Categorías: Opinión

Del 17 al 10

El legendario Pete Sampras ya advirtió hace once años, tras caer eliminado por Roger Federer en la edición de Wimbledon del año 2001, lo grande que podía llegar a ser aquel chaval de diecinueve años que sorprendentemente le había vencido. Lo que quizá no pudo imaginarse en aquel momento es que ese jovencísimo tenista conseguiría destrozar sus logros más importantes, todo por lo que él había luchado durante años. No obstante, el fulgurante transcurso de la carrera de Federer parecía apuntar a que no podría conseguir el último gran récord que ostentaba ‘Pistol’: el de semanas totales como número uno. Roger se había quedado al borde, a una simple semana para igualar a su ídolo y a dos de superarle, pero nadie apostaba por él, o al menos casi nadie, ante el dominio preminentemente físico de las nuevas figuras del tenis mundial. Los lideró como número uno cuando eran más jóvenes, cuando la diferencia de edad (de cinco años en adelante) aún no se sentía definitiva, pero la llegada del suizo a los treinta años parecía poco propicia para poder superar el estado de forma de los mejores del mundo. Gran error.
Wimbledon 2012 ha evidenciado que el talento es permanente mientras que el físico presenta peligrosos altibajos, siendo una temeridad confiarle casi toda la plenitud del éxito individual a un elemento tan inestable. Primero fue barrido el número 1 del Novak Djokovic en semifinales, y luego cayó Andy Murray en la final. Entre ambos, solamente pudieron ganar dos sets de ocho totales al suizo, en una gesta increíble que tiene difícil encontrar par en la historia del tenis, al menos durante la Era Open, teniendo en cuenta el momento de la carrera de Federer y el de Murray y Djokovic.
Con sendas victorias en la mano, el suizo ha confirmado, una vez más, su liderazgo sobre los jóvenes de hoy. Venció a la generación que terminaba cuando él llegó al tenis, destrozó a sus contemporáneos y ha reinado sobre la nueva generación antes y ahora. Ante esta victoria, cabe pensar que tal vez sea más relevante el hecho de haber dominado el circuito a lo largo de su carrera más que el récord de semanas como número 1, ante el que la figura de Sampras desfallece en cuanto a récords de la máxima categoría. Como curiosidad cabe destacar que la mayor parte del Top-20 ha perdido contra Roger la última vez que se enfrentaron, dato que afina aún más la percepción que, a estas alturas, ha de tenerse sobre el genio suizo.
El conjunto de la carrera de Roger Federer, no solo por su ascenso victorioso sino muy especialmente por la manera de conseguirlo, ha de considerarse como la más destacable de la historia del tenis, ahora sí un escalón por encima de la lograda por el australiano Rod Laver. No hay en la historia de este deporte quien haya conseguido dominar diferentes generaciones tanto tiempo y en tan diversas circunstancias y lugares como lo ha hecho Roger, títulos al margen. Supo vencer en la hierba veloz de saque y volea, y adaptarse a la nueva y más lenta hierba por la que la organización de Wimbledon decidió optar para evitar la tiranía de un nuevo Sampras; ha sabido dominar en las duras (tanto en las lentas como en las rápidas) y campear sin rival alguno en las pistas duras ‘indoor’; también reinventó su estilo sobre la tierra batida para poder lograr grandes éxitos en ella, solo siendo frenado por el mejor jugador de la historia de la tierra (junto a la estadounidense Chris Evert), pese al cual ha conseguido alcanzar sus objetivos sobre esta superficie. Y, lo que es más importante, ha sabido superar todas las estrategias que sus rivales le han planteado durante años, un punto complicadísimo teniendo en cuenta la cantidad de grandes rivales a los que se ha enfrentado Roger Federer dada su dilatada carrera.
El decimoséptimo título de Grand Slam es mucho más que eso: en realidad, si esta victoria destaca no es por ser el séptimo Wimbledon que consigue, aquel que le entrega el número 1 y le cede paso para alcanzar el último gran récord que le faltaba, sino por culminar una carrera de dominio que se ha fraguado en una constante adaptación a todas las circunstancias que han rodeado a Roger durante este tiempo. Su inalcanzable capacidad para mejorar sus prestaciones sin perder la fe en la manera divina e irrealizable de plasmar su juego, tanto en los malos momentos como en los buenos. Un ejemplo del deporte que ya comparte la posteridad con las más grandes leyendas interestelares.

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