Continúo la serie. El “Dos de Mayo” de1808 corrieron ríos de sangre en las calles de Madrid, sembradas de miles de muertos entre defensores españoles de la independencia e invasores franceses, A las 10 hrs, entró en Palacio Real el Ayudante del general francés, Murat, para tratar de sofocar el tumulto que se formó. El cerrajero Molina gritó: ¡Matadlos, que no entre en Palacio ningún francés!. Creyó que iban a llevarse al infante menor, Francisco de Paula, cuando a su padre y al hermano Fernando VII los tenía secuestrados Napoleón en Bayona. A esa hora, Murat intentó sofocar la revuelta con bárbaros métodos represivos. Dos repentinas descargas de fusilería francesa despejaron los alrededores produciendo numerosas bajas en Palacio.
Al saberlo el pueblo, de 11 a 12 horas casi todo Madrid armado con escopetas, pistolas, piedras, agua y aceite hirviendo arrojadas por las mujeres desde los balcones contra los franceses. A las 12 hrs. el ardiente patriotismo del capitán Velarde no se resistió ya más a la llamada del pueblo; fusil en mano, se unía a los rebeldes. Salieron todos hacia el Parque de Artillería.
El teniente Jacinto Ruíz Mendoza, nacido en Ceuta el 16-08-1779, estaba destinado en Madrid en el Regimiento de Voluntarios del Estado. Ese día se hallaba en cama con fiebre; pero, al oír disparos en la calle, corrió a su cuartel. Y aquí aparecen ya Ceuta y la bravura de uno de sus soldados más ilustres: el teniente Ruiz. Las tropas de Madrid tenían orden muy severa de no enfrentarse a los franceses. Pero esa orden tan indigna debió remorderle la conciencia de español y se unió a los 33 hombres del Batallón que salió hacia el Parque al mando del capitán Goicoechea. A las 12,30 llegó el teniente Ruiz al Parque. Nada más entrar, desarmó a un capitán francés, más 80 hombres que mandaba, diciéndoles: ”Un Batallón está en la puerta y los demás vienen marchando. Como habéis iniciado las hostilidades, debéis de entregaros de inmediato; si no, seréis pasados a cuchillo”.
Mandó a su fuerza preparar armas, y atemorizados los franceses arrojaron las suyas al suelo. El pueblo se percató de la acción, entró entonces en el Parque gritando vivas al ejército y aclamando al teniente Ruiz como libertador. Los civiles se armaron y fusil en mano salieron corriendo a la calle. A las 13 hrs. llegaron 1.000 soldados franceses de refuerzo y exigieron la rendición, pero fueron recibidos a balazos. El capitán Velarde cerró las puertas del Parque dejando encerrados a los 81 franceses que antes había desarmado el teniente Ruiz. En la calle se luchaba cuerpo a cuerpo.
El capitán López Barañano, que ese día luchó apostado en el número 83 de la calle Ancha de San Bernardo, relató así en sus memorias la llegada de los franceses al Parque: “Entró por la puerta de Fuencarral una columna francesa con sus cañones de campaña haciendo fuego de metralla por los balcones del cuartel; intentó penetrar por la calle del Parque, pero por dos veces fue rechazada con mucha pérdida de vidas”. Murat informaba a Napoleón de los hechos: “Tropas del general Lefranc, ocuparon el Convento de San Bernardo, donde se encontraban emplazados 3 cañones. La mayoría se dirigieron al arsenal a fin de capturar cañones y fusiles, pero el general Lefranc desde la puerta de Fuencarral marchó sobre ellos a la bayoneta consiguiendo hacerse dueño y tomar los cañones que los sublevados habían capturado”.
Pero lo que Murat silenciaba es que el propio general Lefranc sufrió dos heridas en un muslo producidas por disparos de los españoles. En la lucha del Parque el capitán Daoiz murió acuchillado a bayoneta. Acudió a socorrerle el capitán Velarde, y también murió de un tiro en el corazón. Tomó entonces el mando el teniente Ruiz de Ceuta quien, enaltecido por la honrosa causa por la que luchaba, lo hizo con tal ímpetu que parecía lanzar un reto a la muerte.
Fue primero herido en el brazo izquierdo perdiendo mucha sangre. Un guardia de Corp, José Pacheco, le ató un pañuelo en el brazo como torniquete. Continuó luchando sin apenas municiones, rodeado de cadáveres, envuelto en humo, exaltado su ánimo por el fragor de las incesantes descargas, con su cuerpo y uniforme ensangrentados y el sable empuñado parecía invencible. Pero un segundo balazo le penetró por la espalda saliéndole por el pecho. Cayó a tierra exánime tras unas cinco horas de lucha.
Varios soldados lo recogieron dándolo por muerto, pero un cirujano vio que todavía respiraba y le practicó una cura calificando su herida de mortal. Los compañeros lo llevaron oculto hasta su cuartel para ponerlo a salvo del general francés Murat que había anunciado el fusilamiento de quienes entraron en el Parque. Fue curado por el doctor José Rives en el piso donde vivía con su casera, María Paula Variano, y por el doctor José Rives. Desoyendo los consejos del médico, más de sus compañeros, caitán Francisco de Arcos Romero y el subteniente José Luna, de no incorporarse a la lucha fuera de Madrid debido al precario estado de salud que padecía, él pidió que se le trasladara a Badajoz, donde fue llevado clandestinamente al Regimiento de Guardias Walonas.
El Diario de Badajoz del 26-07-1808 se hizo eco de la noticia: “Badajoz.- D. Jacinto Ruiz Mendoza, teniente de Voluntarios del Estado, ha llegado a esta plaza, le acompañan el ayudante mayor Julián Romero, el teniente de granaderos, graduado de capitán, José Luna y subteniente Francisco de Arcos. Don Jacinto Ruiz fue uno de los tres oficiales que el dos de mayo hicieron en Madrid prodigioso valor, hasta haber rendido una columna de 300 enemigos (…). Sus compañeros se habían comprometido a no abandonarle; burlaron la vigilancia de los franceses y, huyendo de Madrid han venido todos a alistarse entre los defensores de la Patria”. Por el Jefe de Estado Mayor se le notificó que todos los oficiales y soldados del cuerpo que llegaron al mismo tiempo, podían llevar el Escudo concedido a los prófugos de Portugal”.
Aun cuando por su herida abierta no podía combatir, se empeñó en sumarse a las tropas del Regimiento en su marcha hacia Madrid. Llegando a Trujillo empeoró, alojándose en casa de su tío, Juan Cebollinos, teniente coronel. Sintiéndose grave, otorgó testamento en Trujillo. Dos días después falleció, con 29 años. La Junta de Defensa lo ascendió a teniente coronel. En el libro de defunciones de la parroquia consta: “A 14-03-1809, se dio sepultura eclesiástica en esta Parroquia de San Martín de Truxillo, al cuerpo de Don Jacinto Ruiz Mendoza, Teniente Coronel de Guardias Walonas, fallecido el día anterior…”.
Cien años después, en marzo de 1909, la Regente doña María Cristina ordenó el traslado a Madrid de sus restos mortales, dentro de una urna de caoba con adornos de cobre, en cuya cartela de bronce se lee: "13 de marzo. Jacinto Ruiz Mendoza. 1809-1909". Los restos llegaron por ferrocarril a la estación de Atocha y allí fueron colocados en un armón de artillería, donde le tributaron honores fúnebres de Ordenanzas para capitán general que muere en plaza en la que tiene mando.
"El 2 de Mayo murieron en Madrid 900 individuos, de ellos 320 fusilados, unos 300 franceses y el resto civiles. Murat dictó el día siguiente un bando, ordenando el fusilamiento inmediato de quienes portaran armas, fueran en grupos de más de ocho o autores de libelos sediciosos"
La nueva inhumación de su cadáver se realizó en el monumento erigido en su honor en la plaza del Rey. El responso fue dirigido por el obispo de Madrid y los rezos por el sacerdote de Trujillo. Algunas cenizas están repartidas también en dos pequeñas arcas, una de ellas actualmente en el Museo Militar de La Coruña y la otra en Ceuta, en el Museo de la Legión. También en Ceuta tiene erigido un monumento en la plaza de su mismo nombre. Se le tributó un gran homenaje nacional al igual que antes se había hecho con los capitanes Daoiz y Velarde.
El presidente de la Comisión nombrada para dicho traslado, fue el coronel Federico Páez Jaramillo, nacido en Ceuta. El pueblo de Trujillo se oponía abiertamente a que se llevaran sus restos a Madrid. En el Libro de Actas del Ayuntamiento de Trujillo se recoge la sesión del día 1-03-1909, dando cuenta de una carta del Centro Hispano-Marroquí de Ceuta excitando el entusiasmo de la Corporación Municipal para honrar al teniente Ruiz. Trujillo se adhirió a tan merecido y solemne homenaje nacional. Nombró una comisión local presidida por su Alcalde José Mª Grande Vargas. En la caja mortuoria destacaba una corona de flores con la inscripción: “El pueblo de Trujillo a Ruiz Mendoza”.
Para acallar las protestas de los trujillanos que querían seguir teniéndolo en Trujillo enterrado, el coronel Páez Jaramillo tuvo que contener a la población arengándoles así: “Por un azar de la vida vino Ruíz a morir en la bizarra cuna de Pizarro (…) Ceutí era Ruíz, como lo soy yo, y dispuesto como mi heroico paisano a morir por España idolatrada. Ruíz murió entre vosotros, entre los hidalgos y generosos hijos de Trujillo. Yo, en su venerada memoria, os prometo solemnemente hoy, empeñando en ello mi palabra de soldado, considerarme trujillano, a mucha honra.
Por las cenizas sagradas de Ruiz os juro, que cuanto pueda y cuanto valga lo pondré a vuestra disposición y mi modesta pluma, mi espada y los alientos de mi corazón los consagraré para pedir se haga justicia al pueblo sencillo, noble, hospitalario y digno que sabe amar a la Patria en silencio, que sabe sufrir lo mismo y que no pide nada. Me llevo, trujillanos, los restos de Jacinto Ruiz, pero ahí entre vosotros queda empeñada mi conciencia. Consideradme uno más, el que quiere ir entre los de delante, entre los que peleen por conseguir todo aquello que os merecéis por vuestra historia, por vuestras virtudes y por vuestro patriotismo”.
Un extenso poema escrito en 1808 por Bernardo López García, llamado por el pueblo: “El cantor del 2 de Mayo”, pone de relieve el patriotismo y la resignación con que el pueblo soportó su heroico sacrificio. Una de sus estrofas dice así: “Oigo, Patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/ que forman tocando a muerto/ la campana y el cañón/ sobre tu invicto pendón/ miro flotantes crespones/ y oigo alzarse otras regiones/ en estrofas funerarias/ de la iglesia las plegarias/ y del arte las canciones”.
El 3 de mayo de madrugada, fueron fusilados en Príncipe Pío 43 españoles sacados por sorteo. Los condujeron maniatados, a culatazos de fusil y a punta de bayoneta. Les insultaron y vejaron hasta extremos increíbles. Dejaron los cadáveres 12 días insepultos por orden expresa de Murat, pese a que antes empeñó su “palabra de honor de general” ante los madrileños de que no tomaría represalias. Sólo en el Prado se cargaron ese día 18 carros de cadáveres, más los recogidos en otros lugares. Eso da idea de la magnitud de tan horrenda matanza perpetrada por los franceses.
En un grabado de la época se lee lo siguiente: “Maniatados y conducidos a bayonetazos al Prado los infelices que tuvieron la desgracia de caer en poder de las tropas francesas, son atrozmente asesinados, sin que ni sus clamores, ni las súplicas, lágrimas y gemidos de las madres, hermanas y esposas basten a libertarlos. Un buen número de sacerdotes y religiosos se cuentan entre estos desventurados que perecieron sin ninguna clase de auxilio. Y no satisfecha la feroz soldadesca con haberlos deshecho a fusilazos y desnudos de pies a centenares de víctimas, fueron alevosamente sacrificados”.
El 2 de Mayo murieron en Madrid 900 individuos, de ellos 320 fusilados, unos 300 franceses y el resto civiles. Murat dictó el día siguiente un bando, ordenando el fusilamiento inmediato de quienes portaran armas, fueran en grupos de más de ocho o autores de libelos sediciosos. Se cometieron en Madrid tales atrocidades por los franceses, siendo esa fecha llamada durante muchos años por los madrileños: “Día de la infamia”. Fue también la chispa que prendió rápidamente por todo el país. Ese mismo día la noticia de los hechos sangrientos del “Dos de mayo” llegaron a Móstoles. Allí redactó un bando Juan Pérez de Villamil y Paredes, Bachiller en Leyes (Continuará el próximo lunes)
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