Opinión

De Nápoles a Ceuta

Mientras escribía el artículo la pasada semana, nos disponíamos a visitar las ruinas de Pompeya, una vez que el congreso de la European Association for Research on Services (RESER), sobre las nuevas perspectivas para las empresas y la sociedad, respecto a la investigación en los servicios en la década del cambio climático, concluía. Dejaba para esta semana contar algo de la caótica y bella ciudad de Nápoles, y de algunas de las aportaciones de los investigadores en economía de los servicios.

Nápoles es una ciudad “explosiva”. Por estar a medio camino entre dos zonas volcánicas, el Vesubio y los Campos Flégreos, y por la forma de ser de sus gentes, cuyos orígenes son griegos, romanos, bizantinos, normandos, franceses y españoles. De hecho, pasó a formar parte del Reino de Italia en 1861. También está muy documentado que el “crimen organizado”, representado aquí por la denominada “Camorra napolitana”, está muy presente en la vida de sus habitantes, constituyendo un freno al desarrollo económico y social. Un dato. La Camorra controla el servicio de basuras. En un territorio entre Nápoles y Caserta, esta mafia ha arrojado y quemado basura tóxica durante décadas, provocando una verdadera plaga de contaminación con consecuencias trágicas sobre la población, en forma de envenenamientos de campos fértiles o cánceres. Lamentablemente, Nápoles ocupa los últimos puestos en calidad de vida de Italia. Lo sorprendente es que en el bus turístico en el que viajaron algunos miembros del grupo, se decía que durante la dominación española, Nápoles había vivido la etapa más negra de su historia.

Pero el centro histórico de Nápoles, aunque muy sucio y degradado, es bello. Está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Pasear por sus calles, sentarse en sus cafés, o en alguna de sus numerosas pizzerías (no todas son buenas), visitar sus palacios y museos, sus monumentos religiosos, o incluso sus catacumbas, es una experiencia agradable, a la que contribuye positivamente la suavidad de su clima mediterráneo. Dos eventos para el recuerdo.  El delicioso combinado que algunos nos tomamos en Il Gran Caffé Gambrinus, compuesto de una perfecta mezcla de sabores y colores, comenzando por el más amargo y negro del café y terminando en el de la suave y cremosa nata napolitana, y que mezclado todo ello en nuestro paladar, llegaba a tener unas características organolépticas superiores. Y también la exquisita pizza que nos comimos en la antigua pizzería Vesi. Nada que ver la masa y la profesionalidad de sus camareros con la de algún otro restaurante al que nos llevaron, en el que casi acabamos a garrotazos con un camarero camorrista que se enfrentó al grupo cuando, pasada la primera media hora, le preguntamos cuándo iba a llegar la bebida que le habíamos pedido (y pagado).

El congreso se desarrolló en la Facultad de Economía de la Universidad de Nápoles Federico II, ubicada en plena zona turística y con magníficas vistas al mar. Nuestro grupo presentaba dos ponencias. Una que se correspondía con las conclusiones finales del proyecto internacional de investigación sobre la influencia de la Agenda Local 21 en el desarrollo sostenible de los municipios españoles y noruegos, que bajo la dirección del profesor Maraver de la Universidad de Granada, habíamos llevado a cabo un grupo de investigadores de las universidades de Granada, Complutense de Madrid y las dos noruegas de Tromso y Bergen; y otra referida al análisis de las memorias de sostenibilidad que elaboran y publican las empresas en el mundo. En el primer caso se mostraba la positiva influencia que la Agenda Local 21 había ejercido en los municipios españoles y noruegos respecto al medio ambiente. En el segundo, también se obtenían evidencias de que las empresas están incrementando sus prácticas sostenibles en el mundo, a pesar de la crisis económica. De hecho, en los años de la crisis se observaba un importante incremento en la elaboración y publicación de memorias de sostenibilidad de calidad en los cinco continentes, aunque con un claro liderazgo de Europa.

No podíamos abandonar Nápoles sin visitar Pompeya, la ciudad del Imperio romano que en el 24 de agosto del año 79 d.C., quedó sepultada por la violenta erupción del Vesubio, junto a otra ciudad, Herculano. Los expertos creen que Pompeya ya existía en el Siglo VII a.C. Su descubrimiento se produjo en 1748. Esto significa que durante casi 1.700 años permaneció petrificada bajo la lava y las cenizas del volcán. Por tanto, pasear por sus calles y contemplar los restos de sus casas, es como si lo hiciéramos por una ciudad de poco más de 200 años, pero que existió en los comienzos de nuestra era cristiana. Son sensaciones que hay que experimentar.

De vuelta a Ceuta, y una vez en el barco y, poco después, en sus calles, experimentamos una rara sensación. La limpieza y la tranquilidad de sus calles nos extrañaron. Pronto recordé que Einstein nos decía que todo era relativo. Efectivamente, en comparación con las sucias y deterioradas calles de Nápoles, esto era el paraíso. Y hasta la estatua de Hércules nos gustó, pese a que pudimos contemplar una de las originales en el Museo Arqueológico de Nápoles.

Pero pronto volvimos a la realidad. Por un momento no había taxis en el Puerto. Y tuvo que salir el palurdo de siempre a liarla: ¡no hay taxis porque todos están en lo del borrego!. Y desapareció con su coche, dejándonos muy preocupados a los que veníamos con varias maletas. A los pocos minutos aparecieron taxis para todos…y hasta sobraron.

Al igual que la Camorra tiene a Nápoles sumida en el subdesarrollo, estos otros camorristas, más por insensatos que por chorizos, que pululan por nuestras calles, contribuyen a entorpecer la sana convivencia entre las distintas sensibilidades en esta tierra y, de paso a frenar nuestro desarrollo. Son nuestras ovejas negras.

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