Opinión

Darle la vuelta al Monte Hacho

Hacía meses que no le daba la vuelta al Hacho -como decimos los que habitualmente andamos por allí- y eso que no hacerlo es sentir la inquietud de la ausencia de su naturaleza. Desde muy joven lo he venido haciendo, unas veces corriendo, otras andando y ya, desde hace tiempo, dándome cuenta que me hago mayor, pues veo más espaldas alejarse de las que alcanzo: ya no soy yo el que adelanto sino el adelantado. ¡Toda una declaración de edad!

Casi siempre lo recorrí en su sentido más ascendente, así que recuerdo cuando en esa zona no había guardarraíl y los quita miedos sólo eran cubos de hormigón. No había rejas que circundaran parte del camino, ni mallas que impidieran la visión del campo, ni barandilla que no sé de qué protege o intenta impedir. Tampoco había malos olores ni tanto ruido, ni tanto deportista salido del Decathlon, ni tanta mierda de perro ni tanta hojas por recoger… Por supuesto no había EDAR, ni metano del relleno de la vaguada, ni planta de residuos; tampoco había pista para motocrós, ni okupas como el del garaje del antiguo reflector militar o los de bandera y antena de las cochineras (batería) de Cuatro Caminos, o los del fortín de la Palmera… Lo que había entonces eran las guardias de Valdeaguas, Obispo, las Cuevas, Punta Almina, Desnarigado o la Palmera, lugares en los que tuve la suerte de adentrarme guiado por mi padre, recorriendo galerías y moviéndome entre emplazamientos de piezas de artillería, y allí, donde aún las había, dejaba volar mi imaginación infantil escuchando sus explicaciones.

Así empecé a recorrer y amar el monte Hacho y lo sigo haciendo todavía, andando sus caminos -casi siempre acompañado de mis perros- y con frecuencia doliéndome el alma al ver su permanente alteración y degradación. Hay quien lo compara con un gran santuario de la naturaleza y no es para menos, pero la verdad es que no estamos conservándolo en su mejor estado, ni lo estamos tratando como el extraordinario bien natural que es. Coronarlo y deleitarse con las vistas que desde el faro se ofrecen es un privilegio gratuito del que podemos disfrutar sus caminantes; y si se tiene un poco más de tiempo y ganas de subir a la fortaleza el paseo te recompensará con una nueva vista sobre la coronación de la punta de la Almina y el faro.

Con frecuencia -más de la que desearía- me entristezco al pasar por lugares del monte Hacho que se han perdido para un desarrollo de su entorno urbano de forma lógica y sostenible, dando lugar en algunos casos a proyectos inapropiados y en otros de pura especulación. El Parque de San Amaro sería un ejemplo de proyecto inapropiado y pienso en la oportunidad perdida de hacer del lugar la antesala de un hipotético parque natural del monte Hacho; un lugar donde mostrar sus características biológicas y paisajísticas, una zona de protección y desarrollo de su diversidad natural. Su situación actual es un claro exponente de lo que no se debió hacer, lleno de afrentas a la naturaleza, mal gusto por excesos e ignorante de los conceptos que se emplean -desde hace tiempo- en la remodelación y recuperación de zonas naturales para solaz de los ciudadanos. Urbanizar el campo (los parques, los grandes jardines) es algo cercano al sacrilegio para los que nos gusta la naturaleza.

Si aquella es la primera oportunidad perdida de los pretéritos años -según iniciamos el recorrido- lo que viene a continuación es un claro ejemplo de especulación por un desarrollo urbanístico desmesurado, la manifestación palpable de un interés privado consentido por nuestros políticos y técnicos, es de suponer que de forma interesada por algunos. No hay más urbanizado porque no cabe en la parcela. Solo hay que mirar desde el barco para tener una idea de conjunto de lo que se ha construido en las últimas décadas y fases y cada una de ellas peor que la anterior. ¿Cuál es allí la densidad de población? ¿Cuantos vehículos alberga el lugar? ¿Cómo se llegó a permitir ese volumen de construcción y cuál es la repercusión sobre su medio ambiente y la vida social del lugar? La sostenibilidad o sustentabilidad de toda esa zona está rota, al menos en esos dos conceptos, el medioambiental y el social. Nada pueden esperar ya las futuras generaciones del lugar, más allá de verlo brutalmente agredido, brutalmente urbanizado.

Si todo esto se produce en el margen derecho de nuestro caminar, a partir de Pino Gordo será la margen izquierda la que ha cambiado notoriamente. ¡Hay días que la EDAR está para subir con mascarilla! ¿De verdad que no había otro sitio más que éste para ella? Por cierto, la cobertura vegetal del relleno de la vaguada contigua con las basuras del antiguo vertedero se está desprendiendo, así que ya veremos qué pasa cuando lleguen las lluvias. Esta zona ha cambiado sensiblemente el recorrido, que ahora encajona el paseo hasta llegar a la planta de residuos. En este tramo del camino me llama la atención la acotada pista de motocrós que merece un trato aparte, ya que es un insulto a la naturaleza, el medioambiente y la inteligencia; una pista que está perimetrada en parte por el camino de subida; sólo quien ignora los beneficios que el silencio del campo obra sobre los seres vivos puede cometer un dislate de tal calibre, dejando aparte la erosión del terreno y la contaminación ambiental. ¿No había nada mejor que hacer en el lugar? ¡Pues entonces quédense quietos! Si esto ocurre teniendo una consejería específica de medioambiente estamos arreglados.

Nunca entendí (sigo sin hacerlo) porqué el paseo a partir de Cuatro Caminos abandona la margen exterior para pegarse a la falda del monte, cuando no hubo ganancia de terreno sino mejor reparto de la carretera. Imaginen el quitamiedos en el lado izquierdo, ¿sería más distraído, no? De igual manera que sigo sin entender que no se haga un verdadero sendero dentro la gran senda litoral que tenemos, cambiando el asfalto por tierra apropiada que nos haga disfrutar del camino, sus olores y amortiguación.

El último tramo del paseo (le llamaré sendero cuando le cambien el piso) es desolador. Las chumberas que miran al sur están perdidas (las del norte por ahora se están salvando); la acequia llena de piedras, hojas y basuras; el arriate de la Urbanización Monte Hacho una escombrera; y la acera desde la entrada de la urbanización hasta ese engendro de viviendas que nos colaron con premio (más parece presidio que vivienda) una ridiculez y encima con farolas en medio. Si estará mal el camino que el concejal Gutiérrez lo tiene advertido dándole un tirón de orejas a la bancada de gobierno. Por lo menos hay un político que lo denuncia, así que a lo mejor se arregla.

Han pasado años suficientes y tiene tan exitoso uso “el darle la vuelta al Hacho” que sería aconsejable hacer del recorrido un verdadero sendero, un lugar para disfrutar andando, mirando el paisaje y abstraerse del mundanal ruido que se decía antes. Es una suerte tener un camino circular desde el que ver, oler y sentir la confluencia de dos mares, mirar a Europa y volver mirando África (o al revés). Ceuta se merece un sendero en condiciones y sus habitantes un lugar de expansión bello y bien realizado y no la dejadez actual que tenemos por paseo.

El libro Paisajes y Flora del monte Hacho, de Lola Montes, debería ser texto complementario de naturales y sociales en los institutos y colegios de Ceuta; bien por su carácter académico en cuanto a los contenidos que de nuestra naturaleza expone, bien por el conocimiento que aporta sobre nuestro entorno. Las descripciones y fotografías que hace la autora de la fauna y sobre todo de la flora del monte Hacho (ordenada ésta por familias, géneros y especies), son toda una lección de naturaleza próxima que no deberíamos desconocer, no solo por salir de nuestra ignorancia sino porque bien cierto es que quien desconoce no puede amar. Como escribiera nuestro Cronista Oficial, en la presentación del libro, “El Hacho es parte de nuestro mejor patrimonio. Sus valores históricos, arqueológicos, naturales y paisajísticos deben ser preservados por todas y cada una de las administraciones y los ciudadanos debemos implicarnos en su defensa”.

Que cada uno cumpla su misión y disfrutemos de este enclave que está en un peligro constante, bien por dejación, especulación o ignorancia.

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