Colaboraciones

De la transición a la exhumación

Tuve el honor de ser Diputado por Ceuta en la I Legislatura, la que siguió a la Constituyente, disuelta al siguiente día de aparecer en el BOE el texto íntegro de la Constitución en cumplimiento de uno de sus mandatos. Las elecciones se celebraron en marzo de 1979, obteniendo la Unión de Centro Democrático –la UCD de Adolfo Suárez- un claro triunfo en nuestra ciudad, al resultar elegidos sus tres candidatos. Al Senado fueron Serafín Becerra y el Dr. Antonio Domínguez, ambos, desgracia- damente, ya fallecidos. Ellos y el también desaparecido abogado Francisco Lería y Ortiz de Saracho fueron los parlamentarios de Ceuta en la Legislatura Constituyente.

Cuando, lleno de ilusión, ocupé por primera vez mi escaño, pude observar la variedad de formaciones políticas que llenaban el hemiciclo. Allí, además de la UCD -168 Diputados- (a su frente Adolfo Suárez). estaban el PSOE´-116- (Felipe González); Partido Comunista de España -23- (Santiago Carrillo); Coalición Democrática -8- (Manuel Fraga); Partido Andalucista -8- (Rojas Marcos), y, cómo no, PNV -7- (Arzallus); Convergencia y Unión -6- (Jordi Pujol), amén de una variada fauna integrada en el Grupo Mixto; Herri Batasuna -2- (no acudían), Euzkadiko Eskerra –i-. Bandrés, Esquerra Republicana -1- (Barrera) , el canario independentista Sagaseta y Unión Nacional, la ultraderecha liderada por el notario Blas Piñar.

Como se deduce, todo un conjunto variopinto capaz de sugerir constantes y duros enfrentamientos. Sin embargo; percibí que el ambiente era de mutuo respeto y reconocimiento, herencia, sin duda, del espíritu de consenso y reconciliación que sirvió de base para redactar una Constitución para todos, con la salvedad de algunas intervenciones procedentes del Grupo Mixto –en concreto, del proetarra Bandrés y del canario Sagaseta- pues desde Carrillo hasta Piñar, nadie quebrantaba aquel buen ambiente, en el cual imperaba una cortesía parlamentaria que ahora se echa de menos. Jamás olvidaré cierto frío día del invierno de 1979, cuando, situado ante el ventanal de un pasillo del Congreso muy poco frecuentado, contemplaba el para mí inédito espectáculo de una copiosa nevada. Al oír voces en bajo tono me volví y comprobé que se acercaban Adolfo Suárez y Felipe González paseando sosegadamente mientras conversaban como dos buenos amigos. Nos saludamos, y cuando Suárez me preguntó “¿que miras, Paco?” les expliqué la novedad que para un ceutí era ver cómo caía la nieve. Miraron ellos también durante unos segundos, y tras despedirse prosiguieron su paseo en fraternal conversación.

Aquel día, el Presidente del Gobierno y el lider del primer partido de la oposición, sin proponérselo, me ofrecieron toda una bonita lección: Y es que se palpaba el referido espíritu de consenso, el de una transición admirada por el mundo y posteriormente imitada que se llevó a cabo con la firme decisión de cerrar una larga etapa bélica y autoritaria de nuestra historia para pasar, todos reconciliados, a la democracia y, de ese modo, con sentido de Estado, afrontar ilusionadamente el futuro de España, cerrando las heridas de la Guerra civil, olvidando si hubo vencedores y vencidos y situando todo ello fuera de debates y de ideologías. Aunque la historia no debe olvidarse para no volver a caer en viejos errores, lo importante, lo fundamental, era el porvenir de los españoles y de la Patria común e indivisible. Suárez había sido Ministro con Franco, y González (conocido entonces como “Isidoro”) era desde antes de la transición Secretario General del PSOE, cuya actividad, no autorizada, decidió ignorar el tardofranquismo, mirando hacia otro lado. Dos personalidades bien distintas, unidas en un propósito común: dejar atrás cualquier doloroso enfrentamiento entre españoles y procurar lo mejor para España.

Pedro Sánchez ocupa ahora la Presidencia del Gobierno no por su valía ni por su programa, sino porque la mayoría de los Diputados -entre ellos los populistas enemigos de la transición, los independentistas y los proetarras- ansiaban “echar a Rajoy”, prueba irrefutable de que algo estaría haciendo bien al concitar tanto rechazo entre dicha tropa, pues fue la única razón que les llevó a apoyar una moción de censura plenamente destructiva, es decir, contraria al sentido constructivo que al respecto se deduce de la Constitución y del Reglamento del Congreso.. Como ha dicho el propio Mariano Rajoy, “han entrado por la puerta de atrás”, justamente cuando el PSOE obtuvo el peor resultado electoral de su reciente historia.

Como tal Presidente, Sánchez está dirigiendo sus primeras medidas a gastar más, aunque el enfermo aún convalezca; endeudarnos más ; crear más impuestos e inspirarse en la parcial Ley de la Memoria zapateril -un claro retroceso hacia aquellos viejos enfrentamientos que intentó superar el espíritu de la transición- con el decidido empeño de exhumar el cuerpo embalsamado de Franco, enterrado desde hace cuarenta años en la Basílica del Valle de los Caídos, donde, al parecer, está molestando muchísimo, porque allí peregrinan nostálgicos de algo que nunca volverá. Sánchez trata de llevar a cabo tal exhumación con un extemporáneo deseo de revancha que agradará a unos y disgustará a otros, rompiendo una vez más aquel mutuo deseo de paz y concordia que quedó reflejado en la transición.

Visto lo visto, parece como si se pretendiera retorcer cierta conocida frase evangélica, convirtiéndola en un diabólico “dejad que los vivos desentierren a los muertos”. Los “vivos” en la sexta acepción del diccionario de la Real Academia Española, es decir, los listos, los “vivillos” que tratan de aprovechar las circunstancias en beneficio propio. De llevarse a cabo dicha exhumación a pesar de la oposición de los nietos de Franco, personas de izquierdas aplaudirán la medida, todas ellas potenciales votantes cuya decisión ante las urnas oscila entre PSOE y Podemos. Ahí es donde está la clave, el “quid” de la cuestión, ni más ni menos que en la búsqueda de votos. A su juicio, no importa que a otros les disguste la exhumación. Total, son unos “fachas” que nunca votan a la izquierda.

Alfonso Guerra, que conserva intacto su mordaz ingenio, se extraña de que ahora haya “jóvenes que se pasan el día boxeando con el fantasma de Franco”. Existe un relato alemán del siglo XVIII, sobre cuyo texto se filmó en 1975 la película “Leonor”, dirigida por Luis Buñuel. Aquel relato llevaba por nombre una corta frase que el pueblo asumió como propia, convirtiéndola en un dicho común: “Deja a los muertos en paz”. Pues eso.

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