Supe yo desde mi juventud, bien de haberlo oído o leído, que en ningún ordenamiento punitivo cabe la imposición de sanción sino a conducta dolosa. Y que no era o es dable que exista dolo en quienes ejercitándose en los remedios que otorga la Ley esperaban o esperan alcanzar la suspensión de un acuerdo que estimaban o estiman no conforme a derecho. ¡Derecho! Siempre el derecho y siempre la ley.
Primero es el derecho, después es la ley. Desafortunadamente las leyes han sido siempre la primicia de los legisladores sin tener en cuenta el derecho de gentes; el derecho de las personas. Cuando esos derechos son usurpados por las leyes (lagunas de la ley ), los jueces, que son los que administran y reparten justicia, sientan el principio de Jurisprudencia, otorgando el derecho invocado, derecho que no ha sido incluido en la Ley.
También oí decir que cuando a finales del siglo XIX se escribió el Código Civil, este dedicaba el 90 por ciento de sus artículos a favorecer a los poderosos.
Pero esto debe ser desde el tiempo de los griegos pues ya Platón decía “que la justicia no es otra cosa que la conveniencias del más fuete”. Y así han permanecido más de siglo y medio. Y como sarcasmo se ha dicho también que “muchos jueces son absolutamente incorruptibles; nadie puede inducirles a hacer justicia”.
Cuando los países de signo totalitario se implantaron en Europa, a raíz de la miseria aparecida al finalizar la I Guerra Mundial, llamada la Gran Guerra, 1914-1918), alcanzando lo mismo a los poderosos que a los humildes, llegaron a establecer unas clases, llamadas “clases medias” hoy día desaparecidas, por el abandono y la ignorancia supina de todo el entramado social y político que teje todo un estado al servicio de los ciudadanos.
Primero es el Derecho, después la Ley y después la Justicia, tres pilares en los que puede asentarse un auténtico Estado de Derecho al servicio de los demás.
No es permisible legislar dentro de la frialdad de un gabinete sin antes establecer un continuo contacto y estudio con los medios que informan la situación en cada momento del vivir de la ciudadanía.
Pobrecitos niños que pasan hambre, frío, sin cobijo; mujeres que claman protección a sus hijos y todos los suyos. Mujeres que no tienen una palabra ociosa ni una frase de vilipendio contra los culpables, salvo raras y anormales excepciones. Algunos que insultan a los hombres muertos en las guerras, sin tener en cuenta a los políticos que los lanzaron, tanto de un bando como de otro, a morir en las calles, esquinas en las checas y en las trincheras.. Si en mí estuviese algún poder, nunca consentiría, aunque me valiese la pobreza o la muerte, que los vivos falten a los muertos. Ya decía Becquer “Dios mío que solo se quedan los muertos”. Pero siempre en la historia ha habido cobardes.
(*) Ceutí residente en Madrid. Profesor
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