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D. Juan I y la conquista de Ceuta (IV)

Tomada la decisión de la conquista de Ceuta, importaba preparar la expedición de forma adecuada y con el sigilo posible. Con gran anticipación se convocaron las tropas, se fabricaron y reunieron provisiones y municiones, se aparejaron los navíos; se divulgaron destinos y objetivos falsos para encubrir la empresa y, con el pretexto de una embajada a Sicilia, fue realizado un reconocimiento a la plaza de Ceuta, con el propósito de analizar las condiciones de desembarque y sus vulnerabilidades defensivas. A pesar de la muerte de la reina unos días antes, el 25 de julio, día de Santiago y de la batalla de Ourique, parte del Tajo una Armada con cerca de 240 navíos (conforme a las fuentes, los números varían entre 190 y 270), divida en dos capitanías- la de las galesas o navíos armados, bajo el mando del Rey, la de las Naos o embarcaciones de transporte, mandadas por el infante D. Pedro. Realiza una primera escala en Lagos, donde realizan aguada y los hombres son informados del destino y de la finalidad de la expedición; después dos escalas mas, en Algeciras y Tarifa, la armada avanza incompleta sobre la bahía de Ceuta, el 12 de agosto, pues debido a una intensa niebla y a las fuertes corrientes algunos navíos fueron arrastrados en la dirección de Málaga.
Los musulmanes, de que avistaron lo que quedaba de armada portuguesa, comenzaron a disparar trons y tiros de ballestas, sin que fuera alcanzada, y pidieron refuerzos a las ciudades vecinas; algunos de los portugueses desembarcaron en la playa, iniciándose pequeñas escaramuzas con los defensores. D. Juan I impaciente con la demora de las restantes naves, manda reunir toda la flota en el otro lado de la ciudad, frente a la zona de Barbaçote (Campo Exterior), lugar escogido para lanzar el ataque. Entre tanto, el 15 de agosto, se levanta una gran tempestad que duró tres días, dispersando nuevamente la flota, que solo se volvería a unir el 19 de agosto, junto a Algeciras, desaprovechando el efecto sorpresa y bajando significativamente la moral de las tropas. El gobernador de Ceuta, Salah ben Salah, juzgando que la armada lusa se pondría en desbandada con la tormenta, ordenó a los refuerzos de los pueblos vecinos, que hasta entonces habían acudido en su socorro, que regresaran a sus puntos de origen, disminuyendo significativamente su capacidad defensiva.
Reunido el Consejo en Algeciras, las opiniones se dividieron entre regresar a Portugal, avanzar sobre Gibraltar o mantener el objetivo de Ceuta. Decidiendo por esta última opción, el Rey da su concepto de la operación: D. Henrique, con la flota proveniente de Oporto, lanzaría ancla frente la Almina (San Amaro), una ensenada al Este de Ceuta; mientras que D. Juan I simularía un ataque frontal a la ciudad, para desviar la atención de los musulmanes en lo concerniente a la localización del ataque principal y, respondiendo a una señal establecida, D. Henrique desembarcaría y conquistaría una cabeza de playa; posteriormente el resto de las tropas se les uniría continuando el ataque en dirección a la Alcazaba del gobernador. Se resalta, de acuerdo con Zurara (historiador portugués), este concepto no contaba con el apoyo de la mayoría de los consejeros, que pretendían atacar por el Oeste, cortando eventuales refuerzos que viniesen del continente.
Y así, al rayar el día 21 de agosto, se iniciaba el ataque a Ceuta. El desembarque no fue realizado de forma ordenada, conforme pretendía D. Juan I, pues algunos hombres precipitaron el desembarque en la playa al avistar a los musulmanes “haciendo sus tareas, por las que provocaron gran alborozo en la gente que se encontraba en los navíos”, conforme describe Zurara. Inmediatamente, les siguieron otros en su apoyo, principalmente el Infante D. Henrique acompañado de algunos hombres más, que avanzan sin la señal del Rey, para reforzar el contingente y mantener el ímpetu. Y de este modo, en poco tiempo, se encontraban ya en el arenal 150 portugueses, que repelieron a los moros para el interior de la puerta de Almina.
Con  cerca de 300 hombres ya desembarcados incluyendo el infante D. Duarte, la progresión se realiza rápidamente llegando junto a la puertas de la ciudad donde, de acuerdo con el plan inicialmente trazado, se debería consolidar la cabeza de playa y esperar a D. Juan I. Sin embargo, debido a una débil resistencia y percibiendo una vulnerabilidad que urgía ser explotada, el Infante D. Henrique, aconsejado por D. Duarte, decide continuar el ataque; con el ritmo de desembarque en aumento, los portugueses entran en las murallas y combaten calle a calle, ganando progresivamente terreno hasta que llegan a una elevación donde consolidan las posiciones conquistadas y se reorganizan. Bajo la intensa presión, los musulmanes se retiran y Salah-ben-Salah, percibiendo como rápidamente se pasó de escaramuzas en la playa a una verdadera matanza, mando retirase al castillo.
Asegurada la presencia de los portugueses en el interior de las murallas, D. Juan I desembarca con el grueso de la expedición, iniciándose la última fase de la batalla, el asalto al castillo, en la cual el rey participó directamente. Se dan unos intensos combates en las calles y, al final del día, los portugueses ocupan toda la ciudad hasta las murallas muro que la separaba del reducto del castillo. Salah-ben-Salah reconociendo que no tenía ninguna posibilidad de éxito, resuelve abandonar la ciudad.
Constatada la desbandada del líder árabe, D. Juan I ordenó el derrumbe de las puertas del castillo y el asalto inmediato. Sin embargo, en el interior de las murallas, un vizcaíno y un genovés confirman que la fortaleza está desierta y que ellos mismos  abrirían las puertas, no siendo necesario quebrarlas. D. Juan ordenó entonces a Juan Vaz de Almada que tomase posesión simbólica de la ciudad, izando la bandera de San Vicente en la torre del castillo. Se entablaron las últimas escaramuzas y se iniciaron las habituales actividades del saqueo. De acuerdo con Zurara, los muertos por la parte musulmana fueron muy elevadas apenas debida a los combates pero sí por el saqueo y masacre; de la parte portuguesa, apenas habían sido ocho.
En definitiva los musulmanes eran expulsados de la ciudad y de inmediato eran enviados diversos emisarios dando cuenta del enorme éxito de la corona portuguesa. Cuatro días después del final de la operación, día 25, se realizó la bendición de la mezquita mayor; consagrada como iglesia, estaba preparada para el acto más esperado: la ceremonia en la que los Infantes D. Duarte, D. Pedro y D. Henrique fuesen armados caballeros por su padre el rey D. Juan I.
ANÁLISIS DE LA BATALLA
Todo análisis debe basarse en datos relevantes y suficientes, abarcando ambas partes envueltas. A falta de relatos de la parte musulmana – por ejemplo, los relacionados con la no utilización de su Marina – siendo una laguna imposible de llenar, no se debe restarse, en cualquier caso, el mérito y brillantez portuguesa en el planeamiento y ejecución de esta acción militar.
Desde luego, en la fase del planeamiento, es de realzar la forma como se organizó toda la expedición. Una preparación sobresaliente y a tiempo de las dos flotas, una en Lisboa y otra en Oporto, demuestran una enorme capacidad de organización, en que se consiguieron galvanizar muchos recursos críticos, en una época marcada por enormes dificultades y restricciones financieras y tecnológicas. El secreto que fue impuesto en la preparación y, fundamentalmente el modo como se consiguió mantenerlo, revela bien el ingenio del liderazgo de entonces, uniendo elementos de contra-información y protección de los Elementos Esenciales de Información de las Fuerzas Propias (EEFI, Essential Elements of Friendly Information). El reconocimiento efectuado en el terreno, con el propósito de analizar las condiciones de desembarque y las vulnerabilidades defensivas del enemigo, permiten concluir que los estrategas de entonces poseían ya una noción avanzada y clara de las necesidades de preparación del campo de batalla a través de  los Informes (IPB, Intelligence Preparation of Battlefield).
Continuara…

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