De aquellos fangos, estos lodos

La motivación para decidirme a escribir este artículo surgió por querer hacerme eco de la indignación de una persona ajena a una situación que en nada le atañe. Ya puedes comprobar el resultado, María Ángeles. Resulta que estos días, en diversos foros y redes sociales, me topé con la noticia de que la barriada donde resido, el Príncipe Alfonso, estaba en el punto de mira de un concienzudo estudio por parte de la productora Mediaset, al querer convertirla en escenario para su próximo hit televisivo, aunque todavía no nos habíamos repuesto de la resaca que supuso el gran objeto de investigación del programa de Cuatro: Callejeros. Sinceramente, cuando me dispuse a visualizar semejante trabajo, hice de todo menos indignarme, me lo tomé con humor porque son ya tantas las veces que familiares y amigos hemos tenido que aguantar la subida del telón con semejante pantomima que, si no me río, acabo ofuscada por algo que no debería. Muchas de las personas que conozco y que residen fuera del barrio, me comentaban airadas: “eso no es cierto, cómo lo han pintado todo, menuda basura”.
No tengo necesidad de justificarme ante nada ni ante nadie, ya que nuestros actos hablan por sí mismos. Desde que tengo uso de razón, recuerdo que muchísimas de las familias que aquí viven tienen que lidiar con el estigma que supone vivir en un lugar dejado de la mano de dios, donde abunda de todo menos un ambiente saludable para la educación de futuros ciudadanos de pleno derecho. La inseguridad es el pan nuestro de cada día y recuerdo perfectamente que en mi primer año de carrera, mi ex-profesor de sociología nos recordó que era el primer principio que un gobierno ha de garantizar a sus ciudadanos: la seguridad, por encima de cualquier otro. Y justo en este punto me asalta la duda de si yo soy válida o será que simplemente no entro en esa categoría. Sobra decir que no todo el monte es orégano, ya que igual que de cualquier otro sitio, de aquí han salido abogados, policías, maestros, enfermeros, ingenieros de telecomunicaciones, barrenderos, cocineras o guardias civiles, cosa normal, y así hasta citar cientos de profesiones que nos hemos trabajado como el que más, pero que pasa desapercibido, ya que lo rentable televisivamente es destacar a ese porcentaje reducido de vándalos que no tiene cosa mejor que hacer que ventilar sus proezas cada vez que tienen oportunidad, teniendo en cuenta que esto es resultado tanto de la educación recibida como de la dejadez de funciones de las autoridades competentes -perdonen esta última ironía-. Lo que es innegable es que todo lo acontecido es cierto, pero que no me lo pinten como el apocalipsis, porque por ahí no paso y sobre todo teniendo plena consciencia de lo que aquí pasa día sí, y día también.
De quién es la culpa, ya se sabe: yo, como ciudadana, tengo el deber de ayudar a la justicia dentro de mis posibilidades, demasiadas veces he oído decir a personas por qué no denunciamos a éste o a aquel, pero lo que es evidente es que ni yo, ni muchísima gente se mueve en esos círculos y que por tanto se desconoce quienes son, además que de nada sirve, ya que nuestra clase política ya se encarga de hacer bien su trabajo y de poner una Ley del menor, cuanto menos, efectiva, aunque con encarcelar al tirador de piedras de turno no se acaba con el problema, esa es sólo la punta del iceberg.
En qué momento nos dejaron abandonados a nuestra suerte aquellos que se precipitan cual ganado hambriento a por los votos necesarios para erigirse en defensores de causas que desconocen y que jamás conocerán -pues jamás cumplirán con lo que realmente se les encomienda-: el bienestar del ciudadano por encima de gastos de fondos públicos en nimiedades que no harán que me sienta segura. Ni ahora ni nunca. Entonces, cual es la consigna, pues esperar que Telecinco haga una serie  que reviente los índices de audiencia ya que se han asegurado, y mucho, los gobiernos actual y precedentes, tanto local como nacional, (que se pasan el problema unos a otros como si de una patata caliente se tratase, mientras no me reviente a mí... pensará más de uno) que el lugar donde moramos sea caldo de cultivo para series con drogas, trapicheos, ajustes de cuenta o trifulcas con la policía utilizada como chivo expiatorio ante la necesidad de poner un apósito a una herida abierta y sangrante.
Y con indignarse no basta, pero por lo visto con alzar la voz tampoco, ya que de qué me sirve que se haga pública la desazón reinante entre un grupo de ciudadanos bastante numerosos con la incertidumbre en el cuerpo si las consecuencias que de ello se derivan no son las deseables en una sociedad del siglo XXI en un país democrático perteneciente a la Unión Europea. Les encanta llenarse la boca hablando de la Ceuta de las cuatro culturas, cosa cierta, pero yo me lleno la boca hablando de “la Ceuta de la descompensación” entre zonas en una superficie que ronda los 20 Km  cuadrados, con una bomba de relojería que mientras implosione y no salpique, puede crear un cráter, pero que cuando supera los límites físicos y hace enrojecer a más de uno, ya se encargan de contener en vez de desactivar, aunque la situación fuera predecible y evitable a todas luces.
Me ofende sobremanera la cara de asombro que más de uno pone cada vez que digo que vivo en el Príncipe -que crece ilegalmente a lo ancho y a lo alto- como si no fuera posible que hubiera ciudadanos decentes de entre los más de 10 mil que aquí vivimos y hemos de aguantar la mezquindad de la que muchos hacen gala cada vez que pueden. Pero que esté tranquilo Paolo Vasile que le saldrá bastante rentable ya que el lugar, el ambiente y los extras ya los ponemos nosotros.
En fín, continuará ...