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D. Juan I y la conquista de Ceuta (III)

En esta tercera parte, como no, seguiré narrándoles parte del Arte de la Guerra y Medios Militares la cual sé, quedaron con ganas de saber y descubrir un poco mas, en la segunda entrega que hicimos la semana pasada. Al mirarnos en los dos  adversarios del Canal de la Mancha podemos ver en ellos dos “escuelas militares” y dos mentalidades sociales distintas, perceptibles en los campos de batalla. Los franceses continuaban imbuidos por el espíritu caballeresco de la guerra, típico de los tiempos áureos del feudalismo, ahora en franco declive. Su principal elemento de combate continuaba siendo la caballería, protegida por una completa y pesada armadura metálica, que no solo sofocaba y maniataba a los hombres, sino que les llevaba a estrellarse contra el adversario. En cuanto a la tropa a pié, además de estar mal armada y preparada para la guerra, continuaba a usar la ballesta como arma principal y sentía por los hombres de armas el más completo desprecio. De este modo, los contingentes militares franceses, compuestos por caballeros dispuestos según el orden paralelo, por mercenarios y aventureros reclutados en varios países y por una incipiente infantería, era una fuerza que se resumía a la importancia de la primera línea, combatiendo sin organización, disciplina, unidad y cohesión, apoyando su valor solo en la cantidad, creyendo que el éxito se obtenía por la bravura.
En relación con los ingleses, el servicio militar era obligatorio para todas las clases sociales. En consecuencia, 4/5 del ejército estaba constituido por tropa a pié bien armada y debidamente entrenada, cuyos servicios eran apreciados. El uso de la ballesta fue prácticamente abandonado, porque era un arma con reducida cadencia de tiro, pese a su alcance, puntería y potencia, siendo sustituida por el Arco Largo (Long Bow), arma más práctica y con una cadencia de tiro cuatro veces superior. Respecto a la caballería, manteniendo intactas sus prerrogativas, estaba, con todo, preparada para combatir a pié, caso que fuese tácticamente necesario. El ejército inglés disponía también  de armas de fuego (bombardas), que hicieron su aparición en los campos de batalla en el inicio de la Guerra de los Cien Años, y un equipamiento de puentes rudimentarios. Algo que también distinguían a los ingleses era la unidad de mando y la disciplina de las tropas, no existiendo divisiones compartiméntales de castas o de clase dentro del grupo.
Verdaderamente innovador, se desprende con la elección juiciosa del terreno para el inicio de las operaciones militares defensivas, el que los dispositivos de combate eran colocados atendiendo al orden de batalla del adversario. Por tanto crearon un orden de batalla que se torno casi invencible durante la guerra con Francia: Arco Largo, cuerpos desmontados de hombres de armas y una caballería montada de reserva. En definitiva esta escuela refleja bastante la organización del componente terrestre del Ejército Portugués de la época.
En lo que concierne al componente naval de la época, los navíos que existían al inicio del siglo XV- galés, galeones, pinácias, carabelas, barcas, urcas y naos- poseían características y finalidades diversas, desde el combate al apoyo logístico. Como más utilizados en los combates permanecían aún los navíos galeses, impulsados a remos, a pesar de que algunas naves ya dispusieran de una pequeña vela; la más majestuosa era la de tres plantas de remadores – los trirremes- pero también las había de un solo piso, los galeotes. Las naus, mayores y con un velamen más desarrollado, desempeñaban un papel fundamental en el ámbito del transporte operacional y logístico. Las restantes embarcaciones servían de apoyo o se constituían como elementos enlace.
Las principales actividades de los medios navales consistían, en gran medida, en el prolongamiento del componente terrestre, comprendiendo el transporte de ejércitos, o el bloqueo a puertos y las operaciones de piratería o de defensa contra los piratas. El proceso de reclutamiento para operar los medios navales- remadores y marineros- era paralelo y semejante al de las tropas terrestres ( gente de guerra, ballesteros e infantes destinados al combate que provenían de los pueblos), siendo su base los llamados marineros de cuenta, hombres que eran extraídos de los barqueros y pescadores, encontrándose todos matriculados en la organización designada por “veintenas de mar”; cuando las galesas se armaban, de cada veinte hombres, uno se destinaba al remo. Por las responsabilidades del “vintaneiro”, el reclutamiento naval era un proceso no siempre fácil, y en ocasiones violento, pues las condiciones adversas a bordo y los enormes riesgos inherentes a la navegación no favorecían el voluntariado. También por esto, se recurrió a menudo a la convocatoria de individuos castigados o huidos de la justicia, pareciendo cierto que en Ceuta participaron muchos fugitivos, al abrigo de una amnistía prometida por D. Juan I.
Definidos los componentes terrestres y navales, parece oportuno abordar la dimensión táctica de las operaciones de cerco, una constante de la guerra medieval, ya que el dominio de un territorio implicaba generalmente la rendición de las plazas, en un momento en que las fortificaciones expresaban el dominio sobre un territorio y que su conquista solo era posible mediante la construcción, ocupación o destrucción de sus castillos o fortificaciones.
Dada la superioridad que los medios defensivos tenían sobre los ofensivos, los asedios a las plazas fortificadas se convertían frecuentemente en una operación difícil y prolongada, exigiendo una programación cuidadosa. Las formas que revestían esas operaciones podían variar de forma considerable, en un espectro que iba desde el asalto rápido, subversivo, hasta el bloqueo de larga duración, con toda una serie de posibilidades intermedias; de tal forma que las tácticas y técnicas de conquista y sobretodo la combinación de las mismas, permitían un amplio abanico de posibilidades.
Las tres principales técnicas de cerco eran el bloqueo, la expugnación oculta (o por sorpresa) y a la fuerza. Teniendo en cuenta los riesgos y limitaciones técnicas de los asaltantes y las ventajas físicas de los defensores, no era de extrañar que los jefes militares buscasen fórmulas alternativas al asalto y a la confrontación directa. Así, el objetivo del bloqueo era asilar la fortaleza del exterior, impedir las salidas y entradas de la misma y cortar las líneas de abastecimiento y apoyo externo. Lo que se pretendía no era que la guarnición o los habitantes de la ciudad muriesen de hambre, pero sí convencerlos de una rápida realidad: ningún socorro, ni militar o material les podía llegar del exterior; por eso, la capitulación era una cuestión de tiempo; que los sitiadores tenían.
La expugnación “oculta” (operación que se asemeja a un golpe de mano), era una operación en que pequeños grupos de combatientes, conocedores del terreno, actuaban en periodos de visibilidad reducida, con instrumentos y técnicas de asalto rudimentarios, como escalas de madera. Era una operación rápida y como tal exigía poco coste.
En la expugnación a la fuerza, se realizaba mediante un ataque frontal con todos los medios que se tuviesen a disposición, siendo considerado un medio de conquista rápido. El coste en vidas humanas para los asaltantes podía ser muy alto, por lo menos en relación con la duración de la operación pero, en contrapartida, les ahorraba del sufrimiento de un cerco prolongado y prevenía, caso de éxito, contra la posibilidad de que los defensores pudiesen contar con auxilio del exterior. Era, con todo, difícil de ejecutar y eran elevadas las posibilidades de  fracaso. La mayoría de los cercos tenían lugar durante la época de verano, una vez que en ese momento los campos ofrecían mayores posibilidades de sustento a los atacantes, al mismo tiempo que el secamiento de los ríos y fuentes complicaba la vida a aquellos que defendían. Ceuta no fue una excepción.
De acuerdo con diversas fuentes, de las que se resalta el análisis efectuado por el General Loureiro de los Santos, la expedición militar que partió para Ceuta estaba organizada en dos flotas, la de Oporto y la de Lisboa. El comandante-jefe era D. Juan I y el segundo comandante el príncipe heredero D. Duarte. La flota de Oporto era capitaneada por el infante D. Henrique y contaba con siete galesas y un número desconocido de naos y galeones; la de Lisboa era capitaneada por el infante D. Pedro, se componía de ocho galesas y también diversas naos y galeones. En ambas flotas se encontraban importantes hidalgos del reino (como el Condestable, D. Nuno Álvares Pereira), que se dividían en funciones de mando o “estado mayor”. El total de los navíos rondaría los 240, de los cuales 15 eran galesas, e galeotes y 88 naos; tenían tripulaciones variables, con las galesas necesitando de más gente (172 por galesa y 60 por galeote). Muchos autores indican un total de cera de 20.000 hombres implicados en la operación, en la que la mitad se destinaria al desembarque. Además del personal y los abastecimientos, se transportaba el armamento de la época, individual y colectivo, como la maquinaria de cerco y artillería. A pesar de que se transportaran caballos a bordo, parece ser que no fueron utilizados, sucediendo que los hombres de armas nobles (la caballería) combatieron a pie. Entre los restantes se encontraban vasallos del rey, ballesteros, escuderos y lanzas.

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