Opinión

La DANA de la desgracia y la polémica

Declamaba en uno de sus poemas el más destacado poeta conceptista inglés del Siglo de Oro, John Donna, algo así como que: "Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta a mí y a toda la Humanidad, por solidaridad. Todos, de alguna forma, somos hermanos”. Y esa célebre frase podría ser aplicable al triste suceso ocurrido en nuestra muy querida y admirada provincia española de Valencia y las demás limítrofes también afectadas por la maldita DANA que recientemente ha asolado, principalmente, a las localidades de Picaña, Nenipae, Sedaví, Paiporta, Chiva, Aldaia, Torrent, Requena, Utiel, Alaquàs, Benetússer, Alfafar, Massanassa, Catarroja, Beniparrell y Albal y otras poblaciones cercanas y a provincias limítrofes.

Pues ese parece haber sido, en general, el espíritu de solidaridad que se ha vivido en toda España y buena parte de Europa ante la fatídica DANA (depresión aislada en niveles de la atmósfera) en la horrible tragedia que ha azotado Valencia, que es una de las regiones más admirada y querida de España, habiendo afectado más el triste suceso a las localidades referidas y otras limítrofes, con el fallecimiento en toda la zona de, al menos, unas 217 personas arrastradas por la riada, más 89 desaparecidos por el agua, lodo y fango, 62 cadáveres sin identificar, habiendo caído más de 600 litros por metro cuadrado, 459 vehículos afectados, más 13.000 negocios cerrados con cuantiosas pérdidas, 96.000 personas sin cobertura telefónica, averías y desperfectos producidos por la mayoría de vías férreas de la provincia paralizadas, habiendo sido necesaria la intervención de 7.800 militares, más 6.000 agentes de la Policía Nacional y Guardia Civil, 500 Policías Locales, 2.100 bomberos, totalizando más de 15.000 agentes desplegados que, además de ayudar y socorrer a damnificados y demás afectados, también protegieron viviendas y propiedades particulares, habiendo detenido a 186 sujetos que, aplicándose aquello de que “a río revuelto ganancia de pescadores”, no tuvieron ni siquiera el más mínimo rubor de entregarse al saqueo y pillaje, al lado de las numerosas desgracias que estaban sucediendo, lo que por sí solo califica a tales impresentables como lo que son. En fin, que la dichosa DANA más ha parecido un tsunami que ha dejado a Valencia asolada.

Tal fenómeno de la naturaleza no sólo ha afectado tan negativamente a Valencia y localidades de su entorno, sino también, aunque con menor virulencia, a Castellón, Murcia, Albacete, Castilla-La Mancha, Cataluña y Andalucía, en esta última, en las localidades de Isla Cristina en Huelva, Jerez de la Frontera en Cádiz, Alhaurín de la Torre, Álora y Cártama en Málaga y otros lugares, cuyas operaciones de búsqueda, rastreo y salvamento se siguen llevando a cabo en Valencia; aparte de la destrucción parcial o total de unas 150 carreteras, que han hecho necesaria la participación de unos 5.000 hombres del Ejército con material de apoyo, y otros 5.200 pertenecientes a la Guardia Civil, también de las Policías Nacional y Local, etc.; más la detención y arresto de unos 100 sujetos desaprensivos que, aprovechándose del infortunio y de la desgracia ajena, no han sentido el más mínimo rubor de hacer suyo el viejo lema de “a río revuelto, ganancia de pescadores”, entregándose al hurto, pillaje y saqueo, lo que por sí solo dice todo sobre semejantes personas.

Y si bien hay un dicho popular que dice: “mientras doblan las campanas, la pluma debe permanecer en silencio, por respeto a los muertos”, pero transcurridas ya dos semanas de que tan triste suceso acaeciera, creo que ello para nada impide que comentemos algunos aspectos que vengan a poner aquí de relieve el fatídico alcance y la descomunal gravedad del suceso, del que se han hecho eco los medios de comunicación españoles, europeos y de diversas partes del mundo calificando la DANA como las inundaciones más graves del siglo, cuyo análisis más relevantes, me llevan al siguiente orden de consideraciones.

En primer lugar, es muy de lamentar la tremenda desgracia ocurrida, que en España puede ser considerada como la más grave y calamitosa de este siglo y también una de las más destacadas del mundo. Y de que hayan sucedido tan fatídicos hechos de la naturaleza, está claro que a nadie se debe culpar sobre los orígenes de tan tremendo suceso, que se habrá debido a la confluencia de determinados elementos climáticos de la naturaleza.

Las aguas del Mediterráneo están demasiado calientes, donde las nubes de evolución cargan y se retroalimentan. Esas aguas calientes, se elevan y chocan con la capa alta que se le superpone y que está mucho más fría, de manera que, al colisionar el calor con el frío, producen bastantes fenómenos eléctricos y lluvias torrenciales que, si llegan a ser continuas durante unas horas, entonces es cuando se producen las peligrosas DANAs, que están llamadas a ser cada vez más frecuentes y más peligrosas, debido al cambio climático que, a su vez, se produce por la mucha polución atmosférica formada por todas las suciedades, humos tóxicos, gases invernadero y demás porquerías que vertemos a la atmósfera y que se están cargando a la “madre naturaleza”, fuente de vida y de alimentos para todos.

Ante un estado de tanta urgencia, auxilio y socorro, que se necesitan, la prioridad que debe prevalecer es la de procurar por todos los medios salvar vidas humanas. Pero, imagino que lo que sí se hará necesario después es depurar las posibles responsabilidades en las que hayan podido incurrir las personas que hubiesen actuado, por acción u omisión, con posible falta de diligencia o eficacia punibles; cuya presunta responsabilidad debería determinarse tras que se haya prestado los posibles auxilios y socorros a las víctimas.

Lo que a mi modesto juicio, se ha puesto también de claro manifiesto es que los trabajos tendentes a la resolución de tan tremendo problema se han iniciado tarde y se ha visto con claridad que no ha habido una dirección y un responsable únicos que también aplicara una unidad de criterio, habiéndose dado una supuesta falta de coordinación y de tratamiento global del problema; es decir, ha faltado unidad de mando, que se pusiese alguien al frente de la resolución de tanto cas y se responsabilizara de la gestión de forma global de cara a la coordinación de todos los elementos actuantes.

Luego hay que señalar que, si algún resquicio de consuelo o resignación les podría quedar a los familiares de tantos seres queridos por ellos perdidos, podría ser la enorme manifestación de duelo, pena, tristeza, solidaridad y ayuda espontánea de tantos voluntarios y demás gente joven y de todas las edades y condición de todas partes llegadas, provista de máquinas pesadas, tractores de agricultores, herramientas, utensilios llegados no sólo de Valencia, sino también de toda España y hasta del extranjero, con la mejor voluntad de hacer bien y paliar el mal, aliviando penas y sufrimientos de quienes se hallan inmersos en la desgracias, pena y dolor, dispuestos a darlo todo en aras de la cooperación en tan noble causa, como es la ayuda y apoyo a gente tan necesitada de ánimo, auxilio, socorro y comprensión.

Es también cierto que se han vivido allí casos de nerviosismo y tensión rayanos con la ira y la desesperación, incluso con la visita que realizaron los reyes y determinadas personalidades políticas que, si por algo brillaron fue debió más a su repliegue a la primera oportunidad con tal de eludir por las desafortunadas declaraciones sobre la forma condicionada como debía solicitarse la ayuda del Estado, algo parecida a como si hubiera que hacerlo de forma “rogada” y mediante instancia franqueada con las antiguas pólizas de tres pesetas con las que antes se debían franquear las instancias, pese a que se estaba ante una situación tan grave y urgente como que se trataba de socorrer vidas humanas entre las que ya habían fallecido hasta 217 personas y otros muchos cientos de ellas se encontraban en inminente peligro de ahogamiento por una gravísima riada ante la que se necesitaba urgentísimo auxilio y socorro, y a la que de ninguna manera se podía dar respuesta con una presunta dejación de funciones; porque ¿qué mayor desgracia tenía que ocurrir para declarar la situación de “emergencia nacional”, estando ante un problema de tal envergadura que afectaba, al menos a seis regiones y numerosas provincias y localidades, que sólo los medios del Estado podían hacer frente a la misma?.

Pero, es que, además, precisamente por tal urgencia y problema tan grave se cree que era absolutamente necesario asumir la competencia sobredimensionadas que necesitaban de incorporar tofos los medios posibles del Estado, tal como el público en general continuamente suplicaba. Creo que, no se puede esperar a ver cómo la riada se estaba llevando a los ciudadanos con gran número de desaparecidos y no hacer nada, en espera de esa petición “rogada” que parece que se pretendía.

En tal situación de tanta urgencia y gravedad, hay que declarar de inmediato la “alarma nacional” e intentar por todos los medios que ningún español más se siga ahogando, tanto en conciencia como por propia responsabilidad de las que de ninguna forma se puede abdicar por cuestiones de mero protocolo o sumisa cortesía pretendida. Ante hechos tan graves, se debió actuar por parte del Estado volcándose con todos los medios con que la Nación cuenta. En cambio, el comportamiento de los reyes de España sí fue muy digno y valiente, dialogando con las gentes y permaneciendo al lado de los españoles, alentándoles, dando ánimos y el mejor ejemplo de saber ser y estar, reconduciendo la situación con la mayor dignidad.

Me han conmovido algunas imágenes que son de verdadera pena y tristeza; pero para no ser demasiado exhaustivo con el infortunio, sólo voy a referir uno. Y es el publicado en la televisión, de una señora joven, embarazada y con dos hijos de corta edad que había dejado con la abuela en casa, que estaba en la calle subida en lo alto del capó de un coche intentando ponerse a salvo de la riada, pero que ya presentía su muerte gritaba porque no podía aguantar más, y viendo pasar a su marido arrastrado por la fuerte corriente en la misma calle, al llegar a su altura le pidió muy apenada que, si él se salvaba, cuidara bien de sus hijos. El marido tuvo la suerte de poder agarrarse a un punto firme y se salvó, mientras que a ella terminó llevándosela la fuerza de la corriente y se ahogó, junto con su nuevo hijo todavía “nasciturus”. Con qué tristeza y con cuánta pena se lo pedía la pobre mujer.

La gente, desesperada por la excesiva tardanza con la que se dice que comenzaron a recibir ayuda, recriminaban a las autoridades que durante varios días no hubieran actuado antes. Y, como sucede siempre, luego se ha politizado el caso con absurdas acusaciones, echándose unos y otro la culpa, como si se pasaran la “pelota” de la responsabilidad. Sin haber vivido el caso “in situ”, si así hubiere ocurrido, creo que, ante un supuesto de hecho tan triste, urgente y luctuoso, sobran las mutuas imputaciones y lo que más hace falta es estar unos y otros unidos como una piña y ponerse a trabajar juntos tratando de lograr la eficacia y prontitud en favor de los familiares afectados, sin mirar los colores políticos ni el partidismo interesado. No hay cosa que más repudie al pueblo llano que el sistemático enfrentamiento político tratando de pasar el tanto de culpa al contrario.

Lo tengo dicho hasta la saciedad, que la forma de resolver los problemas de la sociedad no es tirándose los trapos sucios a la cara unos a otros, que tanto odian los sufridos ciudadanos, sino dialogando, razonando, anteponiendo la predisposición, la voluntad y el sentido común que conduzcan al logro de acuerdo y lo que favorezca los intereses generales de todos, pero no para enzarzarse y zaherirse mutuamente. En nuestro país, a veces, se desenfundan y blanden las espadas en lo más alto; y hay que bajar las espadas, estrecharse más las manos y estar unidos, al menos en el sublime oficio y noble causa de tratar de salvar vidas humanas.

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