Opinión

Deberíamos desoír a los que nos contagian con el virus del desaliento

Todos estamos de acuerdo en que ni los unos ni los otros saben con exactitud cómo se van a solucionar las crisis sanitaria, económica ni, mucho menos, la humanitaria que se avecinan. Hemos podido comprobar cómo, mientras algunos responsables van por detrás de los acontecimientos y nos transmiten impotencia, otros se dedican a poner palos en las ruedas. En esta ocasión -querido amigo José Carlos- hay personas que nos dan la impresión que disfrutan lanzando jarros de agua fría cuando advierten que salen bien algunas cosas.

Ya sé que en los grupos sociales y políticos sucede algo parecido a lo que ocurre con la naturaleza física: que unos miembros están cargados de energías positivas y otros, por el contrario, de energías negativas. Los primeros afirman, construyen y curan; los segundos niegan, destruyen y enferman. Las personas positivas divisan el horizonte abierto y orientan la marcha hacia delante. Los obstáculos y las dificultades constituyen estimulantes alicientes para la actividad creadora. Las personas negativas, por el contrario, se fijan sólo en los riesgos y en los peligros del camino; los escollos y las barreras frenan sus actividades, paralizan sus proyectos y bloquean sus ilusiones. Para ellos cuanto peor, mejor. Los positivos encuentran varias soluciones para cada problema; lo negativos plantean múltiples problemas a cada solución.

En mi opinión, siempre, pero sobre todo en estos momentos en los que empiezan a aparecer sentimientos de desolación, deberíamos apartarnos y hacer oídos sordos a esas personas desconfiadas, apagadas y tristes -esas que poseen especial habilidad para captar los defectos, para identificar los fallos y para denunciar los errores de los demás- que nos contagian con el mortal virus del desaliento. Deberíamos acercarnos a esas otras personas que analizan y organizan las informaciones de manera positiva y descubren aspectos medicinales que pueden curarnos. Deberíamos leer y escuchar a los que tienen fe en sí mismos, en los otros y en el futuro, y que, por eso, son esperanzados, emprendedores y generosos. Necesitamos escuchar voces y advertir miradas que nos proyecten sensaciones de serenidad y de tranquilidad. En esta situación de oscuridad, agradecemos los mensajes que nos transmiten confianza y que, al menos, nos ayudan a afrontar esta situación dolorosa de una manera un poco más suave y llevadera. Necesitamos estímulos para que aprendamos a observar los episodios que pasan a nuestro alrededor, para que, además de preguntarnos qué está ocurriendo, lleguemos a la conclusión de que aún se puede hacer algo con el fin de que, al menos, sea más llevadero este momento. Es urgente que los políticos, los creadores de opinión y cada uno de nosotros, en nuestro pequeño círculo de relaciones, hagamos un sincero esfuerzo para reflexionar sobre la soledad, sobre los pensamientos, sobre las sensaciones y sobre las emociones de esos pacientes, de esos ancianos y de esas familias que, aunque no lo expresen verbalmente, nos dicen con sus miradas o con sus gestos que están desolados. ¿Son conscientes los líderes y los periodistas de su desmedida influencia en las emociones de los ciudadanos?

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