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De Central Park a Prospect Park

Central Park es el parque urbano por excelencia. Está situado en pleno centro de Manhattan. Prospect Park es el otro gran parque neoyorquino, pero ubicado en Brookling. Ambos fueron diseñados por Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux a finales del siglo XIX. La idea de sus creadores, muy en consonancia con el espíritu liberal del capitalismo norteamericano de la Revolución Industrial, fue facilitar la igualdad de clases sociales, a través de un espacio de ocio que pudiesen disfrutar todos los ciudadanos, independientemente de su clase de pertenencia, raza o religión. Nueva York, habitualmente se identifica con la isla de Manhattan. Aunque la mayor parte de los neoyorquinos viven en los barrios exteriores, Manhattan representa el poder financiero, la elegancia, el arte, la música. El poder. Brookling es el distrito más poblado de Nueva York. Tradicionalmente ha sido un lugar de inmigrantes. También es donde se concentra una mayor pobreza y una mayor densidad de población. El ingreso per cápita de sus vecinos es la mitad de la media de la ciudad de Nueva York y muy poco más de la media de todo el Estado. Algunas de sus zonas están pobladas mayoritariamente por gentes de color.
Las circunstancias de mi estancia como profesor visitante en la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY) durante este mes de agosto, nos van a permitir poder vivir en un pequeño apartamento arrendado a unos colegas de la universidad, situado en el lado oeste del Central Park, uno de los barrios más bonitos y tranquilos de la ciudad (donde se rodaron muchas de las escenas de la mítica película “West Side Story”). Desde allí, una línea de metro procedente de Harlem, nos lleva directos casi hasta la entrada del Prospect Park en Brookling. El SUNY Downstate Médical Center es un hospital público universitario que se encuentra ubicado en la zona este de dicho parque. Un distrito muy pobre, habitado mayoritariamente por una población negra de origen afroamericano. Ahí estoy trabajando con el profesor Landsbergis, investigando las causas estructurales de la siniestralidad laboral en los EEUU de América. Mientras tanto, Rosa ha sido admitida para colaborar como voluntaria en la biblioteca y en el archivo de documentación científica del centro. Es decir, a diario, vamos a tener que cruzar de un extremo a otro la ciudad, y experimentar el cambio y la variedad de razas, religión, situación económica o cultura, de uno de los lugares más cosmopolitas e interesantes del planeta. Compartir con mis lectores algunas de estas experiencias considero que puede ser de interés.
Nuestra vida transcurre con mucha normalidad. Nos levantamos al amanecer. Entre las 5 y las 6 de la mañana. Esto nos permite realizar bastantes tareas sin sufrir el asfixiante calor húmedo de Nueva York en verano. También hacer algo de ejercicio entre la arboleda y el lago de Central Park antes de comenzar la jornada de trabajo. A esta hora se lee y estudia con un nivel de concentración excelente. En mi caso, es cuando más se incrementa mi capacidad creativa. No sé si esto tiene algo que ver con lo que dice nuestro refranero popular español de “a quien madruga Dios le ayuda”. Lo cierto es que mi producción intelectual gana en eficiencia a esas horas y acudo al trabajo con la sensación de haber empezado bien el día.
Apenas hemos tenido tiempo de hacer una ligera inmersión en las costumbres del lugar. Lógico. Una pequeña toma de contacto y poco más. Lo primero ha sido descubrir el manejo del metro de Nueva York (hasta el momento, las veces que habíamos visitado la ciudad nos habíamos desplazado en taxi, o en autobuses turísticos). Es uno de los más extensos y antiguos del mundo. También muy eficiente. Funciona las 24 horas del día, aunque la vigilancia en la noche es prácticamente inexistente, lo que lo hace más inseguro. Aprender los trucos de su funcionamiento es esencial, pues no es fácil. Recuerdo que los primeros días nos costó trabajo entrar en una boca de metro. La sensación de agobio por el calor y la humedad. La dificultad para entender el inglés americano. La suciedad y abandono de muchas de sus estaciones. Los ríos de personas de distinto color e indumentaria que circulan por sus estaciones y vagones. La inseguridad de no saber si te equivocabas de línea y aparecerías en algún recóndito y extraño lugar, en uno de esos “peligrosos” barrios periféricos que se muestran en las películas. Recuerdo que todo esto me puso muy nervioso. Hasta el punto de que estuve dudando si cambiar a otro sistema de transporte colectivo para mis desplazamientos diarios. Era el miedo a lo desconocido. Pero, afortunadamente, un acto de reflexión racional nos llevó a superar este trance. Actualmente nos desplazamos sin ningún tipo de dificultad, salvo las habituales de un medio de transporte masivo en una ciudad de este tipo. A continuación, lo más importante. La toma de contacto con el centro de trabajo. Cuando andaba por los viejos y destartalados pasillos de este inmenso hospital público, y veía a esas pobres gentes (la mayoría de color) en sillas de ruedas o camillas, con los goteros colgados, no pude dejar de recordar mi tiempo de trabajo en un gran centro hospitalario público en España. Inmediatamente vinieron a mi mente las comparaciones. La mayoría de instalaciones eran muy parecidas. También las gentes que allí acudían para ser atendidas. Tras pasar los innumerables controles administrativos y sanitarios, por fin se nos dio el visto bueno final a nuestra estancia. Hasta ese momento habíamos sido unos visitantes. A partir de ese momento éramos personal del centro, con nuestro pequeño lugar de trabajo asignado y nuestras correspondientes acreditaciones. Lo que yo percibí fue que los colegas americanos se sentían orgullosos de que estuviésemos allí colaborando con ellos, en uno de los barrios más pobres de la ciudad. A la salida nos montamos en un autobús del barrio lleno hasta la bandera. Que yo recuerde, todos los viajeros eran gentes de color. Por la indumentaria, se les veía personas muy modestas. Pero su educación era exquisita. También su limpieza, amabilidad y cordialidad. Inmediatamente se ofrecieron a indicarnos, con orgullo, dónde estaba situado su parque más emblemático: Prospect Park. Allí pudimos disfrutar de lo que quedaba de este nuestro primer día de trabajo y de la maravillosa experiencia que el destino nos ha querido brindar. Esperemos que se cumplan todas las expectativas. Nuestras y de nuestros amigos americanos. Lo  vamos a intentar con toda la dedicación y el esfuerzo que nos sea posible.

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