Opinión

Una década después: ¡la huella del dolor y el grito de basta ya!

Desde los años veinte del siglo XIX comienza un período de convulsión social, que desemboca en la ‘Segunda República’ (1931-1939) y, finalmente, en la ‘Guerra Civil Española’ (17-VII-1936/1-IV-1939). Sería en 1959, cuando se atisban las primeras auras de ‘ETA’, ‘Euskadi Ta Askatasuna’, que significa, ‘País Vasco o Libertad’, pasando inmediatamente a la lucha armada en 1967. Nace así, un grupo de jóvenes intelectuales nacionalistas y disidentes del colectivo ‘EKIN’, en euskera, ‘acometer’, que provienen de una formación juvenil del Partido Nacionalista Vasco, ‘PNV’.

Dichos estudiantes radicales, agotados y, digamos, extenuados de la inacción y de la conveniencia del ‘PNV’ de cara a la dictadura franquista, ponen en marcha la incipiente ‘ETA’ con el menester de encajar la acción directa contra el régimen. Lo que entraña materializar la ‘lucha armada’. El ideal político de la organización terrorista era el acoplamiento de un Estado socialista en Euskal Herria, un conjunto de territorios correspondientes a España y Francia que reclamaban como suyos.

Euskal Herria, nombre del territorio europeo en el que se ha desarrollado la cultura vasca, estaba integrado por las provincias de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra, en España, y por Lapurdi, Baja Navarra y Zyberoa, en Francia. Su teoría resuelta en la primera Asamblea celebrada en 1962, se asentaba en la independencia de Euskal Herria, además de la defensa del euskera, la tesis de ‘ETA’ como ‘Movimiento Revolucionario Vasco de Liberación Nacional’ y la defensa de la democracia representativa. Pero, por encima de todo, ‘ETA’, preconizaba la ‘lucha armada’ como la fórmula para alcanzar la independencia de Euskal Herria.

Si bien, su primera operación atropellada se origina en 1961 con la tentativa del descarrilamiento de un tren, en lo que se distinguió como la maniobra de ‘acción-represión-acción’, seleccionando la instigación al Estado y produciendo la resistencia policial, e interviniendo una y otra vez con mayor ímpetu en su raciocinio inicuo.

Paulatinamente, el Cuerpo de la Guardia Civil se convierte en el punto de mira prioritario, despuntando con sabotajes e irrupciones en infraestructuras como el atentado en el Cuartel de Sondika y, poco más tarde, el 7/VI/1968, prosiguiendo con el primer golpe mortal reivindicado en la persona del Guardia Civil José Pardines Arcay.

La praxis del terror para obtener fondos con atracos y secuestros, son evidencias que corroboran el aumento en sus movimientos que tocaría techo el 20/XII/1973 con el asesinato del Presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco (1904-1973), máximo exponente de las Instituciones del Estado.

A día de hoy, y a pesar de las conquistas alcanzadas en la pugna contra ‘ETA’, el coste humano para la Benemérita se cuantifica en 210 Guardias Civiles fallecidos.

Desde el 20/X/2011, ‘ETA’ como consecuencia del fracaso y el descalabro policial, determina la interrupción de sus tareas implacables, y desde aquel momento no se ha verificado ningún atentado. Mientras, los terroristas aspiran a negociar con el Estado, lo único que permanece a la expectativa es que se disuelvan y entreguen las armas.

Con estos mimbres y en lo retrospectivo del tiempo, las cifras de vidas truncadas que dejan heridas abiertas, ‘ETA, ha vuelto a matar’. Este era el titular que se transformó en doloroso en la media centuria de pavor en que la banda rubricó los anversos y reversos de un libro manchado de sangre en la ‘Historia trágica de España’. ‘ETA’, apresuró su artificio del desgarro y la muerte más atroz, con más de 850 crímenes, cientos por miles de heridos, decenas de retenidos y raptados y unos guarismos sin establecer de extorsionados, acosados y expulsados: familias partidas a golpe de atentado con coche bomba, tiros en la nuca, chantajes e intimidaciones.

“No todas las fracturas tardan lo mismo en aliviarse. Lo que sí es familiar que dentro de este proceso de curación es que, una vez el hueso fracturado rompe tejidos vecinos y atraviesa la piel, persista una huella en el que un día derivaba el dolor”.

Habilidades y destrezas infundadas que estrangularon la convivencia en Euskadi, donde la llaga social era irreversible con síntomas de putrefacción, después que las pistolas se depositaran ingeniosamente en un cajón.

Luego, transcurrida una década, la eclosión aún se perpetua.

A las 19:00 horas del inicialmente mencionado 20/X/2011 y del que actualmente se cumplen diez años, la banda anunció el cese de su memorándum armado. Sería el paso crucial, si acaso, el más trascendental para la difuminación concluyente de ‘ETA’ que no se plasmó íntegramente, hasta que, en 2018, otra medida marcaría un antes y un después, al informar del final incuestionable de su recorrido dando por acabada su actividad y desmantelando sus estructuras y arsenales.

Por entonces, la línea maestra entre las palabras y acciones violentas se habían entretejido, y el punto y final de la aciaga cronología del terrorismo en España que atrás desempeñó la banda, sería pausado, o mejor dijo, demasiado parsimonioso y hasta la extenuación. Un epílogo por etapas que se prolongó agónicamente en la mente de los españoles, con hechos criminales al que aquellos jóvenes universitarios que comenzaron por teorizar, habían llegado.

Cabe recordar, el primer asesinato como punto de partida del extensísimo reguero de sangre derramada que alcanzó su cenit en los ‘años de plomo’ de la banda terrorista en los inicios de los 80. Una organización, que aun argumentando su universo sofocado por las zarpas del franquismo y digerida por el Estado jacobino, ocasionó el 90% de sus tentativas en el curso democrático, tras la defunción de Francisco Franco Bahamonde (1892-1975). Y, en la reminiscencia colectiva de la nación, el infausto hito de 1980, su año más sanguinario, cuando ‘ETA’ se postuló ante la sociedad vasca como un agente de choque, aniquilando cada noventa y dos horas, con un recuento que nos congela: en 365 días, 200 atentados y 97 asesinatos. Tristemente, de aquí provienen las muertes no resueltas y que aún coronaron las 300, muchos de ellas, ya prescritas.

Del mismo modo, nos atinamos en los años más tenebrosos de la denominada ‘guerra sucia contra ETA’, con múltiples fechorías, detenciones y torturas de los ‘Grupos Antiterroristas de Liberación’, por sus siglas, ‘GAL’, que permanecieron activos entre los años 1983 y 1987, respectivamente. Es decir, me refiero a los años de los Gobiernos de Felipe González Márquez (1942-79 años).

Subsiguientemente, se sancionaron e indultaron al Ministro de Interior, José Barrionuevo Peña (1942-79 años) y al Exsecretario de Estado de Seguridad, Rafael Vera Fernández-Huidobro (1945-76 años), por el rapto en 1983 del ciudadano francés Segundo Marey, a quien se involucró por confusión con el dirigente de la banda terrorista ‘ETA’, Mikel Lujúa.

Ni que decir tiene, que tanto políticos, como jueces, ertzainas, policías, militares y civiles eran los blancos de la diana de una banda que perpetró con más rudeza su mayor acción en 1987, asesinando a 21 víctimas e hiriendo a más de 40 en el estacionamiento de Hipercor, en Barcelona, unos meses antes de infundir el pánico en la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, con el balance de once extintos, seis de ellos menores de edad y setenta y tres heridos. En aquellas coyunturas, la capital de España, Vizcaya y Guipúzcoa eran sacudidas despiadadamente.

En la mente de todas y todos y como emblema de la consternación, subyace el retrato del 1/VII/1997, cuando el exfuncionario de prisiones José Antonio Ortega Lara aparecía totalmente desconcertado del zulo en el que ‘ETA’ le había sepultado en vida, nada más y nada menos, que 532 días. Era el secuestro más dilatado en el tiempo.

"Hoy, nada, ni nadie, puede tildar y desvanecer el tropel de daños humanos, materiales, psicológicos, etc., hasta el punto, que habrán de desfilar muchos años para que la sociedad deje de coligar a los vascos con las garras violentas de ETA"

Mediados diez días de la crueldad cometida con Ortega Lara, un aviso de ‘ETA’ iba a marcar un antes y un después en la réplica de la sociedad y la rabia contenida ante el terrorismo. Aquella jornada todo serpenteaba: el 10/VII/1997 se emitía un comunicado informando del secuestro de un Concejal del Partido Popular en la provincia de Vizcaya, Ermua.

El precio de la libertad de ese joven de 29 años llamado Miguel Ángel Blanco Garrido (1968-1997), era el regreso a las cárceles vascas de los seiscientos presos diseminados por la geografía española. ‘ETA’, convino cuarenta y ocho horas de agonía al Gobierno de José María Aznar López (1953-68 años), con dos días infernales de agitación popular en los que España y Euskadi aclamaron ‘basta ya’.

Lo cierto es, que, transcurrido el plazo, los etarras le dispararon en dos ocasiones que no terminaron con su vida, al ser encontrado en sus últimos momentos, para en la misma madrugada morir en el hospital de San Sebastián.

Los titulares y reseñas en los periódicos eran grandilocuentes, entre algunos: primero, el Diario ‘ABC’, “ETA/HB cumplió su amenaza”; segundo, ‘El País’, “ETA asesina frente al clamor por salvar su vida”; tercero, ‘‘Diario 16’, “Hijos de perra; y, cuarto, ”El Mundo’, “El pueblo maldice a ETA”; son fiel reflejo de las raíces profundas en el sentir que se le otorgó en denominarse el ‘espíritu de Ermua’, y que vaticinaría el origen de la decadencia de la banda y el estallido en la saturación de una sociedad que se planteó como designio catapultar el silencio, ante el estremecimiento y desafío a la banda con voces críticas y las manos manchadas de blanco que replicaban: “¡ETA, dispara, aquí tienes mi nuca!.

La ‘socialización del terror’ que ‘ETA’ había aplicado en los años 90, o lo que es igual, una ramificación del chantaje que reportó al punto de mira de jueces, políticos, periodistas, intelectuales, empresarios y profesores.

En concreto, a más de 10.000, palpablemente se les extorsionó, aparejando otro paradigma de socialización: la indignación, la rebelión ante la rudeza y la causa que caló hondo en una deslegitimización de sus episodios en Euskadi. A partir de aquí, se fusionan las repulsas de la calle y la sofocación judicial, política y policial que se emprende contra ‘ETA’ con el extraordinario refuerzo de Francia, prediciendo el tardío ocaso de una banda que, por doquier, estaba cercada y arrinconada.

Es preciso incidir, que, en el año 1995, ‘ETA’ trató de atentar contra Su Majestad el Rey Juan Carlos I (1938-83 años), cuatro meses más tarde del atentado al entonces líder de la oposición, Aznar, al que no pasó de largo la intentona con una bomba lapa en su coche.

Ese mismo año el Presidente del Gobierno delega aproximaciones con el ‘Movimiento Nacional de Liberación Vasco’, con la premisa de “acreditar” la voluntad de la organización terrorista y “dar los pasos necesarios para abrir un proceso de paz mediante el cese definitivo de la violencia”.

Curiosamente, una década antes que Aznar, en el año 1989, lo quiso Felipe González en las ‘Conversaciones de Argel’ (25/I; 14 y 15/II; 14 y 20/III), con una tregua unilateral de quince días y que su Ejecutivo desmintió. Rompiéndose el 4 de abril por una fuerte discrepancia entre el Gobierno y ‘ETA’.


Ya, en 2004, se concatenó una interrupción más que controvertible de atentados únicamente en Cataluña, ante la incitación de las fuerzas independentistas y la concienciación del derecho de autodeterminación augurada en la reunión del líder de ERC, Josep-Lluís Carod-Rovira (1952-69 años) con dirigentes de ETA.

Y en 2005, hubo una tregua transitoria con la finalidad de operaciones armadas para cargos electos. Una de las pausas más significativas se originó en el año 2006, con un alto al fuego permanente que auspició una negociación entre el Gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero (1960-61 años) y la banda terrorista, con el consentimiento del Congreso de los Diputados. El alto se inició en marzo, pero en diciembre se esfumó con un atentado en la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas en el que perecieron dos personas. Por otro lado, cada uno de los procesos encaminados a la negociación quedaron en agua de borrajas, malogrados y tras las treguas, ‘ETA’ pasaba de la lucha con violencia de baja intensidad al terrorismo sin límites, sembrando nuevamente el terror y soportando la división interna cada vez más desestructurado.

El bloqueo judicial, policial, político y social y su potencial iban disminuyendo con cada varapalo dirigido a sus dirigentes y comandos. De hecho, el coordinador general de Bildu, Arnaldo Otegi Mondragón (1958-63 años), sitúa en ese instante del atentado en la Terminal 4, como un punto de inflexión y así lo expuso ante la Audiencia Nacional. A su entender, en algunas parcelas de ‘ETA’ existía un retroceso indiscutible en el uso de las armas y era un realidad en las cárceles las desavenencias de la disciplina.

Dos fechas a tener en cuenta: primero, el 30/VI/2009, ‘ETA’ incurrió en sus dos últimos asesinatos en España, al asesinar a dos Guardias Civiles en Palma de Mallorca; y, segundo, el 16/III/2010, caería su último sacrificado, un gendarme francés. Dándose por rematada una sucesión de sucesos punteados en sangre.

Toda vez, que el ahogo al entramado político surgió en forma de ‘Pacto por las Libertades y el Terrorismo’ (2000) y la ‘Ley de Partidos (2003), que dedujo la ilegalización de Batasuna. Hay que referirse al ‘Pacto de Estado’ que refrendaron Aznar y Zapatero. Con anterioridad al mismo y en el entorno nacional, el ‘Acuerdo para la Normalización y Pacificación de Euskadi’ o el ‘Pacto de Ajuria Enea’ (1988), diseminó el fundamento de la lucha en el espacio político contra ‘ETA’. Un choque que normalmente no ha entrañado intervalos de concordia entre las fuerzas políticas, y que aún, hoy, con el tiempo acontecido, no deja de ser un arma arrojadiza.

Al compás de la vida política y judicial y al clamor nacional se engarzó con brío una labor policial que no concluyó y que permitió que la banda se amputara en muchos momentos, sin capacidad para rearmarse y recuperarse de las embestidas. Desde la consiguiente captura en 1987 del número uno de ETA, Domingo Iturbe Abásolo (1943-1987), más conocido como ‘Txomin Iturbe’, hasta el prendimiento en 2015 de la cúpula integrada por Iratxe Sorzabal y David Pla, en uno de los últimos y contundentes golpes para la disolución irrevocable y bautizada como ‘Operación Pardines’, han sido diversas las intervenciones contra el mecanismo militar, logístico y político de ‘ETA’.

Nombres y apellidos con sus apelativos de la línea más dura y antecedentes encarnizados a sus espaldas, que figuraron entre las listas de los más reclamados durante años en las comisarías y Organismos del Estado. Llámense, entre algunos, Francisco Múgica Garmendia, ‘Pakito’; Juan Ibon Fernández de Iradi, ‘Susper’; Santiago Arróspide Sarasola, ‘Santi Potros’; José Luis Álvarez Santacristina, ‘Txelis’; Mikel Albisu, ‘Antza’; Miguel Kabikoitz Karrera Sarobe, ‘Ata’; Soledad Iparraguirre, ‘Anboto’; Garikoitz Aspiazu, ‘Txeroki’ y Xavier López Peña, ‘Thierry’.

Cuando ‘ETA’ divulgó el cese armado en 2011, podría decirse que no sólo no se amilanó de su terrorismo desproporcionado y deplorable, sino que hizo alusión a la represión y no a las víctimas de ETA atentadas. Únicamente, convino en sus palabras la aspereza de la lucha llevada a cabo por los etarras que se encontraban en las cárceles cumpliendo las condenas de los crímenes perpetrados.

Acto seguido y como telón de fondo, en el manifiesto de disolución de la banda, se toleró una “responsabilidad directa” en el “sufrimiento desmedido”, sugiriendo un perdón expreso a las víctimas “que no tenían participación directa en el conflicto”. Lo que se contempló como un “perdón a medias” y que, evidentemente, enardeció y crispó a las asociaciones de las víctimas.

En esta décima conmemoración de la consumación de la violencia, ‘EH Bildu’, una coalición estable de partidos de ideología nacionalista e independentista vasca que se emplaza entre la izquierda y la extrema izquierda del espectro político, y ‘Sortu’, cuyo recinto de funcionamiento radica en las comunidades españolas del País Vasco y Navarra, han expresado en un comunicado sus muestras de “pesar y dolor” por el “sufrimiento padecido por las víctimas de ETA”, añadiendo “que nunca debió haberse producido”. Otegi, destaca literalmente, que “el pasado no tiene remedio […], transitar hacia una paz justa y duradera necesita del reconocimiento y reparación de todas, absolutamente todas las víctimas. No nos olvidaremos de ninguna de ellas”.

En consecuencia, aun no existiendo una condena ostensible a los crímenes de ‘ETA’ y no usarse el participio pasado del ‘perdón’, la evocación de una siniestra historia sigue presente y se agolpa en los símbolos de unos atentados, con el foco en las víctimas a las que para siempre se les cercenó la voz y, otras, que todavía exigen la verdad, la reparación y la justicia para gloria de los homicidas.

No todas las fracturas tardan lo mismo en aliviarse. Lo que sí es familiar que dentro de este proceso de curación es que, una vez el hueso fracturado rompe tejidos vecinos y atraviesa la piel, persista una huella en el que un día derivaba el dolor.

Esto, que, tal vez, puede resultar una obviedad en el terreno sanitario, porque es prolongable al trazado sociológico y revela de modo metafórico en qué situación se hallan muchísimas personas que sostuvieron el espanto de ‘ETA’, y en el que la organización terrorista se decidiera por el “cese definitivo de su actividad armada”. Otras, conciben una sola línea de fractura que atraviesa el hueso, lo que favorece que, de manera global, Euskadi se perpetúe en las vías de curación.

Lo que es innegable es que cada damnificado ha experimentado una mutación en los últimos años y aquellos que no han logrado rehacerse, entienden que algunos escenarios de hoy no favorecen para nada sus daños. “Que una parte de esa sociedad vasca siga exaltando a los terroristas”, o que quienes “gestionaron el terror”, se posicionen ahora en el “el mismo proyecto político”, son algunas de los muestras aberrantes, como los 370 sumarios que prosiguen sin toparse a la luz de la verdad.

Y, qué decir, de la oratoria política que se vale del dolor ‘para ganar rédito’, o los homenajes y ‘ongi etorris’ o ‘bienvenidas’ a etarras que se aplauden. En los primeros seis meses de 2021, el Observatorio de la radicalización del ‘Colectivo de Víctimas del Terrorismo’, ‘COVITE’, justificó 64 actos de apoyo a ‘ETA’, y de esta cuantificación, que enumera manifestaciones, pintadas e incidentes de acoso, únicamente se registraron nueve reconocimientos, la cantidad más baja de los últimos cuatro años.

En nuestros días es una acción irrefutable, que el efecto dominó del apremio social que ha llevado en volandas a que la izquierda abertzale efectúe los ‘ongi etorri’ en privado o en la clandestinidad. Como igualmente, es injurioso para las víctimas del terrorismo, contemplar cómo se desenvuelve la clase política desde el cese de ‘ETA’ y se ha encubierto la verdad sobre el desenlace de esta organización.

La estimación que realizan los sociólogos preguntados sobre lo que han vivido y están viviendo los ciudadanos del País Vasco en estos diez años sin pulsar el gatillo y colocar bombas, deja claro que hay que diferenciar entre los que fueron ‘víctimas directas del terror’, y los que tan sólo y ni mucho menos es poco, ‘tuvieron que convivir a diario con el miedo’ por afincarse en el núcleo duro del conflicto.

La segunda clarividencia se determina con naturalidad en la narración diaria de quiénes allí residieron, dejando entrever que existe algo así como una brecha generacional, con respecto a la memoria de aquel período sombrío, debido a una variable tan notable como la edad.

A resultas de todo ello, aquel grupo subversivo, casi desconocido, acababa de salir a la luz, presentándose formalmente ante las fuerzas del orden, para aprisionar los años que habría de llegar con la imprecisión sobre si iban a poner una bomba o pegarte un disparo mortal, y ‘ETA’ ha marcado, como no podía ser de otro modo, trastornando la semblanza de millones de personas durante más de cinco décadas.

Hoy, nada, ni nadie, puede tildar y desvanecer el tropel de daños humanos, materiales, psicológicos, etc., hasta el punto, que habrán de desfilar muchos años para que la sociedad deje de coligar a los vascos con las garras violentas de ‘ETA’.

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