¿ Qué hacer cuando la muerte nos pisa los talones? Cuando la vida se despide de nosotros y nos toca hacer maletas vacías, todo es lo último: el último beso, el último abrazo, el último otoño.
Estamos llenos de despedidas, de épocas que se difuminan, de recuerdos que dejamos de recordar y proyectos inacabados.
La muerte es uno de los temas centrales de la Filosofía: el alma, Dios, el infierno y el paraíso, la reencarnación, el nirvana, la resurrección de los muertos y la vida eterna. Las religiones opacan lo efímero, el instante de los años, la banalidad de lo que somos, la levedad del ser.
Yo he aprendido a danzar con la muerte, no temerla, no enfrentarme a ese baile de perseguir sombras, de sujetar de la cintura a alguien que se aleja y se acerca a su antojo.
Me he hecho a vivir en la tormenta y ya no me asustan los truenos, las riadas, los terremotos existenciales, las noches oscuras...son compañeras de viaje.
No me da miedo ni la muerte ni la vida; eso me hace más fuerte y menos vulnerable.
Quiero que me olviden, no haber sido, borrar la memoria de los otros que dejarán de recordarme más temprano que tarde.
Y en este tiempo de invierno quiero saber de mí mientras acaricio mi rostro, mientras repaso los diarios, los días azules, las luchas y los fracasos, los amores que no besé mientras los buscaba.
Mi legado es la siembra, las semillas furtivas que habrán germinado en alguien, las revoluciones emprendidas que tuve que pagar con cárceles en las que fui el encarcelado y el carcelero.
Si me estoy muriendo dejarme en los paisajes que pinté, en el rocío de la madrugada, en los libros que no leeré nunca, en las palabras de un lenguaje más allá de las palabras.
Hoy leí a Pepe Mujica; mi último deseo es compartir el coraje de su compromiso, sentarnos en la mesa de su huerto y dejar pasar las horas silenciosas escuchándolo, escuchándome, oír todo lo que no me dije, fundirme en la tierra de su jardín en el que seguirá creciendo la primavera.
" YO, PEPE MUJICA*
Os lo cuento.
Fui guerrero tupamaro, agricultor y político.
Pero estoy cansado
sin dejar de ser lo que fui.
Sobre todo, guerrero.
Y ahora me estoy muriendo
y también el guerrero tiene derecho a su descanso, el que impone el tumor que me invade.
Todos los caminos de mi tierra llevan a mi corazón, y sé distinguir lo que es pasajero de lo que es definitivo.
Fui yo quien eligió este camino y no protesto por llegar hasta aquí, con 89 años.
Pero necesito silencio.
El silencio es manantial de vientos que se llevan los ecos de la vida, los cuchillos hostiles, los dientes, alfileres y ataúdes, los desgarros de mil escalofríos, torbellino de llantos y de lutos.
Dejadme en el silencio de mis higueras y manzanos umbríos, de la lengua que resiste las palabras que hieren por la espalda, de las orillas que besan los crepúsculos lamidos por las olas.
Devolvedme el silencio, que quiero curar la herida que me dejó en el alma el dolor de las selvas arrasadas, de los bosques de cemento plantados, de la pobreza insuperable, de la justicia no ejercida, de las libertades quebrantadas.
Devolvedme el silencio, que quiero volver a mis verduras, mientras tranquilo, y esperando la paz inevitable, medito sobre la hermosura de la vida, sobre cuánto caí y cuánto me levanté, los buenos amigos que me acompañaron y también bailaron conmigo.
Devolvedme la paz y no me pidáis más palabras.
Necesito el milagro de los labios cerrados, de las bocas mudas, de las tibias sombras, de los latidos ausentes.
Guerrero soy y seguiré luchando, sin tregua, jamás derrotado.
La vida siempre es porvenir.
la vida me persigue aunque me esté muriendo.
¡Cuánto de vida hay en la muerte!
¡Cuánto de más allá en la vida! ".
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