El llamamiento a la sublevación el Dos de Mayo en Madrid, firmado por el alcalde de Móstoles Andrés Torrejón y su adjunto, se redactó en dos versiones: extensa y reducida. Dice la breve: “¡Españoles!. La Patria está en peligro. Madrid perece víctima de la perfidia francesa. ¡Españoles, acudid a salvarla!”.
Resumo la Batalla de Bailén. Napoleón ordenó que el 23-05-1808 salieran de Toledo tropas francesas mandadas por el general Dupont hacia Cádiz, para intentar salvar la escuadra francesa que se hallaba surta en el Puerto en inminente peligro. El 31 franquearon Despeñaperros. El día 7-06-1808 los franceses entraron a degüello en Córdoba, cometiendo tropelías, atrocidades y saqueos. Se llevaron 500 carros cargados del botín. Violaron y asesinaron a las mujeres. A monjas, tras violarlas, las asesinaron y colgaron de árboles.
El 8-06-1808, Dupont se quedó incomunicado con Madrid. Los españoles aniquilaron sus destacamentos dejados en Santa Cruz de Mudela y Sierra Morena. El 14, la escuadra francesa se rindió en Cádiz, cayendo en manos españolas: 5 navíos, 1 fragata, 3.676 marinos, 442 cañones y 1.429 fusiles. El 18 dejaron Andújar y se dirigieron a Bailén buscando el apoyo de la división francesa del general Vedel que estaba en la Carolina, creyendo que el grueso del ejército español estaba en Visos de Andújar.
Pero nuestro general Reding hacía ya dos días que se había posicionado en Bailén, donde se entabló la lucha. Los franceses cargaron hasta tres veces a la bayoneta contra los españoles, encabezados por sus generales; pero no fueron capaces de romper el valor y la acometividad de los españoles. La acertada estrategia del general Castaños consiguió vencer a Dupont el día 19-07-1808 en la Batalla de Bailén, o “Batalla de los olivos”, paradójicamente, el árbol simbólico de la paz. Murieron: 2.200 franceses y 240 españoles. Unos 20.000 franceses se rindieron.
El día 20, el conde de Tilly informaba a la Junta de Sevilla: “En el día de ayer, España logró la victoria más completa que desde muchos siglos atrás ha visto la Nación”. Las tropas francesas sufrieron una derrota humillante. Fue la primera vez que un ejército napoleónico cayó derrotado a campo abierto, con 17.600 prisioneros, incluido su general en jefe, Dupont, que angustiado y cariacontecido, dijo a Castaños: “General, os entrego esta espada vencedora en cien combates”. Y Castaños, se la devolvió diciéndole en tono sereno y mesurado, pero con fina ironía: “General, esta es mi primera victoria…”.
Conocida la derrota, Napoleón exclamó: “¡Es una infame capitulación, una mancha que ha caído sobre mi uniforme!”. De Dupont, Napoleón murmuró: “¡Desgraciado!. ¡Qué desastre!. Lo que es la guerra: un solo día basta para deslucir la carrera de un hombre!. El escritor Standhal, dice en su libro “Vida de Napoleón”: “La rendición en Bailén del ejército francés produjo tal desesperación al emperador que: “Ni Rusia, ni Waterloo causaron parecido efecto adverso en su alma orgullosa”.
El general francés Foy, forjador de la leyenda mítica de que el ejército francés era invencible, dice en su Historia de la guerra: “España debió aparecer de pronto altiva, noble, apasionada, poderosa, tal como había sido en sus tiempos heroicos. ¡Qué fuerza y qué poderío!. Inglaterra deliró de gozo. Europa oprimida se volvió hacia España, y todos los pueblos fijaron su mirada en el punto de donde irradiaba un destello de luz que había de alumbrar al mundo”.
"El general francés Thiébault, exclamó tras Bailén: “¡Qué terrible lección la de España, entonces sin administración y sin fuerza, que en Europa se encontraba sin posición política ni militar, y se convirtió en la más potente causa de la ruina y el aniquilamiento de un hombre inmenso que, en su soberbio desdén por los españoles, creyó que podía robarles impunemente sus flotas, sus ejércitos, sus fortalezas y su rey!”.
La victoria de Bailén cambió la historia de España. La estrella de Napoleón comenzó a declinar, y Españas empezó a ser su infierno. Europa se dio entonces cuenta que Francia no era invencible. En 1809 el comandante francés Baligny decía en la “Revista dos Mundos”: “Bailén ha decidido el destino del mundo”. Y el zar Alejandro I de Rusia: “Si España, un país mucho más pequeño que Rusia, ha sido capaz de resistir tanto tiempo, ¿cómo no vamos a ser nosotros capaces de plantar cara a Napoleón?”.
Tras la batalla de Bailén, José I huyó de Madrid, igual que tras las derrotas de Arapiles y Vitoria, y por última vez el 30-03-1814. Vaticinó la derrota a su hermano Napoleón. El 10-07-1808 le advertía: “No hay un solo español a mi favor”. El día 24 le insistía: “Tengo por enemiga a una nación de 12 millones de españoles, bravos y exasperados hasta el extremo. Lo que se hizo aquí el 2 de mayo es odioso. No, señor, estáis en un error. Vuestra gloria se hundirá en España”.
La batalla de Bailén produjo conmoción en Francia y en todo el mundo. Napoleón quiso vengar tal indignidad y vino a España mandando 180.000 hombres. Ganó batallas cerca de Madrid, pero ya nada volvería a ser igual. Después, el ejército español ganaría las de Zaragoza, Gerona, La Albuera (Badajoz), Salamanca, Valencia, Arapiles, San Sebastián, San Marcial y Vitoria. Por el Tratado de Valençia de diciembre de 1813, Napoleón reconocía su derrota y devolvió la corona a Fernando VII.
Factor decisivo del triunfo fue la guerrilla. Hubo 4.000 partidas y 50.000 guerrilleros. Napoleón les llamaba: “Perrros, miqueletes, insurrectos”. Pero causaron a los franceses gran desgaste material y moral. Llevaban impregnado el patriotismo enaltecido. El jefe guerrillero de Sagunto, Romeu, proclamó: “Volemos, hijos de Sagunto, al campo del honor. Preso nuestro rey, vilmente hollada nuestra Patria, juremos no doblar jamás la cerviz al grupo afrentoso de engañadores que, so pretexto de amistad, pretenden tiranizarnos. ¡Vencer o morir, es nuestro juramento irrevocable!”. Destacaron: Espoz y Mina, analfabeto, mandó como mariscal de campo14.000 guerrilleros. El Empecinado: fue brigadier y mandó 5.000 hombres. El cura Merino: Destacó por su crueldad. Pablo Morillo, de soldado en Bailén a general en Vitoria. Eroles: Era médico. Llegó a teniente general y capitán genera en América, etc.
También hubo mujeres heroínas: Agustina de Aragón, que disparando un cañón en Zaragoza hizo retroceder a los franceses. Vivió 5 años en Ceuta como alférez de Infantería. Martina Ibarriaga: Se hizo pasar por hombre y llegó a teniente coronel, pero cayó herida y tuvo que reconocerla un médico que, muy sorprendido, casi no se creía el “secreto” que le acababa de descubrir. Rosa Aguado: Espía de Wellington, que se hizo pasar por amante del general francés Kellermann. María Bellido: que organizó la llevada de agua a las tropas de Bailén. Y las heroínas del 2 de Mayo Clara Rey, su hija Manuela de 17 años, Benita Pastrana, Benita Sandoval, Casta Álvarez y la niña de 12 años Manuela Aramayona. El poeta López García les rimó en un poema: “Suenan patrióticas canciones/ cantando santos deberes/ y van roncas las mujeres/ empujando los cañones/ al pie de libres pendones/ el grito de patria zumba/ el rudo cañón retumba/ el vil invasor se aterra/ y al suelo le falta tierra/ para cavar tanta tumba”.
El 19-04-1814 Napoleón firmó un armisticio para repatriar las tropas francesas que quedaban. Y el 30-05-1814 se firmó el Tratado de Paz hispano-francés. España perdió 300.000 vidas; Francia, según el general Lemiére, 500.000. Murieron 33 generales franceses, 21 heridos, 44 derrotados y 5 prisioneros. Wellington publicó el 19-10-1813 la orden siguiente: “¡Guerreros del mundo civilizado!: aprended a serlo de los individuos del IV ejército español que tengo la dicha de mandar. Cada soldado de él, merece con más justo motivo que yo el bastón que empuño. ¡Españoles!. Distinguidos sean hasta el fin de los siglos vuestros compatriotas, por haber llevado su denuedo y bizarría a donde nadie llegó hasta ahora. ¡Franceses!: Huid, o pedid que os dictemos leyes, porque el IV ejército español va detrás de vosotros y de vuestros jefes a enseñarles a ser soldados”.
Y eso lo dijo Wellington, tras haberse quejado, diciendo: “El ejército español no está alimentado, ni pagado, ni vestido. ¿Tenemos la culpa de que las Cortes hayan descuidado sus deberes, malgastando el tiempo en estériles debates?. Para celebrar la victoria de Bailén, Castaños ordenó que la tropa tuviera como mejor rancho posible “un buen gazpacho”. En el frente los soldados hicieron popular la copla: “Un soldado de Marina/ se puso a pintar el sol/ y de hambre que tenía/ pintó un pan de munición”.
Napoleón, que odiaba a muerte a España, reconocía en sus Memorias de Santa Elena en 1842: “Los españoles todos, se comportaron como un solo hombre de honor. Enfoqué mal ese asunto; la inmoralidad debió resultar demasiado patente; la injusticia demasiado cínica, y todo ello harto malo, puesto que he sucumbido”. Y en el libro de Ronald Frases, Napoleón escribió: “Esa maldita guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. El origen de mi infortunio está ligado a ese nudo fatal: ha provocado que en Europa se me pierda el respeto, ha complicado todas las cosas y ha abierto una escuela para los soldados ingleses. Esa maldita guerra me ha perdido...”.
El general francés Thiébault, exclamó tras Bailén: “¡Qué terrible lección la de España, entonces sin administración y sin fuerza, que en Europa se encontraba sin posición política ni militar, y se convirtió en la más potente causa de la ruina y el aniquilamiento de un hombre inmenso que, en su soberbio desdén por los españoles, creyó que podía robarles impunemente sus flotas, sus ejércitos, sus fortalezas y su rey!”. El ministro alemán Stein, escribió: “Los sucesos en España han causado gran sensación y demuestran lo que puede hacer una nación a fuerza de valor”. Y nuestro Menéndez Pelayo, escribía: “Nunca, en el largo curso de la historia, despertó nación alguna tan gloriosamente, después de tan torpe y pesado sueño, como lo hizo España en 1808”.
Castaños era persona sencilla, buena y caritativa; dedicaba casi toda su paga a la beneficencia entre unas cien familias necesitadas. Era muy austero y honrado a carta cabal. Hizo testamento, diciendo: «Muero pobre, pero, aunque fuese rico, preferiría no gastar en suntuosos catafalcos y grandes músicas, sino en sufragios y limosnas a las familias necesitadas. Dispongo que se me amortaje con el uniforme más viejo que tengo (…). Pasadas veinticuatro horas, mi cadáver será conducido al campo santo de San Nicolás, colocado en el suelo; no en un nicho, por donde transiten las gentes. Que lleve solo una losa de mármol, lisa, sin más inscripción que mi nombre, edad y día de mi fallecimiento». (La Reina Isabel II no lo permitió, ordenando que se celebrara un funeral de Estado y que fuera enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid).
El diario «La Época», publicaba: «Castaños tiene hecho testamento, bien fácil de arreglar: todo el caudal con el que cuenta en metálico el primer capitán general de España no pasaba hace dos días de cuarenta y siete duros». “La Gaceta», preguntaba: ¿cómo había podido un general de su rango acabar arruinado?. Ni con la victoria se hizo altivo ni arrogante. «Dos grandes sentimientos llenaron su vida: El amor a sus reyes y a España, y la beneficencia. Al primero consagró su sangre; a la segunda todos sus bienes. El más antiguo, el más ilustre de nuestros generales, ha muerto pobre. Pero su pobreza es su mejor aureola, porque no fue ni por lujos ni por vicios, sino que procede exclusivamente de su sublime caridad. Todos los necesitados y menesterosos eran sus hijos [no los tuvo propios], y entre ellos repartía con generosa mano su sueldo de capitán general, su única fortuna. Así, más de cien familias dirigían hoy votos al cielo para que prolongase su existencia, llorando inconsolables tan dolorosa pérdida».
Aquellos grandes héroes dieron dignidad, honor y gloria a España. Nuestro deber moral debe ser agradecérselo y no olvidarlos nunca.
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