De drogas e investigaciones

La frontera del Tarajal es un auténtico coladero de droga. Resulta imposible realizar controles adecuados teniendo en cuenta la infraestructura que presenta. Su arquitectura es el primer obstáculo para que las fuerzas de seguridad puedan hacer unos controles como los que, por ejemplo, se llevan a cabo en el puerto. Esto es así. Hoy por hoy, ese paso que separa dos mundos se convierte en todo un negocio para el narcotráfico. Ni la Policía, ni la propia Guardia Civil pueden -salvo que mientan- asegurarnos cuál es la cantidad de droga -preferentemente hachís pero no la única- que cruza a diario desde las plantaciones hasta la puerta de salida, nuestro puerto.
Hay buenos policías que se  matan vivos por investigar, por conocer el recorrido que llevan esos alijos de hachís que cruzan el paso, son descargados en auténticos zulos y desde ahí se les prepara su salida para alimentar los mercados europeos. Otros, en cambio, parece que quieren no matarse vivos por lograr resultados buenos, sino matar la investigación, hacer, hablando en plata, que el resultado obtenido sea una puñetera mierda, que sirva solo para lucir una portada de un periódico cuando en el fondo arrastra un vacío investigador de mil pares de narices. ¿Para qué sirve, por ejemplo, decomisar cual ‘Hombres de Paco’ 500 kilos de hachís si al final no tenemos más que a un coloqueta entre rejas?, ¿dónde está el dueño de la mercancía, el que ha financiado el coste de la droga, el que iba a encargarse de la distribución? Parece que haya a quienes interese ganar medallas facilonas, al estilo paripé, que es como se suelen dar en este pueblo, aunque sea a base de operaciones que captan titulares brillantes un día, pero no hacen daño a quienes debe.
Por los juzgados pasan diariamente decenas de hombres y mujeres que terminan siendo condenados por pasar droga. En cambio se quedan vacíos los pasos que necesariamente se deberían dar para llegar a los que realmente mueven este negocio y que, curiosamente, siempre se salvan de una detención con condena segura. Son intocables que basan su poder en inoperaciones preocupantes.
Yo, como ciudadana, sí me cuestiono operaciones, sí que me sorprenden las casualidades, sí que me gustaría que alguien fuera más allá y que terminara con el cachondeo de los chivatazos que joden grandes operaciones para satisfacer actitudes pueriles o las presiones que impiden llevar al narco enchaquetado a prisión mientras engordamos las estadísticas con hombres y mujeres que no dejan de ser víctimas de todo este sistema. Aquí huele demasiado a podrido y es deber de los jefes, precisamente, evitarlo.