Las revoluciones solo hay dos formas de hacerlas: de abajo arriba y de arriba abajo. En el primer caso, la experiencia histórica nos dice que en contadas ocasiones triunfa por la dispersión del esfuerzo, la falta de coordinación o los enfrentamientos entre facciones.
Desde la Comuna de París al cantonalismo español pasando por la revolución rusa de 1905, la revuelta espartaquista alemana, la revolución anarquista en la guerra civil española o el pustch muniquense, la falta de unas elites políticas que organicen los apoyos populares resulta decisiva en el resultado final. Algo que Lenin aprendió en su propia experiencia impulsando la idea de vanguardia del proletariado. Las estrategias políticas están orientadas a la conquista del poder. Todas. El primer y principal objetivo de las organizaciones políticas es alcanzar el poder, algo clave para la propia supervivencia de la organización, y la mejor estrategia es aquella que consigue su objetivo independientemente de valoraciones morales o éticas. Algunos líderes de Podemos excusan su estrategia electoral en circunloquios que tratan de enmascarar precisamente eso, que se trata de una estrategia. Pablo Iglesias no es ningún cándido y conoce las posibilidades de su opción política, la de una izquierda radical que utiliza los cauces democráticos para desnaturalizar el propio sistema y convertirlo en un populismo autoritario aunque formalmente democrático. Iglesias y los suyos saben que sus opciones de alcanzar el poder por los cauces tradicionales son pocas. Con una ideología desfasada pero aderezada por el pensamiento antisistema postmoderno, poseen una base social escasa ya que la mayoría de la población española pertenece a las clases medias, con un predominio de trabajadores de servicios alejados de los modelos de trabajadores obreros y en general poco proclives a las aventuras políticas, así que sus bazas políticas son el descontento con la situación de crisis económica y el desprestigio de unos partidos políticos tradicionales mastodónticos sumidos en la incapacidad y la corrupción. El diseño de toma del poder de Podemos es el de arriba abajo, a pesar de todo ese discurso de un partido hecho desde abajo alrededor de unas asambleas que en la práctica resultan irrelevantes. Saben que tienen una sola oportunidad para alcanzar el poder y ha de ser desde arriba, desde el gobierno del Estado, evitando presentarse con su nombre en los comicios locales o autonómicos por dos razones. La primera es que la política municipal es una política de gestión y no de grandes discursos ideológicos, lo que no les permitiría el “lucimiento” ideológico y dejaría al descubierto las carencias de sus elites políticas. Imagínense a estos grandes teóricos de la opresión y la hegemonía organizando las fiestas patronales de sus pueblos. La segunda es que siendo las autonomías los espacios predilectos de la corrupción política, entrar en los gobiernos de las comunidades supondría entrar de lleno en la categoría de “casta”. De ahí la opción de presentarse por medio de marcas blancas. Si a aquellos a los que apoyan, pero que no son ellos, aunque en realidad si lo son (un tanto esquizofrénico pero efectivo de cara a la comunicación), les va bien en los gobiernos municipales o autonómicos, podrán apuntarse el tanto, mientras que si son ineficientes o corruptos podrán renegar sin que la marca Podemos se vea salpicada. El tiempo dirá si esta estrategia política convencerá al número suficiente de ciudadanos que les permita tomar el cielo por asalto.
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