De Celia... a la realidad

La que se ha liado tras conocerse el video estrella del Debate sobre el Estado de la Nación. La diputada más (supuestamente) progresista del mundo pepero era grabada jugando al Candy Crush en pleno debate. Es decir, le interesaba más el desarrollo del juego que lo que podía estar diciendo el líder de su propio partido.

La vicepresidenta del Congreso replicó diciendo que estaba leyendo la prensa. Da igual una cosa que otra, su obligación era atender el desarrollo de un debate en el que los líderes de ambos partidos se jugaban mucho, no dedicar buena parte de su tiempo a otros menesteres. Lo mejor de todo es que doña Celia nada ha dicho al respecto. 24 horas después no se conoce valoración alguna sobre su comportamiento, ni tan siquiera en su partido han ofrecido alguna declaración que mereciera la pena. Nada ha pasado, creen. La sociedad no cree lo mismo. Se indigna, aunque después se ve obligada a seguir con su rutina.

El ‘golpe’ de doña Celia no nos debería sorprender tanto. Esa misma escena, tan acertadamente polémica, se repite en todos y cada uno de los plenos que se celebran en Ceuta en donde, se supone, se abordan asuntos de interés para la ciudadanía aunque, tristemente, se alcancen acuerdos que después ni siquiera se cumplen. En cualquier pleno podemos contemplar a una hilera de diputados cuya capacidad de concentración es nula o casi, que pasan las horas jugando a los mismos juegos que la entregada Celia, que se dedican a mandarse mensajes o que, peor aún, cometen la mayor de las faltas de respeto en un foro de estas características: se ponen a hablar, incluso gesticulando, cuando hay compañeros que están defendiendo sus tesis. Y esto se permite como si quienes estuvieran decidiendo asuntos de peso constituyeran una pandillita de amigos que acuden para levantar o no la mano y para pasar la factura cada final de mes. Si nos llevamos las manos a la cabeza por la popular en cuestión, qué postura deberíamos adoptar con la hilera de situaciones, escenas y comportamientos que se producen a diario, con las cámaras delante. No hay vergüenza quizá porque se ha tomado como normal un tipo de posturas que no lo son. Son los componentes de la clase política quienes han tirado por los suelos su propia imagen, comportándose peor que en un colegio de Primaria. Y aquí nadie se salva.