Y, pareciera, que algunos han nacido con la palabra democracia en la boca… Sin embargo la democracia fue la forma de gobierno habitual en Atenas, la ciudad de la antigua Grecia donde floreció la razón y la libertad siglos antes del advenimiento de Cristo, que tomamos en occidente como referencia del tiempo conocido.
Si nos vamos al diccionario de la RAE, su redacción nos dice: «Democracia, forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos. País cuya forma de gobierno es una democracia. Doctrina política según la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamente o por medio de representantes. Forma de sociedad que práctica la igualdad de derechos individuales, con independencia de etnias, sexos, credos religiosos, etc.». De tal manera, que al hilo de lo que nos dice la RAE, podemos dilucidar que la soberanía reside en el pueblo, y el poder político es ejercido por los ciudadanos directamente o por medio de sus representantes.
En consecuencia y a nuestro modo de ver, no puede haber democracia cuando se les impide a unos ciudadanos la libertad de ejercer su derecho de opinión consagrado en la Constitución de 1978*, que en su artículo 20** nos apunta: la libertad de expresión.
En estos días tenemos la «cuestión catalana», como la cuestión principal del país, que se substancia en un referéndum a favor o en contra de que Cataluña permanezca en España; o, por el contrario, en el impedimento de dicho referéndum. Es claro, que el sentir general de los españoles es que Cataluña permanezca como un territorio y una ciudadanía integrada en el conjunto de España. No obstante, los pueblos y las naciones -Cataluña es una nación, dentro de la pluralidad de naciones de España- se unen y se desunen en función de los avatares de la historia y de sus propios intereses. Bien sabemos que los Reyes Católicos establecieron una unión entre los diferentes reinos de la península, y formaron un reino de reinos donde los reyes eran el lazo que los unían, y su representación gráfica era el escudo con el yugo y las flechas.
Sin embargo, nada es eterno, pues en la eternidad no hay tiempo, y no nos parece que si un territorio no quiere permanecer unido, haya que descalificarlo continuamente de antipatriota y lacerarlo con el látigo de la indiferencia y de la constante obstrucción a sus pretensiones. Pues entendemos que esta falta de tolerancia y de una capacidad mínima para el dialogo, no beneficia en nada la postura independentista que ha tomado el Gobierno de la Generalitat y de buena parte de sus ciudadanos.
Hace un flaco favor el nacionalismo español -representado en este caso por el Partido Popular- cerrándose en banda y rompiendo puentes con los nacionalistas catalanes, porque con su integrismo y su fanática política de la unidad de España, atrincherada en el rancio ideario de la «dictadura franquista», no sólo no ha hecho cambiar el sentimiento independentista de la ciudadanía catalana; sino que ha encendido, y la ha extendido como un reguero de pólvora entre aquellos grupos que ayer mismo eran contrarios a la independencia…
No ha estado acertado el Partido Popular poniendo en cuestión la sensibilidad de Cataluña, enviando al Tribunal Constitucional, los textos autonómicos, aprobados tanto en el parlamento catalán como en el parlamento de la carrera de San Jerónimo, por una cuestión, pongamos, de sentido etimológico entre nación y nacionalidad, cuando bien sabemos que son palabras que tienen la misma raíz, y vienen a significar lo mismo, pero encendieron un fuego que ahora se nos antoja inextinguible.
Y, esta falta de sensibilidad y tacto, ha postulado una cerrada defensa de los catalanes por la independencia, que ha acarreado una difícil solución política a unas posturas de total enfrentamientos, que no augura un futuro halagüeño. La postura radical del partido de la gaviota -siempre nos pareció una gaviota su emblemática ave- minando campos y haciendo saltar por los aires cualquier puente de dialogo, ha sido una errática y dislocada política que en nada ha ayudado al entendimiento entre las Administraciones del Estado y la Autonómica. Pues, es claro, que esa postura irresponsable del partido del Gobierno de ir dejando que la fruta se pudra en el árbol, ha traído como consecuencia un nacionalismo más radical y sin precedentes en Cataluña.
Nunca un partido político como en el caso del Popular, ha hecho tanto por mor de su desidia, fanatismo centralista y nacionalismo español, por acrecentar el separatismo de los catalanes en tan poco espacio de tiempo; pues en apenas una década, las ansias separatistas prendieron con tanta fuerza y vehemencia en aquellos que, paradójicamente, portan en el corazón los mismos colores rojo y gualda que la bandera nacional. Y, se nos antoja harto difícil, a menos que se obre con otras organizaciones políticas de mayor cordura y sentido de Estado, el milagro de unos diálogos razonados y constructivos que haga permanecer a todas las nacionalidades dentro de un nuevo proyecto de común, donde puedan convivir en el seno de ese Estado, la libertad de las diferentes naciones en la totalidad de un territorio y una ciudadanía que se ha dado en llamar España…
Esta forma autoritaria, arcaica, trasnochada, y distanciada de los nuevos tiempos del siglo XXI, no tiene trayectoria de futuro y está condenada al fracaso, igual que se consume la llama de una lumbre cuando le falta el aceite que la alimenta. «The time they are a-changing -Los tiempos están cambiando-». que cantara Bob Dylan. Efectivamente los tiempos están cambiando, las ataduras se rompen por obsoletas, y porque el viejo modelo de una España de una única visón y pensamiento a todo lo largo y ancho que alcanza los cuatro puntos cardinales, ya se ha agotado y tiene su tiempo marcado en la historia de este país.
Pero que democracia es ésta -que hemos acordado entre todos los españoles- que no permite una consulta y amordaza la voz del pueblo de Cataluña como si aún viviéramos en tiempos pretéritos donde la ficción unitaria era obligatoria; o, en caso contrario, dar con los huesos en la cárcel tal como si fueras un delincuente. No, nos parece que hayan estudiado estos indecorosos políticos radicales del «no» a ultranza del referéndum, la Constitución vigente; porque el artículo 92*** nos habla, precisamente, del referéndum para cuestiones que así lo demanden; y, es claro que la cuestión catalana necesariamente es una de ellas. Y este referéndum que la Constitución nos apunta habrá de consensuarse y discutirse políticamente de una manera amplia, sincera, transparente y abierta a los tiempos que corren; bien distintos de aquel ya lejano 1978 en que fue redactada la Carta Magna, bajo la presión aún de la dictadura del régimen franquista que apenas acababa de dar termino, y que tuvo su protagonismo en la historia de nuestra recién nacida democracia, tres años después, en el intento de golpe de Estado llevado a cabo el 23 de febrero de 1981 en el Palacio de las Cortes…
Solamente las mentes acobardadas por el conservadurismo de una sociedad anclada en el pasado, que busca sólo sus propios intereses de clase acomodada y privilegiada económicamente, puede pretender evitar que se allegue el progreso y con ello una nueva realidad de convivencia para los pueblos que conforman la España actual, llena de nuevos matices y de nuevas realidades. No; no nos podemos acobardar y perder el tren de este nuevo siglo y quedarnos en el pretérito, esperando -como los israelitas en el desierto del Sinaí- que nos llegue el “maná” de la modernidad y de la solución a los problemas que una España progresista necesita.
De nada nos valen esos cantos de sirenas constantes desde el «conservadurismo más decimonónico», a la patria y a que España es un gran país lleno de unas grandes perspectivas de futuro. Siempre son las mismas palabras grandilocuentes yvacías de contenido para encender en la hoguera de las vanidades el argumento patrio que todos llevamos en nuestro interior. Pareciera que nuestras almas son pueriles y llenas de una cierta ingenuidad que, como los niños del flautista de Amelín, fuésemos atraídos irremediablemente al sonido de sus vergonzantes razones de estado, para conseguir nuestra aquiescencia a sus recurrentes, interesadas y repetitivas peticiones…
«No está el horno pa bollo», apunta el refranero popular, y a nuestro entender en vez de tanta mención a la patria, de tanta banca rescatada, de tanto político con asuntos en paraísos fiscales, de tanta monarquía, que aún no ha sido refrendada en sufragio universal en un referéndum, donde decidan todos los españoles la forma de Estado que desean, de tantos puestos bien remunerados en la cosa pública cargados al erario con nuestros impuestos, de tantos señalados designaciones interesadas en consejos de administración de grandes empresas para comprar voluntades en lo que se ha dado en llamar «puertas giratorias», mejor harían en evitar tanta corrupción de tantos políticos advenedizos avenidos a la cosa pública para llenarse la «buchaca» con los dineros que deberían asignarse a mejorar, pongamos: una mejor sanidad y educación pública, y una mejor pongamos, red de carreteras y ferroviarias que ayuden a acercar el país en su extenso litoral y en lo alejado de su tierras…
Finalmente, hemos de decir que Dios -este escribiente aún cree en Dios- nos salve de los salvadores de la patria, y de aquellos que como único argumento patrio sólo saben enarbolar la roja y gualda y “la unión de destino en lo universal”, como principios identitarios de una España pretérita que sólo prevalece en los recuerdos de algunos, frente a otra España, que como bien dijera el poeta don Antonio Machado en “Proverbios y cantares”: “Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza…”
(*) La Constitución española se publicó en el BOE el 29 de diciembre de 1978.
(**) Título I. De los derechos y deberes fundamentales.
Capítulo segundo. Derechos y libertades. Sección 1. ª De los derechos fundamentales y de las libertades públicas.
Artículo 20:
1,- Se reconocen y protegen los derechos:
a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.
b) A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica.
c) A la libertad de cátedra.
d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades.
2.-El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.
3.- La ley regulará la organización y el control parlamentario de los medios de comunicación social dependientes del Estado o de cualquier ente público y garantizará el acceso a dichos medios de los grupos sociales y políticos significativos, respetando el pluralismo de la sociedad y de las diversas lenguas de España.
4.- Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia.
5.- Sólo podrá acordarse el secuestro de publicaciones, grabaciones y otros medios de información en virtud de resolución judicial.
(***) Título III. De las Cortes Generales
Capítulo segundo. De la elaboración de las leyes
Artículo 92:
1.-Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos.
2.-El referéndum será convocado por el Rey, mediante propuesta del Presidente del Gobierno, previamente autorizada por el Congreso de los Diputados.
3.-Una ley orgánica regulará las condiciones y el procedimiento de las distintas modalidades de referéndum previstas en esta Constitución.
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