Opinión

“Dad limosnas en silencio”

Ayer estuve de nuevo en el hospital para una revisión del ojo, que no termina de curarse”, me decía Myriam. “Pero esta vez la doctora me ha dicho que he mejorado mucho, gracias además a una medicación que milagrosamente sana. Es increíble, no hay con qué pagar tanto adelanto, pues en estos momentos a los ciegos se les da la vista. Y a pesar de la anestesia que aún me duraba, me vine sola a casa, pues no quería decir nada a mis hijos, que tienen sus obligaciones familiares también. Yo no puedo estar continuamente mareándolos. Y como siempre, la gente ayuda; me llevaron hasta la parada de taxis con suma amabilidad. Estoy feliz, pues este país me acogió desde el primer momento, cuando llegué antes de la guerra de los Seis Días, y me cuida con ternura, que es lo que la gente mayor necesita. Vivo muy segura, sin ningún tipo de inquietud. Luego me llamó Clara, como es su costumbre, un encanto de mujer, para interesarse de cómo había ido todo. Estuvimos hablando de nuevo sobre la Choá, pues a ella le consuela mucho hablar del tema. Me dijo que a pesar de tanto sufrimiento, no guarda rencor alguno, y me recordaba cómo fue testigo de la labor que hicieron las monjas. Solían ir mucho cerca de donde estaban ellos con una hilera de niñas del colegio, y como podían, iban sacando a las chiquillas de aquellas  cárceles de tormento, sin llegar a ser vistas por los nazis, pues se las hubieran jugado con su propia vida. ¡Toda una odisea! Y las protegieron en el internado mientras duró la guerra. También destacó en los rescates Kârol Wojtyla, quien luego fue Juan Pablo II, al que todos veneran en Israel por su valentía, pues sacó a todos los niños que pudo de aquel infierno. Y es que mira, hay gentes que tienen alma. Recuerdo mis primeros años aquí, lo mal que lo pasé echando de menos todo lo que había dejado atrás. Me metía en el refugio a llorar y me dolía el cuerpo entero. ¡Dios mío!, me pongo de rodillas ante Ti, porque tantas veces me has salvado.

Pues bien, siempre encontré un alma buena que me ayudó a salir del negro pozo donde me encontraba metida. Es así. Yo le dije a Clara que mirase al mundo de hoy, a ver si no hay similitudes con el de entonces, pues hemos convertido algunas zonas de la Tierra en una auténtica cloaca monstruosa, y todo, por la ambición del hombre y el odio que anida en muchos corazones.

Sin embargo, tenemos excepciones. Por ejemplo, mirando a Siria, que son sus vecinos orientales, nos enseñan los franciscanos de estos momentos a ayudar en todo lo que está en sus manos, pero en silencio, y sin discriminación de raza o de religión, ya que para ellos en cada ser humano que sufre allí está Cristo, que nos mira anhelante pidiéndonos nuestra compasión. Ellos proveen de necesidades primarias al que llega a sus conventos en demanda de ayuda, ya sea alimentos, ropa y medicina. Se vuelcan en especial con mujeres y niños, que son los más vulnerables. Médicos sirios gestionan sus hospitales, e incluso en Alepo se hacen intervenciones especializadas, a pesar de tantas carencias como tienen. Les falta electricidad, personal sanitario y espacios adecuados. Sin embargo, no paran, siguen acogiendo a todos los heridos que llegan. Y precisamente nosotros debemos recordar la importancia de Damasco, que está coronada como la cuna del Cristianismo Paulino, pues allí ocurrió la conversión del fariseo Pablo de Tarso. Antes, en Jerusalem, fue testigo del apedreamiento del diácono Esteban, acusado de blasfemo por predicar a Cristo en algunas sinagogas. (Nacido entre el cinco y diez después de Cristo,  murió en Roma. Al cortarle la cabeza ésta botó tres veces. En el lugar surgieron milagrosamente tres caños de agua, que aún se visita el lugar para comprobar los caños).

Saulo iba camino a Damasco, persiguiendo a los nuevos cristianos que surgían de las sinagogas, para matarlos. De pronto, se vio envuelto en una luz y cayó del caballo. Una voz le dijo: “Yo soy Jesús, a Quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad, ya se te dirá lo que tienes que hacer”. Fue acompañado hasta la capital, ya que había quedado ciego.

Estaba confundido, sin entender bien lo que le ocurría. Llevaba tres días en aquel lugar, cuando le llevaron hasta Ananías, que era allí el representante de los cristianos, y le dijo: “hermano, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino, me ha mandado hacia ti, para que recobres la vista y te llenes del Espíritu Santo”. Lo curó y lo bautizó. Y san Pablo se convirtió en el más grande misionero de todos los tiempos, llamado “El Apóstol de los Gentiles”, porque no sólo fue a las Sinagogas, sino a los griegos y paganos en general.

Myriam me recordó que la iglesia ortodoxa de san Esteban estaba situada frente al Huerto de los Olivos, donde ocurrieron los hechos… Todos están atendiendo a las palabras de Jesús con venerada atención. El Maestro, después de un breve silencio, continúa: “No tengáis miedo. Pero no seáis débiles en la fe, que hay muchos de entre vosotros con multitud de supersticiones, como un edificio ruinoso, que se cae por falta de cuidados. Muchas veces parece que Dios no escucha vuestra plegaria. Es que sólo conocéis el presente, sin embargo Dios conoce también el futuro, y no os concede vuestra petición presente para que no sufráis más tarde. Entonces diréis con posterioridad: “¡cuánto sufrimiento me ha evitado! , y eso que parecía que Él no me escuchaba. Ahora lo comprendo y Le doy gracias por haber podido llegar a este momento tan importante en mi vida”. Como el médico cuando dice: “que este niño no coma hoy nada”, y el pequeño llora de hambre. La madre se encuentra mal, pero el médico se muestra inflexible, ya que debe salvarlo. Pues el Padre actúa igual. Luego diréis:”gracias Dios mío por no haberme escuchado”. Y cuando ayunéis no pongáis cara triste, como los hipócritas, para que todos lo vean. Tendríais la recompensa del mundo, no la de Dios. Cuando ayunéis poned cara alegre, lavada con agua; lisa y fresca. Perfumaos el cabello, sonreíd como de haber comido bien. Ayunad con espíritu amoroso, pues el amor alimenta. No hace falta que el mundo os alabe por ello. Vuestro Padre sabe ver en secreto el sacrificio y os dará doble recompensa. Ahora id a alimentar el cuerpo. Que se queden estos enfermitos que no tienen ni para comer, ellos darán sabor a nuestro pan. La paz sea con vosotros”.

Han quedado una pobre mujer demacrada y un anciano que se ocultaba en un rincón, ambos están temerosos, por lo que no se acercan al Señor. Jesús les da la mano y les hace avanzar al centro de Su grupo. Es una especie de choza con ramas secas, que ha hecho Pedro, la que los cobija. Tanto Jesús como Iscariote, los más altos, se inclinan al entrar en ella.

El Rabbí los trata con un cariño inmenso y les invita a contar sus historias. Los dos pobrecillos se sienten avergonzados, pero ante la insistencia de los Apóstoles, comienzan a contar su triste vida, mientras Jesús les sirve la comida. Y todos escuchan. El anciano se encuentra enfermo, dice que está solo y pide limosna, porque es muy pobre. Su hija se marchó lejos de él, con su esposo, y no ha vuelto a saber nada de ella. Quiere ir a Jerusalem para la Pascua. La mujer es viuda, su marido enfermó por unas fiebres, y ella está también enferma. El anciano está demasiado solo; dice que un día un ángel de Dios le cerrará los ojos mientras camina.

Jesús  se enternece: “si te curase, ¿querrías algo más?” El hombre le dice que con esto se sentiría con algo más de lo que espera en la vida. Jesús sonríe. Terminan de comer y todos se echan a dormir buscando la sombra. Al rato, la mujer se siente sanada, se arrodilla ante Jesús, besa Sus pies y Lo bendice: “¡Me has salvado, Señor!” Aprovecha el Señor el momento para pedirle en voz baja que se encargue del anciano. “No es justo que camine solo en la última etapa de su vida. Sé tú su hija”. Ella accede con humildad y sumisión. El Maestro se acerca a Simón Zelote y le pide que Lázaro dé un trabajo a la mujer, en sus campos. “Sí, Maestro, lo que Tú amas es cosa sagrada para Lázaro. Y luego dice a la mujer: “¿podrás trabajar también para él? Quiero que celebre su última Pascua con la alegría de un Patriarca”. Ella sonríe y asiente al Señor. Después que el anciano se despierta, le explica todo lo que había ido organizando para su futuro. “Y tú, recógete en oración y da gracias al buen Dios”. El anciano llora de emoción y Jesús le acaricia sus cabellos blancos con inmensa ternura. ·Deja que yo Te bendiga, Señor”. Y repite lo que todo buen judío conoce:”El Señor Te bendiga y Te guarde. El Señor Te muestre Su Rostro y tenga misericordia de Ti. El Señor vuelva a Ti Su Rostro y Te dé Su paz”. Y Jesús le responde “así sea”.

Es increíble la multitud que ha llegado de nuevo a la montaña para escuchar al Rabbí. Esteban y Hermas también están allí entre el gentío, y el anciano con la joven viuda, como un padre y una hija. Jesús acaricia la cabeza del anciano al pasar junto a él para colocarse en el lugar más alto, y comienza a hablar. “Ayer os expliqué sobre la oración, el juramento y el ayuno. Hoy os digo que debéis hacer un uso recto de las riquezas, pues si sois siervos fieles de Dios, lo que es de la Tierra, os durará poco; lo cambiaréis por tesoros celestiales eternos. ¿Podréis llevar al Cielo todo lo acumulado en la Tierra? No. Me diréis que os enseño a distinguir el dinero como la cosa más sucia del mundo y que además, no lo podemos transportar al Cielo. Escuchad, Dios os da riquezas terrenas. “Te las confío”, dice Dios. A unos les da muchas, a otros pocas, pero deberéis sabiamente utilizarlas. No queráis acumular tesoros y vivir sólo para ellos. Los ladrones los pueden robar, el fuego los puede quemar. Las enfermedades pueden esquilmar vuestros frutales y rebaños. Las telas preciosas también se pueden dañar. Y vuestras vajillas de lujo, las lámparas y los canceles artísticos… Todo está sujeto a la destrucción. Por eso, haceos con bienes sobrenaturales, que no perecen. Tratad con amor misericordioso a las miserias de la Tierra. Alegraos de la prosperidad de vuestros campos, viñedos cargados de uvas; olivos que se doblan por el sobrepeso de las aceitunas o las ovejas que pronto parirán. Pero con alegría sobrenatural, y decid: “gracias, Dios mío, por este dinero, estos frutos, por estas ovejas, por estos negocios”. Así podréis ayudar y hacer mucho bien al que tiene hambre, está desnudo o enfermo. Y así, dando muchas limosnas, veréis más abundancia a vuestro alrededor, porque el Dios Eterno bendice vuestra generosidad. Y  tendréis a Dios en vuestro corazón, hasta el día feliz en que estaréis con Él para siempre. Haced favores y sed caritativos, con espíritu sobrenatural. Y ese bien que hacéis, que no se entere el mundo, pues os llenaríais de vanidad. Si actuáis de esa manera, no hagáis favores, porque pecaríais de soberbia. Que sólo Dios lo sepa. Por eso, cuando deis limosnas, no toquéis la trompeta para que todos se enteren, como los hipócritas; estos no recibirán recompensa alguna de Dios. Que no sepa vuestra izquierda lo que hace vuestra derecha. Y cuando deis, olvidadlo, no os llenéis de vanidad hasta reventar, pues vuestra caridad no es nada respecto a la infinita caridad de Dios. Lo que sí os quedará es una luz especial y una voz del Padre Celestial que os dirá:”Gracias”. Él ve lo oculto y os dará Su recompensa”. Entre la multitud están unos del Templo, que han venido a espiar y a criticar. Uno de ellos le increpa: “Maestro, con estas palabras que Tú dices, mientes”. Es una voz que insulta con rencor, por eso Pedro se voltea y protesta. De la multitud inquieta salen silbidos y murmullos contra el que molesta al Señor. Él está impasible, tranquilo, sin inmutarse. Pero el que insulta, sigue:”Eres un mal Maestro, porque dices una cosa y enseñas otra”. La gente a aúlla de coraje, y le ordena al grupo que insulta, que se vayan. Jesús pide a la multitud que se calle, para dejar hablar a quien Le maldice. “Enseñas lo que no haces. Tú dijiste que diésemos limosna sin que nadie nos viera, y ayer dijiste a dos pobres que les quitarías el hambre, delante de todo el mundo”. Jesús les explica:”dije que se quedarán con nosotros, pues darían sabor a nuestro pan. No dije nada más”. El otro sigue desafiando al Señor:”eres astuto; un lobo con piel de cordero”. Entonces el viejo no puede más y se levanta del suelo con el bastón en alto. Encolerizado dice al que no deja hablar al Señor:” ¡lengua infernal, que acusas al Santo! No sabes a Quien insultas”. Pero Jesús le pide que se calle. “Te obedezco, Hijo Santo, pero la bendición que yo Te di ayer, Dios la puso en mis labios. A éste no lo maldigo, no quiero ensuciar mi boca. Que Dios se encargue de él”. El Maestro continúa y les pide que olviden el incidente. “Perdonad sus errores, así vuestro Padre Celestial perdonará vuestros pecados como recompensa, aunque no lo sepáis. No deis esperando recibir, pues así no quiere Dios que deis nada. Quisiera tener todos los tesoros del mundo para daros, pero soy pobre. No obstante, tengo amigos ricos y pobres. Pido a los ricos que den en Mi nombre a los que no tienen, y les digo extendiendo Mi mano: “Ayudadme en nombre de Dios”. Diréis que puedo curar, pero no siempre hay fe en el hombre. Cuando ya no esté en la Tierra seguirá habiendo pobres, y Mis amigos ricos habrán aprendido a socorrer. Y Mis Apóstoles también habrán aprendido a dar limosnas por amor a sus hermanos y los pobres tendrán su ayuda. No tengáis miedo, pues si no tenéis dinero, podéis dar bendiciones como la que Me dio ayer Mi viejo amigo, que Me ha traído una gran paz a Mi alma. De este modo también podéis socorrer al necesitado. Por eso os digo que no hace falta tener tanto, sino lo necesario. Con ello evitaréis preocupaciones y angustias futuras. No perdáis la calma, ni penséis qué vais a comer, o con qué os vais a vestir. La vida del espíritu vale más. Mirad los pajarillos del Cielo, que no siembran, ni cosechan, ni recogen el grano y no mueren de hambre, pues el Padre Celestial se ocupa de ellos. ¿Por qué preocuparos del mañana? ¿Por qué tanto miedo a quedaros sin vestidos? Los lirios del campo no se fatigan, ni hilan. Sin embargo, ni Salomón se vistió con tanta gloria. Y si Dios cuida de las hierbas del campo, mucho más cuidará de vosotros, que sois hijos Suyos. No seáis gente de poca fe, ni os inquietéis por el futuro, diciendo “qué comeré o beberé, o cómo vestiré”. Dejad esas preocupaciones a los gentiles y no conocen a Dios. Poned vuestra confianza en Él, que conoce vuestras necesidades y os ama. Buscad lo necesario: la fe, la bondad, humildad, misericordia, pureza, mansedumbre… Os aseguro que todo lo demás se os dará por añadidura, aunque no lo pidáis. Dios está con el hombre santo, a él le da aquí en la Tierra, y le abre las puertas para entrar allá en el Cielo. Sed perfectos. No os angustiéis por el mañana… ¿Por qué pensar ahora en lo que vendrá? Dejad a cada día su preocupación. Estad unidos a Dios, como hijos Suyos que sois. Os doy Mi bendición, que Él os acompañe. Os doy la paz en nombre de Dios”.

BIBLIOGRAFÍA: María Valtorta, “Poema del Hombre Dios”; Ex.12,1-13,16;23,14-19;34,10-28;Lev.23,5-8;Núm.9,1-14;28,16-25;Deut. 16,1-8;Ez.45,18-24; Mat.26,17-30;Mc.14,12-26;Lc.22,1-39;Ju.,13,1-18;1Cor.5,6-8;11,17-34.

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