Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Este texto, lejos de ser una declaración vacía insertada en cualquier libelo vagamente utópico corresponde, ni más ni menos, al Artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU. Esta declaración universal se aprobó el 10 de diciembre de 1948 [desde entonces, el 10 de diciembre fue designado Día de los Derechos Humanos] por los países que, en aquellas fechas, formaban la Asamblea General de Naciones Unidas reunida en el parisino ‘Palais de Chaillot’.
Esta declaración de principios puramente humanista tiene una honda huella masónica y, más concretamente, del Gran Oriente de Francia (a la que pertenece la Logia Heracles de Málaga de la que, a su vez, depende el Triángulo Hércules de Ceuta.
Así, uno de sus redactores fue Henri Laugier, miembro del Gran Oriente de Francia, y en aquel momento Secretario General Adjunto de la ONU. A este fisiólogo y profesor de universidad se le asignan cuatro grandes áreas de responsabilidad: población, investigación científica, estupefacientes y, evidentemente, derechos humanos.
Para la historia queda su intervención a los delegados de la ONU en los siguientes términos “la misión de la Comisión de Derechos Humanos consiste en proseguir, en tiempos de paz, el combate que los pueblos libres han llevado a cabo durante la guerra, defendiendo los derechos y la dignidad del ser humano frente a cualquier ataque y redactando una Declaración Universal de los Derechos Humanos que pueda, por su eficacia, triunfar sobre todos los obstáculos”.
Más de actualidad imposible a pesar de sus setenta y cuatro años de antigüedad, y más en consonancia con el ideal masónico, tampoco.
Sin embargo, el compromiso del Gran Oriente de Francia para con el origen de esta declaración universal es aún más antigua. Para encontrar la génesis y la inspiración de la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU de 1948 hay que retrotraerse más de medio siglo, concretamente a 1889.
En la Francia del centenario de la Revolución Francesa, y con ocasión de esta efeméride, la Logia Thélème, con sede en París, redacta una nueva declaración de los Derechos Humanos, tomando como base la original de 1789.
La declaración concebida por los francmasones parisinos del GODF de finales del siglo XIX empezaba con el siguiente preámbulo:
“Considerando que el reconocimiento de la dignidad inherente a todos los miembros de la familia humana y de sus derechos, iguales e inalienables, constituye el fundamento de la libertad, de la justicia y de la paz en el mundo. Considerando que el desconocimiento y el desprecio a los Derechos Humanos han conducido a actos de barbarie que constituyen un ataque contra la conciencia de la Humanidad y que el advenimiento de un mundo en el que los seres humanos serán libres de hablar y de creer, liberados del terror y de la miseria ha sido proclamado como la más alta aspiración del hombre”.
Su desarrollo se iniciaba con el siguiente artículo:
“Los hombres nacen y siguen siendo libres, iguales en derechos y sujetos a las leyes de una solidaridad universal”.
Finalmente, su último artículo (el 30) dejaba las cosas aún más claras:
“Ninguna disposición de la presente Declaración podrá ser interpretada, por un Estado, un grupo o un individuo, para emprender actividades o la comisión de actos cuyo objetivo sea la destrucción de los derechos y libertades aquí enunciados”... es decir, exactamente el mismo artículo 30 que cincuenta y nueve años más tarde aprobaría la ONU.
Así, pues, el compromiso y la implicación de la Francmasonería con los Derechos Humanos en general y con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y del Gran Oriente de Francia, no es ni flor de un día, ni fruto de un oportunismo nacido al calor de tendencias más o menos a la moda. La Masonería, allá dónde ha estado ésta siempre ha sido, es y será una defensora de los derechos humanos. Su lema Libertad, Igualdad y Fraternidad lo deja bien a las claras.
Sin duda, la Declaración Universal de los Derechos Humanos es toda una declaración de principios masónicos sobre la que nadie puede estar en desacuerdo, a menos que defienda tesis totalitarias de triste recuerdo.
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