Será que, ahora, piden como requisito para ser político el carecer de cualquier tipo de vergüenza. Será que, ahora, la capacidad de un ministro se mide por la cantidad de gilipolleces que puede soltar por esa boquita. Será que maltratar a los ciudadanos es la forma de ganárselos. Será así porque si no poco se entiende la salida de Moratinos, el ministro fantasma, para decir, una semana después, que “no ha habido conflicto ni crisis bilateral con Marruecos”. Pues vale. Los bloqueos en la frontera han sido por gusto. Y que Rubalcaba acuda a Rabat para soltarle más al vecino, es porque somos masocas. Las relaciones son tan buenas, que nada pasa, todo es un espejismo y los carteles de ‘Ceuta o Melilla: ciudades ocupadas’ son decorativos; por joder nada más, como las amenazas a las mujeres policías. Como viene siendo habitual, Moratinos está en otro mundo. Ya lo estaba cuando el Rey dijo aquello del por qué no te callas y el ministro ni se inmutó, porque estaba haciendo como que atendía mientras se evadía en otros pensamientos más vulgares. Ese es el ministro que tenemos, capaz de aludir a una diplomacia que, sencillamente, no tenemos. Sin crisis, ¿por qué habrá habido llamadita real? Por nada.
Este es un episodio digno de las historias políticas para no dormir. Como la protagonizada por los colegios que nadie limpia mientras nuestros infantes agotan los últimos días de vacaciones. La consejera Deu sale con ésas de que son los directores los que tienen que coordinarse para que la empresa adjudicataria del servicio limpie. O sea que ya me veo a Aróstegui juntando a todos los responsables para, delantal en cintura, acudir a la sede de la empresa y pedirle cita para que limpien las aulas. Es de chiste. En vez de actuar como se debe, en vez de poner orden para que no pase lo que, sencillamente, no ocurría cuando era otra empresa la que se llevaba el concurso, en vez de reconocer que algo no funciona y arreglarlo se busca la salida fantástica de repartir la culpa entre todos los agentes.
Pues bien. La FAMPA puede empezar a preocuparse en la organización para mandar, con el Pronto y la fregona, a los directores y canalizar estas labores. Es que son muy flojos, oiga.