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Delincuencia

Pintan bastos para la seguridad ciudadana ceutí. ¿Hasta dónde va a llegar la escalada delictiva?, preguntan los vecinos. Se percibe inquietud. Cada vez más. No sólo por quienes temen por la integridad de sus establecimientos. La zozobra va en aumento a medida que los delitos contra la propiedad o la seguridad personal se disparan. Una realidad difícil de maquillar bajo el paraguas político de los casos aislados, la inseguridad subjetiva o el recurso a unas estadísticas que al ciudadano de a pie no le cuadra. Ni pizca.
“Ceuta no es una ciudad fácil desde el punto de vista policial”, manifestaba, va a hacer ahora un año, el comisario Mélida. Pues ahora, D. Pedro, el más difícil todavía, como en el circo. Duro dolor de cabeza para el delegado quien, también por aquel mes de abril y mirando por el retrovisor, dejaba una de sus perlas: “Cuando llegué, la situación de Ceuta no era tranquila ni segura”. ¿Y ahora, señor González?
El tipo de delincuencia que venimos padeciendo en los últimos tiempos no es normal. Por supuesto que no hablo ya de aquella lejana época en la que podíamos ir por cualquier lugar y hora, por el centro o por las barridas periféricas, con total tranquilidad. Algo que a algunos, hoy, podrá sonarles a fantasía, pero que era así en la ciudad de entonces.
Con el paso de los años fuimos habituándonos a la rotura de cristales de los vehículos y al robo del radiocasete o de cualquier otro objeto en su interior, a la sustracción de ruedas, al fácil tirón callejero, al asalto a plantas bajas sin rejas, al hurto de prendas tendidas o a los establecimientos con las mínimas medidas de seguridad. Molesta delincuencia propiciada en su mayor parte por rateros del vecino país.
Delincuencia, si se quiere, de baja intensidad. Cada vez más frecuente, pero lejos de los hechos actuales. Recuérdese el fuerte impacto que causó el robo millonario, propio de película, de la joyería ‘La Esmeralda’. Por primera vez la técnica del butrón aparecía en nuestra ciudad, obra de auténticos profesionales, aprovechando el fin de semana y de los que nunca más se supo.
Tres lustros después hemos asistido al saqueo de la joyería ‘Telemar’ por idéntico procedimiento y extendido, igualmente, a dos bufetes de abogados. Lo inquietante es que aquí podríamos estar hablando de cualificados profesionales de la delincuencia venidos de fuera. Robos que, unidos a otros de la más diversa índole, han hecho saltar las alarmas al ya de por sí sufrido comercio local. Los empresarios están intranquilos. No digamos en lugares como Romero de Córdoba, donde todos suelen cerrar al unísono por el temor de verse solos ante un posible asalto, como si a la voz de “su padre el último” se tratara.
Entre tanto, en la calle hay temor al atraco. A cualquier hora y lugar, especialmente por los colectivos más vulnerables. Las comunidades de vecinos refuerzan su seguridad y alertan con avisos a los residentes. “La gente está asustada, en los barrios no se ve a las fuerzas de seguridad, no están tampoco las patrullas que iban a controlar la zona”, denunciaba esta semana la AUGC. Hasta a un fornido guardia civil, de paisano, llegaban a asaltar esta semana. En su coche y en la propia frontera, golpeándole violentamente y causándole heridas para evitar que pudiera defenderse. Paradójicamente nadie acudió en su ayuda. El miedo es evidente. Los malhechores saben que ese clima juega a su favor. Se sienten crecidos ante la ausencia de medidas contundentes o de la falta de efectivos policiales en la calle. ¿Bandas organizadas? Así parece tras la rápida detención de uno de los asaltantes del agente, un marroquí. Que siga la racha.
Atracan a las cinco de la tarde un comercio chino en Hadú. Pocos días después, en el mismo barrio, idéntica suerte corre la sala de juegos ‘Nevada’, pero ahora con pistolas y con clientes en su interior, al más puro arte del mítico far west americano. “Hadú es la ciudad sin ley” me dice, parodiando lo anterior, un comerciante dispuesto a poner los pies en polvorosa del barrio. Se llevan husillos, arquetas, vallas, tapas de farolas, los bolardos del Paseo de las Palmeras y todo el hierro que pueden, para venderlo después en Castillejos. Y de la oleada de coches quemados para qué hablar…
Ni siquiera los centros educativos escapan de esa oleada de robos indiscriminados, con más de 200 ordenadores sustraídos. El colmo ha sido el del ‘Ortega y Gasset’, incendiado para no dejar huellas. Y que quede ahí tan vandálica estrategia. No es normal la situación en la ciudad posiblemente con más agentes de la autoridad por habitante de España y reducida extensión territorial. Es el momento de la firmeza, de la unión y del despliegue de esfuerzos y estrategias por parte de autoridades y estamentos implicados en el tema que conduzcan a soluciones urgentes. Las necesitamos todos.

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