El régimen impuesto por el PP en nuestra Ciudad bajo el manto protector de la fingida bonhomía de Juan Vivas, ha comenzado a agrietarse a medida que se extrema la escasez de fondos públicos, imprescindibles para mantener el espejismo. Poniendo el foco sobre las inversiones, se comprueba sin esfuerzo lo errático de una política cuyas prioridades se sitúan en las antípodas del interés general. El PP presume enfáticamente de haber invertido seiscientos millones en diez años. Sin embargo el análisis detallado de este hecho, lo convierte en una confesión implícita de su propia incompetencia. No resulta fácil explicar que seiscientos millones no hayan sido suficientes para superar los déficits crónicos de nuestra Ciudad en equipamientos básicos. Se ha concentrado la inversión en aquellas iniciativas más llamativas y deslumbrante; pero no más útiles o necesarias.
Este desorden de prioridades nos conduce a estremecedoras invitaciones al llanto. Tal es el caso del tratamiento de las aguas residuales. Es cierto que la conciencia ecológica en nuestra Ciudad se encuentra en un estado incipiente casi imperceptible. La inmensa mayoría de la ciudadanía no concibe el medio ambiente como un componente esencial del patrimonio colectivo. No se sienten concernidos por su protección. A penas un puñado de personas, informadas y mentalizadas, pregonan en el desierto intentando abrir una brecha en un muro de inconsciencia suicida de la que todos somos partícipes. Así actúa también el Gobierno de la Ciudad. Desde la más absoluta irresponsabilidad medio ambiental. En Ceuta se siguen produciendo vertidos de aguas fecales en las playas. A pesar de la prohibición expresa de la Unión Europea. De hecho, una reciente sentencia de un tribunal de justicia europeo ha condenado a España por incumplimiento de la directiva comunitaria en esta materia. Ceuta aparece en el inventario de infractores con letras de molde. Lo sorprendente es que esta agresión al medio se perpetúe, ante la indiferencia generalizada, mientras permanece cerrada la Estación Depuradora de Aguas Residuales, cuyas obras finalizaron hace veinte meses. Las costosísimas instalaciones, olvidadas y abandonadas, comienzan a flirtear con el óxido. La razón de este monumental despropósito reside en la declarada incapacidad económica del Ayuntamiento para hacer frente a una inversión complementaria de seis millones de euros, indispensable para optimizar el funcionamiento la EDAR.
El Gobierno, tras un frívolo y prolongado recorrido por la abundancia, ha colgado el cartel de “no hay dinero”. Sin embargo, no muestra recato en exhibir una paradoja que se precipita hasta la obscenidad. Se pueden seguir vertiendo aguas fecales, pero simultáneamente inauguraremos un atractivo Campus Universitario. Esta obra costará veinticinco millones de euros (sin contar la habitual “liquidación final” tan útil para cuadrar costes y comisiones). Evidentemente, habrá que pedir un nuevo préstamo para abonar las certificaciones. Un palmario ejemplo de derroche. Las instalaciones universitarias de nuestra Ciudad, tanto de la UNED, como de la Universidad de Granada, están en perfecto estado de uso y bien dimensionadas. La tendencia actual en relación con el desarrollo universitario (al margen de la crisis) es restrictiva. El modelo universitario está en revisión y la excelencia se erige como su próximo eje vertebrador. En buena lógica, se reducirán centros. En Ceuta tendremos mucha suerte si mantenemos lo que tenemos. Aspirar a nuevas metas es huir de la realidad. ¿Qué sentido puede tener esta cuantiosa inversión más allá de una enfermiza megalomanía?
Si alcanza el presupuesto (difícil) para efectuar el traslado, acondicionar las nuevas dependencias y mantenerlas posteriormente, el próximo año se inaugurará un nuevo Campus Universitario en el antiguo cuartel de Ingenieros, que no ampliará un ápice la oferta educativa. Probablemente, cuando las autoridades corten la cinta tengan que taparse la nariz para soportar los fuertes olores que las aguas fecales seguirán provocando en la playa de San Amaro. Prioridades desbaratadas. Depurar las aguas residuales es infinitamente menos rentable en términos electorales que alardear de un nuevo edificio universitario. Aunque éste sea tan caro como innecesario.
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