeros trabajos de camarero, la sensación de la explotación laboral y todos los cansancios acumulados.
Luego llegó algo más digno: cuidar ancianos, sus estudios de auxiliar de clínica, sus proyectos para especializarse como técnico de rayos.. Me habló sobre el amor, sus relaciones de pareja como una montaña rusa de ilusiones...pero vi que había aprendido a desilusionarse sin dolor, con la valentía de un lobo solitario que sale de la manada a buscarse de nuevo.
Yo lo escuchaba sin pestañear, observaba que soportaba su historia protegido por la ausencia de su mirada hacia mí. Lo noté melancólico aunque con una melancolía descafeinada por eso de no hacerse un yonki del pasado.
También me di cuenta que parecía muy firme en sus decisiones aunque esa firmeza se había maridado con la inseguridad de las circunstancias. Fui Iván en una hora, en 60 minutos para dar la vuelta a un mundo. Yo oía, escuchaba, memorizaba expresiones de esa juventud a la que no pertenecía.
Debemos dialogar con todos los Ivanes, con los herederos, con los que nos tomarán el relevo. Depositar la esperanza en ellos es soplar al viento para que el vuelo del SER continúe en esta tierra que cuidarán para los que vengan. No sé si fue un sueño de verano, lo que sí sé es que cualquier palmera puede hacer que un segundo interminable se haga eterno.
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