Debates que olvidan a personas Desde que el ministro de Justicia, Fernando Grande-Marlaska, decidió hablar de las famosas concertinas, el debate en el ámbito migratorio no ha salido de esa cuestión.
Todas las formaciones políticas tienen algo que decir al respecto y todas se posicionan obviando lo principal: que están hablando de un asunto que afecta directamente a personas.
Pero eso no interesa. La clave radica en promulgar a los cuatro vientos que no queremos que los subsaharianos se desangren en la valla (algo obvio) mientras que, a su vez, calmamos a las masas movidas por el estudiado miedo psicológico para que no nos acusen de ‘vender Ceuta y Melilla’.
En eso la derecha tiene todas las bendiciones. Van a misa a comulgar, entregan el donativo del Domund para los negritos que lo pasan mal, dicen que no quieren que nadie sufra en la valla pero luego, para que determinado sector no se cabree, empiezan a convertirse en particulares héroes no buscados para decirnos que serán los primeros en defender Ceuta de los invasores.
Ya no solo hay que apropiarse de la bandera de España, sino también de la de Ceuta y Melilla. Y si fuera necesario escenificar otro Perejil, allá que van.
En esto de las ‘concertinas sí o no’ creo que muy pocos son los que realmente piensan en si las cuchillas destrozan cuerpos, en si pueden matar, en si son un complemento de la acción que nadie critica: la que se lleva a cabo al otro lado cada vez que hay un acercamiento al perímetro.
A muy pocos interesa eso de las concertinas sí o no, se ha montado una farsa que asusta
Palos, gritos, detenciones masivas, golpes, expulsiones... Pero Grande-Marlaska no ha hablado de nada de esto, porque ni es tonto ni tiene la encomienda de molestar a los vecinos.
Con ellos lo mejor es escenificar los dulces teletipos servidos por las agencias tras la cumbre hispano-marroquí. Si fuéramos menos hipócritas quizá ganaríamos en sinceridad.
Entonces toda esta farsa del debate en torno a las concertinas terminaría siendo vomitada por aquellos que lo han convertido en un modo de ejercicio político que a mí, particularmente, me da asco. Porque en el fondo sé que no les interesa, porque en realidad les da igual lo que pase en una zona que ni visitan. Porque se ha llegado a convertir lo humano en objeto de mercadeo de votos. Sin más. Aunque duela.
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