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Desconciliación y desconsenso

“Al morir Franco, quienes entonces enfrentamos la difícil tarea de pasar de un régimen autoritario a un sistema democrático aprendimos a utilizar la palabra consenso”.

No las busquen en el diccionario. Esas palabras no están, pero las he considerado adecuadas para tratar algo que está sucediendo en la actual política española. Al morir Franco, quienes entonces enfrentamos la difícil tarea de pasar de un régimen autoritario a un sistema democrático aprendimos a utilizar una palabra hasta entonces muy poco usada: consenso. Quienes integraron las primeras Cortes elegidas por sufragio universal, siguiendo la línea marcada por el Presidente Suárez, superaron sus diferencias ideológicas para elaborar un texto constitucional que hizo suya una gran mayoría de los españoles. Una Constitución de rodos y para todos cuyo espíritu se fundamentaba en la reconciliación, superando aquellas dos Españas capaces, cada una de ellas, de helar el corazón a los españolitos que vinieran al mundo, como reza el famoso poema de Antonio Machado; una Constitución que sirviera para cerrar las heridas de una terrible guerra civil de la que ambos bandos fueron responsables.
Nuestra Carta Magna supuso la culminación de una transición que admiró a todos los países democráticos. Con ella, las sucesivas alternativas en el poder se han visto con total normalidad por los españoles. Nadie ha sentido el menor miedo por un cambio de  partido gobernante, como sucede en cualquier democracia consolidada. La concordia nos unía a todos.
Y así ha sido hasta que aparecieron determinados nietos resentidos. El primero, Zapatero, que con su Ley de Memoria Histórica, so capa de reconocer derechos a las víctimas de la guerra civil y de sus consecuencias, resucitó el fantasma de las dos Españas, pues de su texto se deducía claramente quienes, supuestamente, fueron los buenos y los malos en aquella contienda que se pretendió superar con la Constitución.     
De cualquier modo, lo cierto es que la antes mencionada Ley, aunque lesionaba levemente el espíritu constitucional de concordia, no la puso en peligro. Pero surgió después otro nieto, el líder del actual populismo, cuyo declarado propósito es el de derogar la Constitución de todos y para todos y sustituirla por otra plenamente sectaria, que dejaría en mantillas la republicana de 1931, con la velada idea de “madurar” nuestra Nación. La desconciliación y el desconsenso a cargo de una opción política que, aunque se califique de “transversal”, es de extrema izquierda. Y no hemos de olvidar que, al menos de momento, esa opción ha contado con cinco millones de votos. La socialdemocracia que en España está representada (o debería estarlo) por el partido socialista, le viene pequeña, y si acaso lo utilizaría para llegar al poder…y ocuparlo absolutamente.
Supongo que eso la habrán podido percibir las principales cabezas pensantes del PSOE, aun cuando una de ellas siga todavía implorando su apoyo, cuando lo cierto es que los principios de la socialdemocracia y los del citado populismo resultan incompatibles entre sí. Unos defienden el espíritu de la Constitución, aunque pretendan reformarla, y otros quieren derogarla, imponiendo otra de carácter plenamente sectario, Además, unos defienden la unidad de España y los otros propugnan la idea de que todos los pueblos de España tendrán derecho a decidir su futuro, como  si fuesen colonias.
Pero qué le vamos a hacer. Hay quien veta a otro partido democrático y defensar de la unidad de España y del espíritu de reconciliación y de consenso de la Constitución y, por el contrario, pide el apoyo de quienes están muy lejos de compartir esos valores.
Como popularmente se dice que Cervantes puso en boca de Don Quijote: “Cosas veredes, amigo Sancho, que harán fablar las piedras”. Aunque está demostrado que eso no lo escribió Cervantes, la frase viene al pelo, y más en estas conmemoraciones cervantinas.

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