Categorías: Opinión

De alianzas, rechazos y otros motores evolutivos

La historia de la vida es, ante todo, mutualista y simbiótica a diferentes niveles, según se analicen las agrupaciones biológicas. En la historia humana reciente se hace muy difícil encajar esta idea, pues todo se ha pervertido y exagerado utilizando a Darwin como coartada. Hoy en día está indudablemente mucho más de moda el elogio a la competencia y a la supervivencia del más “fuerte” que a las conductas cooperativas, y no digamos al altruismo como sublimación del idealismo. Lo cierto es que de una manera interesada se ha estado abusando del darwinismo para justificar el caos capitalista, queriendo solo ver una parte del drama de la existencia vital: como una sucesión de carnicerías entre los animales más feroces. Una actitud bastante pueril que tiene en consideración tan solo los aspectos más sangrientos de la lucha entre carnívoros y herbívoros, sean estos dramas naturales antediluvianos, inventados al ritmo de los descubrimientos paleontológicos de la época victoriana que divertían a frívolos burgueses de vidas tediosas y vulgares, o bien los espectáculos amarillos a los que nos tienen acostumbrados los documentales sobre la Sabana africana. En estos últimos siempre sucumbe ante el feroz carnívoro la famosa Gacela de Thomson, que debe estar riquísima porque todos la acechan. En fin, la sensación de vivir en un mundo hostil, ante el que nada podemos hacer sino defendernos y salir victoriosos, olvida lecciones magníficas de la historia con sabor a leyenda que por el contrario nos revela un mundo bien diferente. Para empezar, la fundación de la propia Roma descansa en la bondad de un animal tan fiero y temido como el lobo. Al ser nuestra civilización una continuación, deformada por la tecnología, de la romana (plenamente de acuerdo con Carlos Goñi) está claro que la mentalidad de pan y circo continúa en el subconsciente colectivo de las masas sociales y tiene tierra abonada para que florezcan este tipo de ideas tan absurdas y poco convincentes a poco que se reflexione un mínimo.
Para empezar, deberíamos comprender que nuestro linaje hunde sus raíces de manera muy profunda en la gran historia de la evolución en nuestro planeta. Apartando la sombra del supuesto progreso humano y la obsesiva idea de la culminación de la evolución en el ser humano, es necesario indicar que, como tantos otros vertebrados, nuestra especie se ha visto beneficiada de innumerables logros evolutivos que se han estado generando desde los primeros inicios de la vida en el planeta. Desde antes del precámbrico lo que cabría indicar es que la única lucha que merece la pena destacar, por encima del fragor de las matanzas carnívoras, se ha estado entablando de una forma silenciosa, dando miles de formas y oportunidades de supervivencia a través de las asociaciones beneficiosas y las acomodaciones que estas uniones han puesto en juego las diferentes especies. Todo esto se ve reflejado en universos no solo macroscópicos sino, de una manera más portentosa, a través de los datos citológicos, fisiológicos y metabólicos. El propio vello que cubre nuestros cuerpos encierra una gran historia de cooperaciones microscópicas y microbianas que comienza con la locomoción de los primeros organismos unicelulares. Al igual que otras muchas especies de grandes vertebrados somos una especie heredera de un enorme conocimiento adquirido a partir de numerosas historias naturales de fracasos y conquistas, de medios cambiantes y de periodos de estabilidad climática, de coincidencias y necesidades que han estado impulsando uniones inverosímiles de seres muy diferentes en apariencia.
De manera paralela podemos utilizar el razonamiento antropológico y social de Mumford para comprender que la historia técnica de la Europa occidental, anterior al uso masificado del carbón como fuente de energía, fue clave para el lanzamiento de lo que posteriormente se denominaría revolución industrial y que precisamente se desarrolló de la forma más despiadada debido al secular atraso inglés en el manejo de estas poderosas herramientas. La visión de Adam Smith y otros de su talante y concepción que no desearon reconocer el pasado es mañosa. Quizá lo desconocían pero, desde luego, lo que no le interesaba al despiadado capitalismo que tiranizaba a grandes masas era retrotraerse a épocas para comprender que tenía que acomodarse al ser humano y a la vida en el planeta y no al revés, como ha estado sucediendo hasta ahora. Tanto antes como ahora el ser humano se está comportando como un heredero ebrio, causando destrozos ambientales y por supuesto también desnaturalizando las importantes estructuras sociales que podrían hacerse cargo de estos desequilibrios. En palabras del pensador americano, nos precipitamos al vacío de la barbarie. Ni la vida ni su sociedad social más avanzada en el marco de la diversidad animal se producen al ritmo de la fábrica ni del consumo ni, por supuesto, tienen relación con esta deformación psicótica que es este neoliberalismo suicida y atroz que nos asola.
El caos aparente de la naturaleza es su esencia racional, esto es la construcción de un edificio natural en la que a diferentes niveles están presentes formas diversas de cooperación biológica. No carentes de competencia y de pugna se desarrollan los linajes y las especies, pero conforme avanza el edificio interior de los organismos más se desarrollan las alianzas metabólicas y fisiológicas. Por supuesto, también se manifiestan estas alianzas en el lento desarrollo que lleva hasta la conformación de comunidades vegetales y animales que se refuerzan entre sí para constituirse y resistir a los cambios que en nuestro planeta provienen fundamentalmente del delicado equilibrio climático y de la capacidad de control sobre los parásitos. Los cambios climáticos fuerzan procesos de sustitución y desaparición de especies de una forma espectacular, de la misma forma determinadas alteraciones provocadas en un sistema natural refuerza las posibilidades de infección y epidemia, como en el caso de los daños que la pesca con anzuelo infringe en numerosas gorgonias de profundidad que facilita que determinados parásitos se instalen sobre ellas y las mermen o aniquilen completamente. Podríamos decir que la actuación del pescador sería un caso de cooperación ignorada con el parásito. La fuerza fundacional de los arrecifes de corales de aguas someras fue y es la cooperación entre invertebrados y algas microscópicas instaladas en los tejidos coralinos. Además, la propia estabilidad del sistema que se crea depende mucho de la interacción física entre las especies de corales y sus propias aceptabilidades, un sutil juego de tolerancias y rechazos alejado de las matanzas o exterminios. La historia de la acomodación de tan elevado número de especies en un arrecife está marcada por la cooperación y no por la competencia. De la misma forma también podríamos comentar la estabilidad de las selvas tropicales y el apoyo mutuo entre las especies fundamentales para conseguir un sistema equilibrado, por no hablar del papel clave de los hongos asociados a muchas especies de vegetales. Claro que por debajo de estos grandes niveles operan fuerzas de competencia y predación entre muchas especies pues en ningún momento pretendemos presentar el hecho natural como una novela rosa con final feliz, pero esto no implica que esta sea la parte fundamental del argumento, la base fundamental de la vida y de la sociedad no se puede concentrar en lucha por la supervivencia e individualismo cargante. Podríamos exponer muchos más ejemplos de la operancia de la cooperación y el apoyo mutuo, como entre los insectos sociales o entre especies diferentes, como ocurre en los casos de cooperativismo para la pesca litoral entre hombres y delfines.
En este contexto teórico es posiblemente Kropotkin, una gran figura emergente como naturalista y pensador, que templo un poco los ánimos a los exaltados capitalistas que deseaban ver en la sesgada interpretación de la teoría darwiniana la justificación a todo el quebranto social propagado por los excesos del capitalismo depredador. Su principio del apoyo mutuo es, ante todo, una declaración de certeza científica antepuesta frente quienes desean reducir la relación entre las especies y la biología en sí misma a una burda guerra sin fin y con el propósito de realizar un fin eugenésico basado en la promoción del más fuerte, que se traduce casi linealmente como el que más bienes acumula. Vivimos en un planeta en el que lo que denominamos vida coopera activamente para perpetuar su existencia, en el que no hay que dejarse apabullar por ciertos sesgos interesados sobre la realidad de nuestro planeta que solo desean perpetuar una absurda y decadente incultura dónde prima el consumo más superficial, zafio e innecesario y la concentración de riqueza y poder.

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