Derrota anhelada

No me cabe ninguna duda de que aún habrá quien piense que la eliminación de la Selección Española de Fútbol ha sido una cuestión de mala suerte.

La misma que se repetía cuando España era eliminada de cualquier competición internacional o continental de fútbol, antes de que llegaran los últimos éxitos. Con estos, la mala suerte pasó a ser justicia, ni siquiera buena suerte, evidenciando las dificultades de gran parte de la hinchada española para asimilar sus victorias futbolísticas honrosamente.
La vida dispone de todo el tiempo existente para cerrar, con sus múltiples finales, todo cuanto acontece en su interior. No se puede culpar a nadie de no ser lo suficiente hábil para evitar desenlaces que han de llegar. Tal vez, el problema que sí se le pueda achacar a Del Bosque sea el de no percatarse del paulatino declive de una dinámica brillante y actuar en consecuencia. No para revertir completamente esta compleja situación y terminar haciendo campeona España, epopeya improbable dadas las circunstancias, sino para intentar descargar lo máximo posible el fracaso del combinado nacional. Como es lógico, no podemos pedir a Del Bosque que recupere a unos jugadores que, durante la temporada, o bien han sufrido un deterioro físico considerable, o bien no han estado a la altura en ningún tramo de la misma. Sin embargo, creo que sí se le podía haber exigido un plan ‘B’ con el que reaccionar no sólo ante los problemas anteriores sino frente a futuros contratiempos.
Tras el partido contra Holanda, donde se evidenciaron todas las carencias de la selección y su acerada depresión, la decisión de Del Bosque fue introducir a Javi Martínez y Pedro por Piqué y Xavi, revelando dos puntos para mí esenciales: en primer lugar, reconocía que el eje anterior no había funcionado ni iba a hacerlo, y, en segundo lugar, evidenciaba que no había logrado hilvanar otra alternativa profunda, quedándose en el camino de una revolución que no hubiera aportado, desde luego, menos intensidad. No sé cuánto ha visto jugar a David Silva en los últimos tiempos, pero habría que recordarle que su verdadera posición no es la de organizador. Sí lo es la de un Koke que mostró un nivel superior a todos sus compañeros en cuanto pudo tomar las riendas en la segunda parte del partido. Pero era tarde: Chile estaba sellando su pase a la siguiente fase.
Por casi todos es conocido que la pizarra de Del Bosque no es la de Mourinho, pero pocos podían imaginar que fuera tan escueta, si bien es cierto que tampoco era muy difícil llegar a esa conclusión. Aún recuerdo las dificultades del equipo técnico español para reorganizar la punta de ataque en la Eurocopa del año 2012, dadas las malas condiciones en las que llegaron sus delanteros. Entonces, un simple pero no menos arriesgado cambio sirvió para solucionar esta cuestión (no sin momentos de fuertes dudas) y llevar a España a la victoria final. No obstante, las soluciones no siempre son tan sencillas. En esta ocasión, el problema no era la punta de ataque sino absolutamente todo el equipo. Ya no servía el cambio de cromos entre habituales que en el año 2012 había sido más que suficiente, sino que era vital retocar el engranaje que durante la temporada de clubes finalizada recientemente había reflejado severos síntomas de decaimiento.
No niego que se pueda fracasar en cualquier ámbito de la vida por mucho esfuerzo que dediques a una empresa. Pero, a juzgar por el espectáculo ofrecido, creo que el problema en esta ocasión es que nadie, absolutamente nadie, ha puesto de su parte para, al menos, intentarlo. Y así, sí que es imposible. Quizá no exista derrota más anhelada que la victoria que no se desea.