Opinión

La Dama de Ceuta, un deseo tardíamente cumplido

A través de Carlos Rontomé, consejero de Cultura en la Asamblea ceutí, y cuya responsabilidad hoy me satisface destacar por encima de la ristra de cargos que engloba su cometido político, me viene la noticia, grata e inesperada, de que “La Dama de Ceuta”, escultura de nuestro paisano Ángel Ruiz Lillo, ya está en la ciudad. La gestión para traerla la iniciaron, en su momento, otros vinculados a Cultura, como Mabel Deu, o el mismo sobrino del artista, Jacinto Ruiz. “La Dama” ha venido de muy lejos, de Minneapolis, donde Lillo murió hace 32 años. Vocero de esta buena nueva ha sido, también, mi querido amigo jJosé Manuel Pérez Rivera, un visionario, que no ha podido disimular el entusiasmo que le ha producido este milagro, pues, al fin, ya tiene una divinidad más entre sus iconos míticos del Estrecho.

La obra, insisto, ya adquirió certificado de residente. Lo que en el pasado parecía inalcanzable, ha vencido los obstáculos que se oponian a su traslado desde Estados Unidos aunque, en illo tempore, también existió por parte de los ‘mandamases’ locales, algo de negligencia y escasas ganas, sobre todo en ciertos políticos del pasado, esos que se dejaban asesorar y convencer por los “eruditos a la violeta”; meros correvediles, transmisores de calumnias y aficionados a colgar etiquetas, como la que le clavaron a Lillo -me lo aseguraba su propia hermana- llamándolo “comunista” y “rojo de mierda”. Pero Ángel, hombre de bien, respondía con la indiferencia y el desprecio que le merecía aquella caterva de beatillos, catetos e ignorantes. A pesar de todo, pienso que no es momento para recordar lo que no quiero, ni mover el chocolate espeso. Mejor es festejar haberse logrado con lo que Lillo siempre soñó, pues la ausencia de su “Dama”, de Ceuta, fue una espinita hondamente clavada, mientras vivió, una de sus esculturas más queridas.

Lo triste de este viaje es que no haya podido acompañarla. Ceuta, Lillo insistía en reafirmarlo, fue la inspiración de esta Venus. En su oferta, se desprendía de ella desinteresadamente, corría con el coste de elevarla en un nuevo pedestal y subsanar los defectos que hubiese motivado el traslado. Pero, como otros muchos proyectos, la respuesta municipal fue la misma: el silencio.

Cierto que, en una ocasión, se ilusionó porque la apatía que desmostraban en la Asamblea, daba un viraje y hasta pensó que accederían. Estaba, como muchos veranos, en Ceuta. Sería su último viaje. Retornar a la ciudad que lo vio nacer ya era imposible. Ángel no ocultó su decepción, no porque viese que este proyecto se iba, como el monumeto al “Soldado español”, a pique. Sus amigos decían que esaba abataido: “Quiero que la muerte llegue cuanto antes”. No obstante, procuró que su acritud no apareciera al exterior; ese mismo verano de1988, como otros, se limitó a patear las calles de Ceuta; bajar desde Canalejas (donde estaba su vivienda) y hacer estación en la Plaza de Azcárate. Si se veía con ánimo, alargaba el paseo hata los Reyes e incluso llegar hasta la Brecha. Los descansos los aprovechaba para abrir su carpeta y hacer bocetos de gente que no disimulaban sus expresiones de desesperación atormentada.

Debo concluir. Y lo hago reiterando la felicitación a Carlos Rontomé y su equipo de Cultura, porque no tiene precio el placer que va a proporcionarle a la comunidad ceutí, colocarse ante una obra plena de misterio, hecho en el que colabora esos tonos entre rojizos y grisáceos de su epidermis. Lo testimonian de modo magistral, las fotografías de Quino que ilustran estas líneas. “La Dama de Ceuta” fomenta una fascinación provocativa. Es maravilloso ver un conjunto de volúmenes que se enroscan, desde su pedestal o base, en un eje vertical que acaba en la espléndida cabeza femenina. Y pese a que la figura está construida y concebida como un conjunto de planos que obliga a verla de diferentes maneras, la unidad se afianza en la poética del género. Cuerpo femenino y, en consecuencia, culto a la carnalidad y sensualidad. Así se hacía en la plástica grecolatina. No hay procacidad alguna, solo mezcla de naturalismo e idealismo. Equilibrio elegante en esa postura de parecer mirarse en un estanque inmenso, metáfora del mar que la desea. Con su “Dama”, Ángel Ruiz Lillo, indiscutiblemente, consigue acercarse a la plena belleza de una auténtica ninfa.

Ahora solo queda mostrársela al espectador y no dejarla dormitar en los trasteros de la Consejería. Lillo merece un pequeño homenaje y dejar de ser el trasterrado, ignorado y despreciado. La sala de arte del Rebelín sería el espacio idóneo para este singular acontecimiento.

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