Colaboraciones

“La defensa común, el cambio de paradigma en la evolución del concepto europeo”

No cabe duda, que en los últimos tiempos, las políticas de Seguridad y Defensa de la Unión Europea (UE) han evolucionado. La clarividencia de una amenaza considerable a nivel global, regional y local, ha establecido un principio de obligado cumplimiento, para llevar más allá una réplica en la construcción de una ‘Defensa Común’.
El entorno geopolítico que confluye, ha incrementado la cooperación de la Unión en razón de la seguridad exterior y la defensa. Al mismo tiempo, el impulso de una situación de seguridad multilateral ha reproducido diversificaciones en los conflictos, que por instantes se amplían en la esfera política, social y económica, cada vez más interconectada.
Estos riesgos de seguridad no son exclusivamente de índole militar, sino que mismamente, se circunscriben desde la multiplicación de armas de destrucción masiva, hasta agresiones cibernéticas, piratería y contrabando e intimidaciones al medio ambiente, entre algunos de los tantos.
Pero, por causas de la globalización, los desequilibrios han franqueado los límites fronterizos de los estados y ya no se reducen a zonas geográficas concretas. Las fronteras entre la seguridad interna y externa se desdibujan.
Añadiéndose, la crisis financiera y las medidas de austeridad derivadas, que han dañado ampliamente las capacidades militares y los recursos de los países miembros de la UE.
Toda vez, que sin una amenaza clara y en vista de los altos costos que ello redunda en los sistemas armamentísticos, como la desconfianza de la opinión pública con relación a la participación en misiones humanitarias, a nadie se le escapa, que cuesta argumentar un gasto tan relevante y una intervención militar de estas peculiaridades.
Igualmente, un inconveniente adicional es el aumento de la advertencia terrorista en los Estados de la UE, con el trasfondo en la gestión de los flujos migratorios que continúan al alza en los países europeos.
Presumiblemente, Europa debería protegerse de los ataques de terceros, sin tener que supeditarse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Sin embargo, la Estrategia de Seguridad Global contempla que para la defensa colectiva, es indispensable la compatibilidad con la Alianza Atlántica.
De ahí, que la autonomía estratégica demande de una ampliación del presupuesto para la seguridad y la defensa; además, de más capacidad y cooperación; una organización militar más unificada y con una industria europea de defensa sólida; pero, sobre todo, mayor implicación política de los Estados.
Hoy, la impresión de configurar un ejército europeo es tan lejano como atrayente, aunque, no lo bastante contundente como para que se materialice de inmediato.
Pese, a no entreverse a corto plazo la plasmación de un cuerpo militar europeo, el menester estratégico presente es más que indiscutible; un contexto frágil como el habido en las inmediaciones del Este y Sur de Europa, ante una potencia como Estados Unidos que denota sarcasmo, en su deber con la seguridad de este continente.
Y es que, entre las muchas barreras para constituir un ‘Ejército Europeo Común’, se atina la impredecibilidad del presidente ruso Vladímir Putin, que hace que las naciones de Europa Central y Oriental reconozcan a la OTAN como el eje de su defensa, sospechando que la UE pueda competir con las estructuras de la Alianza, atenuándola.
Con estos indicios preliminares, no se trataría de promover unas Fuerzas Europeas encomendadas para la defensa territorial de sus miembros, por eso hay quienes hacen alusión a un ejército de la UE, e incluso, un ejército para los europeos que intervenga bajo cualquier bandera.
Simultáneamente, en Bruselas se indaga la autonomía estratégica y en París la soberanía; mientras, están los que demandan más compromiso de cara a la visión estratégica y los que apoyan cualquier otra proposición, sin los estadounidenses, como protagonistas.
Lo cierto es, que las tentativas en la proyección de un ejército europeo se han visto caracterizadas por las oscilaciones e impedimentos, como el fiasco de la European Defense Community (EDC) que sufrió un vuelvo inesperado en su fase de ratificación, o de la Unión Europea Occidental (UEO), que no debe confundirse con la UE, porque es una organización distinta y de creación posterior.
De ello se desprende, las enormes discrepancias entre los envites y los recursos habidos; o la distancia que se halla entre lo que se conoce como tecnología y existe, o séase, el gap tecnológico; o la alternativa de apostar por una defensa europea, sencillamente, como instrumento para reordenar el sector industrial de la defensa.
Si bien, durante el transcurso de la Guerra Fría (1947-1991) no se avanzó lo suficiente, era indudable, que sin el potencial militar estadounidense, el desafío ruso no podía ser moderado únicamente por los europeos, unido, a las divergencias políticas reflejadas, hicieron que finalmente se prefiriese la supeditación militar de Estados Unidos, que un desembolso más elevado en defensa.
De esta manera, el dotarse de unas capacidades militares cualificadas y experimentadas, a la vez, que contar con unos dispositivos de decisión diferentes a los de la OTAN y con los que hacer realidad las decisiones estratégicas del momento, indiscutiblemente, no se consiguieron.
Puede que sea una aspiración más que loable, que la Unión se abastezca de capacidades de defensa propias, de este modo y en paralelo con la autonomía estratégica que insta la Estrategia Global, depondríamos el tener que permanecer subordinados a las directrices de Washington y, por tanto, seríamos poseedores de nuestro propio destino.
Por otro lado, definitivamente allanaríamos el incongruente planteamiento nacionalista, admitiendo que solo acumulando esfuerzos entre iguales, estaremos mejor dispuestos para contrarrestar las múltiples contrariedades que inquietan a los intereses comunes. Conjuntamente, se invalidaría una remota probabilidad de enfrentamiento interno.
Pero, no lejos de este escenario, la Unión está habitada por ciudadanos europeístas, atlantistas e imparciales, que nos refieren que actualmente no hay una conformidad política adecuada, para que se imponga sobre esos marcos nacionales e implanten una división en el trabajo.
Para llegar hasta aquí, habría que sobrepasar las diferencias existentes en el empleo de las capacidades nucleares; precisar las tareas para llevarlas a buen término como la defensa colectiva, contraterrorismo o ciberdefensa; acrecentar la cota de ambición más allá de las Misiones Petersberg (1992), con la intención de aceptar el espectro de misiones con unidades militares procedentes de todo el abanico de fuerzas convencionales; aparte, de rediseñar las bases de la industria de la defensa.
Es preciso incidir, que el ejército es una herramienta, entre las pocas, al servicio del poder civil y, hoy por hoy, a la UE le queda una larga travesía para disponer de ella, al igual, que se haga constar un pronunciamiento unitario en el orden internacional.
Evidentemente, aunque pueda parecer lo contrario, estamos en la senda de aproximarnos a esta convicción ideal, que ni es inalterable, como tampoco, el fin es inmediato, si es que esta pudiese ser la sensación.
Ahora bien, una iniciativa bien definida en el anhelo de una unidad militar europea, ha sido la puesta en escena desde 2017 de la Cooperación Estructurada Permanente en materia de Defensa (PESCO, por sus siglas en inglés), ya predicha en el Tratado de Lisboa de 2009. Un sistema formado por los países de la UE, menos Reino Unido, Dinamarca y Malta, que persigue la integración estructural y que entre otras posibilidades otorgaría el despliegue conjugado de militares en misiones de paz y de interposición, desarme y humanitarias.
Este compromiso se ha aplicado para relanzar el proceso de integración de la UE, perjudicado por el Brexit, que irremediablemente ha trasladado a Gran Bretaña a la postergación. Si la zona euro conjeturó un hito en la cimentación política de la Unión, la ‘Europa de la Defensa’ se convertiría en la segunda gran variable de cohesión.
Ello, comprensiblemente, ha auspiciado un cambio de paradigma en el curso de la conceptualización europea de defensa, que, a su vez, ha proyectado una anticipación no exenta de dificultades y entorpecimientos en la estrategia militar, que no lejos de inspirarnos, vislumbra la conformación de unas ‘Fuerzas Armadas Europeas’ que confieran la capacidad para hacer frente a las insinuaciones de Rusia, China, … y Estados Unidos.
El itinerario de la Europa de la Defensa ya quedó subrayado en el Tratado de Lisboa, concretamente en su artículo 42.2., antiguo apartado 17 de la TUE, que literalmente señala: “La política común de seguridad y defensa incluirá la definición progresiva de una política común de defensa de la Unión. Ésta conducirá a una defensa común, una vez que el Consejo Europeo lo haya decidido por unanimidad”.
Por ende, el propósito de instaurar un Ejército europeo conjunto no es algo que sea reciente, pero, nuevamente ha reaparecido en la palestra con intensidad desmedida, más aún, cuando convergen complicidades en el funcionamiento operativo y en los criterios fundacionales de la OTAN.
Entre la ciudadanía, parece haber calado hondo la exigencia de una Europa que disponga de su propia fuerza militar, porque el peso de la interdependencia aumenta los riesgos geoestratégicos, que análogamente atemorizan a la paz mundial.
Entre las evidencias que reclaman una futurible y presunta unidad militar europea, el cuarteto de estados integrado por Polonia, República Checa, Hungría y Eslovaquia, que no sólo han manifestado su preferencia por este patrón continental para que se desenvuelva en sus líneas fronterizas, al objeto de inspeccionar las oleadas migratorias, obviamente, ya no lo reconocen como un proyecto ficticio, sino real.
También, surgen expresiones enfrentadas a que Europa emprenda esta singladura decisiva hacia una UE militar y de la defensa. La tesis está aparejada por el rearme armamentístico global de Estados Unidos, que aporta el 70% de los gastos de la OTAN y que en nuestros días conserva a 65.000 efectivos en bases militares europeas; además, del desplazamiento regular de contingentes y el material bélico a los países bálticos y Polonia; estados, como los anteriormente mencionados, que se presentan como los más frágiles ante una incierta irrupción rusa.
En cualquier caso, el tránsito a unos ejércitos comunes, no sería sencillo.
Entre otros motivos, siempre y cuando los socios del Este y del Norte centralicen sus amenazas en Rusia, y los del Sur, incluyéndose a Francia, los manejen con los ojos puestos en el Mediterráneo, Oriente Próximo y África.
Con las contradicciones habidas entre los Gobiernos de la UE por tendencias ideológicas, discordancias financieras y hasta provocaciones exteriores, la trayectoria tomada por Polonia o Hungría, entorpecería la hoja de ruta de la seguridad. A fin de cuentas, de lo que se trata es de desentrañar si los Estados miembros están por la labor y hasta donde, en la transferencia de un área central de soberanía nacional como es la defensa, y si pretenden organizarse de modo eficiente, colaborativo y conjunto en un sistema de puesta en común y uso compartido.
Incuestionablemente, constituiría que en eventualidades determinadas, básicamente, cuando se requieran de capacidades militares copiosamente dificultosas, el respaldo genérico se pondría en aplicación dentro del marco de la UE y no ya a escala nacional.
Claro está, que el tiempo dilucidará si en este imaginario impera un nuevo eje vertebrador de la política militar de Europa, y si asimismo, acaba poniendo su confianza entre los europeos para llevar a término estos cambios.
De hecho, en este diseño, algunos de los Estados miembros han compartido sus expectativas en discusiones públicas, dejando caer en la balanza cualquier resquicio de una institución en la Unión consagrada a la defensa, que en el horizonte aglutine un ejército europeo.
Todo ello, a pesar que los países nórdicos y de la Europa del Este han apuntado sus temores, a la hora de tener una Europa a dos velocidades, porque en el fondo, están a favor de avivar el rol de la OTAN y no de un procedimiento coordinado y sólido.
Posiblemente, sea este el instante más favorable con sus matices, para que los Estados europeos declaren si están verdaderamente resueltos a prosperar, con pasos decididos y concretos hacia una Unión con una Defensa común.
En este forcejeo en las políticas de seguridad y defensa, es ostensible que la UE no puede garantizar la protección de sus ciudadanos, como la de los países colindantes ni los del resto del planeta.
Sin el empaque de un brazo potente en las políticas de seguridad y defensa que apele una perspectiva global, la Unión no desempeñará convenientemente sus demandas de ser una entidad que afiance la paz, ni se estimará de manera visible los esfuerzos reinantes de los Estados miembros. En su desempeño, si no está capacitada plenamente para operar en un entorno universal indeterminado, no cumplirá con las observancias de sus ciudadanos, ni con las de sus socios internacionales.
En este momento, participan cinco mil activos humanos de la UE que toman parte en seis operaciones y diez misiones civiles, ambas de signo internacional. Su mandado se satisface en cometidos propios como la prevención de conflictos; el reforzamiento de la seguridad; la prevención del tráfico de personas; el combate contra la piratería; el apoyo a la gobernabilidad y la salvaguarda de las zonas en que intervienen, como Somalia, Malí o la República Centroafricana.
Al hilo de lo aquí expuesto, no parece demasiado viable que pronto avistemos la configuración de un ejército conjunto y que la UE aún continúe estando bajo el paraguas de los Estados Unidos; al menos, en la fachada Este contra Rusia.
Pero, del mismo modo, no podría soslayarse, que se prospera hacia la defensa compartida de los Estados que agrupan la Unión; lógicamente, bajo el prisma de la autonomía estratégica.
El reto de una defensa europea pasa por aparejar más independencia, sin atenuar la aportación con la Alianza y por el tratamiento de sus sistemas para la seguridad de los miembros que la disponen.
El designio ideal es que la colaboración militar, pueda estimular el proceso escabroso de integración en el seno de la Unión.
Un futuro jalón de este recorrido de la ‘Europa de la Defensa’, diferirá en una óptima coordinación e integración en las capacidades de inteligencia militar y civil de los Estados de la Unión, a fin de resolver las irregularidades que en un ayer muy cercano llevaron a desaciertos, como los sucedidos en los Balcanes o como ahora ocurre en Ucrania.
Sin el concurso de una política de seguridad activa, no habrá una política exterior factible, y sin una apropiada inteligencia estratégica, todo pasito dado para la defensa conjunta, irremisiblemente, sucumbirá en saco roto.
Esta nueva apuesta suscita la propagación de una estrategia de seguridad común, que influya en una mayor independencia con respecto a la OTAN; dos caras en una misma moneda, que, difícilmente, ocultan el protagonismo añadido de Estados Unidos, que en demasiadas ocasiones ha puesto en jaque a los integrantes europeos inmersos en sus iniciativas y objetivos.
En definitiva, en una aldea global más interrelacionada, beligerante y confusa en la que permanecemos como buenamente podemos, la defensa común conjetura un importante sostén de recursos humanos; alimentando progresivamente la base industrial y tecnológica de la defensa europea; y no menos, rematando la autonomía estratégica que respalda la estrategia global suscrita por el Consejo Europeo.
Una chispa de estímulo en el proceso de una conciencia de defensa común, que hará más práctico y deseable el compromiso de la defensa mutua.

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