En los últimos meses se está acentuando un tipo de crítica fundamentada única y exclusivamente en la venganza. Proviene de tipos que durante un tiempo gozaron de la protección de sus jefazos, aunque su valía hubiera estado más que cuestionada. En los tiempos de bonanza, toparte con uno de estos individuos era la bomba. Al menos a mí, particularmente, me lo parecía. No hay nada más esperpéntico que toparte con un necio al que le han aupado al poder y comprobar que piensa que es persona destacada por su valía, no por su enchufismo. La Ciudad, esa olla grande que ha alimentado a tantos buenos trabajadores como a tantos sinvergüenzas, ha contado con necios que faltos de sapiencia y humildad se vieron con poder, creyéndose que eran claves en el devenir de una Ceuta que, desgraciadamente, sigue teniendo los mismos problemas y similares complejos. Si desde un principio se hubiera aplicado un criterio válido, decente, moral en la selección de los llamados a tener cierto mando, no habríamos terminado con la manada de sanguijuelas con las que nos podemos topar hoy en día. No sólo entre los exiliados forzosos de la Ciudad, sino entre otras tantas personas que perdieron el chollo de ganarse los euros sin esfuerzo.
La calle, que es muy sabia, conoce bien quién es quién. Sólo los que todavía no han salido del círculo vicioso del chupador que ya no chupa y castiga, alocado, como un pollo sin cabeza, siguen inmersos en su propio mundo. Y una sigue contemplando cómo el mundo no cambia, cómo la inmoralidad aumenta, cómo la pequeña Ceuta sigue siendo la misma, sin ganas de cambiar, con ganas de llorar.{jcomments lock}